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»Pues bien, pasó el tiempo y llegó aquel año de la locura por el cuarzo. Todo el mundo se metió en ello; ya nadie removía la tierra de las montañas a paletadas, todo era cavar y cavar y perforar el suelo con barrenos; no quedó nadie que no abriera un pozo en lugar de escarbar en la superficie. Jim no quería saber nada del asunto, pero como también nosotrostenemos que explotar las vetas, nos pusimos a ello. Comenzamos por abrir un pozo y Tomás Cuarzo se preguntaba qué demonios hacíamos. Nuncahabía visto buscar oro de esa manera y no sabía cómo explicárselo; se podría decir que no lograba comprenderlo por más que lo intentara, aquello le superaba. Y además le fastidiaba, claro está; le fastidiaba muchísimo, y siempre parecía estar diciendo que era una condenada memez. Pero es que ese gato siempre estaba en contra de cualquier método nuevo que se pusiera de moda, nunca los soportaba. Ya sabenlo que pasa cuando uno se acostumbra a algo. Con el tiempo, Tomás Cuarzo empezó a ceder un poco, aunque sin llegar a comprender del todo a qué venía pasarse la vida excavando un pozo del que nunca se sacaba nada. Al final se decidió a bajar al pozo para tratar de aclarar el asunto. Y cuando le entraba la tristeza y se sentía un inútil, y se enfadaba y se hartaba de todo, sabiendo que cada vez debíamos más dinero y no estábamos ganando ni un céntimo, se enroscaba en un rincón sobre un saco y echaba un sueñecito. Pues bien, cuando ya habíamos llegado a dos metros y medio de profundidad, la roca se volvió tan dura que tuvimos que meterle un barreno, el primer barreno que utilizábamos desde que había nacido Tomás Cuarzo. Prendimos la mecha, salimos al exterior y nos alejamos a unos cincuenta metros, pero nos olvidamos de que habíamos dejado a Tomás Cuarzo profundamente dormido sobre un saco. Habría pasado un minuto cuando vimos salir del agujero una nubecita de humo y al poco un estallido formidable hizo saltar todo en pedazos; algo así como cuatro toneladas de piedras, tierra, humo y esquirlas volaron hasta unos dos kilómetros de distancia y, ¡Santo Dios!, justo en medio de todo aquello el pobre Tomás Cuarzo había salido despedido por los aires dando volteretas, entre bufidos y resoplidos, mientras trataba de agarrarse a algo como un poseso. Pero no le valió de nada, no señor, de nada. Durante un par de minutos y medio no volvimos a verlo; luego, de repente, comenzaron a llover piedras y escombros y Tomás Cuarzo cayó como un plomo a unos tres metros de donde estábamos. Apuesto a que en aquel momento era el animal de aspecto más desastrado que nunca se haya visto. Tenía una oreja en el cogote, la cola de punta, las pestañas chamuscadas, y estaba tiznado de polvo y de humo, todo pringado de barro de arriba abajo. En fin, como no era cuestión de pedirle disculpas, nos quedamos sin saber qué decir. Él se miró con expresión de asco y luego nos miró a nosotros, y fue tal y como si nos dijera: «Caballeros, quizá ustedescrean que es muy gracioso burlarse de un gato sin experiencia en la extracción de cuarzo, pero yo soy de una opinión muy distinta»… y a continuación dio media vuelta y se marchó a casa sin pronunciar ni una palabra más.

»Él era así. Y aunque no me crean, a partir de entonces nunca se vio un gato con tantos prejuicios contra la explotación de las minas de cuarzo como él. Con el tiempo, cuando volvió aacostumbrarse a bajar al pozo, se habrían quedado asombrados de su sagacidad. En cuanto cogíamos un barreno y la mecha empezaba a chisporrotear, nos echaba una mirada que quería decir: «Bueno, tendrán ustedes que disculparme»,y era increíble la velocidad a la que salía del pozo para trepar a un árbol. ¿Sagacidad? Lo suyo era algo más. ¡Verdadera inspiración!

—Desde luego, señor Baker, los prejuicios que tenía su gato contra las minas de cuarzo resultan asombrosos si se tiene en cuenta cómo los adquirió —comenté—. ¿Nunca logró curarlo de esos recelos?

—¡Curarlo!¡Claro que no! Cuando Tomás Cuarzo le cogía manía a algo, se la cogía para siempre... y aunque hubiéramos tratado de convencerlo tres millones de veces, no habríamos logrado quitarle sus condenados prejuicios contra las minas de cuarzo.

Una fábula

Cierta vez un artista pintó un pequeño cuadro hermosísimo y, al situarlo frente a un espejo, de tal modo que pudiera verse reflejado, se dijo: "Así se duplica la distancia y lo suaviza, siendo así dos veces más bello de lo que era antes".

El acontecimiento llegó a oídos de los animales del bosque a través del gato de la casa, tenido en gran estima entre ellos por ser tan instruido, tan refinado y civilizado, tan como cortés y educado, que podía hablarles de muchas cosas que desconocían o aclararles otras sobre las que tenían ciertas. Esta nueva información los tenía muy excitados, y se hacían preguntas a fin de poder enterarse cumplidamente de lo sucedido. Así que le preguntaron en qué consistía un cuadro, a lo que el gato contestó:

—Es una cosa plana —dijo—; extraordinariamente plana, maravillosamente plana, encantadoramente plana y elegante. ¡Y tan hermosa!

Al oírlo se vieron sobresaltados por un inusual frenesí, y aseguraron que estarían dispuestos a dar cualquier cosa del mundo a cambio de poder verla.

Luego el oso preguntó:



—¿Qué es lo que la hace tan hermosa?

—Su vista —aseguró el gato.

Esto no hizo sino avivar su admiración e incertidumbre, sintiéndose más excitados aún. Luego la vaca preguntó:

—¿Y qué es un espejo?

—Es un agujero en la pared —dijo el gato—. Se mira a través de él y allí se ve el cuadro, y éste es tan delicado, tan encantador, tan etéreo y tan sugerente en su inimaginable belleza, que la cabeza os da vueltas y casi desfallecéis de éxtasis.

El asno, que hasta ese momento había permanecido sin hablar, empezó entonces a manifestar dudas. Adujo que nunca había existido antes nada tan hermosa y que, probablemente, tampoco existía ahora. Añadió que, cuando se requería de una ristra tan larga de adjetivos para ensalzar la belleza de algo, había llegado el momento de albergar ciertas sospechas.

Es fácil imaginar el efecto que dichas objeciones surtieron sobre los animales, de modo que el gato se alejó ofendido. El asunto quedó olvidado por un par de días, pero mientras tanto la curiosidad fue tomando creciente impulso, renaciendo así un manifiesto interés. Entonces los animales imprecaron al asno por haber cuestionado sin fundamento la belleza del cuadro y, así, haberles privado de algo que, seguramente, les hubiera proporcionado placer.

El asno no se alteró y se defendió alegando que sólo existía un medio para dilucidar quién tenía razón, él o el gato: iría, pues, al lugar, miraría a través de aquel agujero y regresaría para contar lo que allí había descubierto. Apaciguados los animales, se mostraron agradecidos y le rogaron que partiese inmediato, como así hizo.

Pero diose la circunstancia de que no supo como colocarse entre el espejo y el cuadro, interponiéndose erróneamente entre ambos, de tal forma que el cuadro quedó tapado y, por tanto, no se reflejó en el espejo. A su regreso el asno dijo: