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Versos 734-736: probablemente… sobrevuelo… desfallecimiento… inestable

Un tercer estallido de fuegos de artificio en contrapunto. El plan del poeta es desplegar en la textura misma de su texto las complejidades del "juego" en el que busca la clave de la vida y de la muerte (véanse los versos 808-829).

Verso 741: el resplandor exterior

La mañana del 16 de julio (mientras Shade trabajaba en la sección 698-746 de su poema), el triste Gradus, temiendo otro día de inactividad forzada en una Niza sardónicamente animada, estimulantemente ruidosa, decidió que hasta que el hambre lo expulsara no se movería de un sillón de cuero en un simulacro de vestíbulo entre los olores marrones del hotel mugriento. Hojeó sin prisa una pila de viejas revistas sobre una mesa vecina. Allí estaba sentado, pequeño monumento de taciturnidad, suspirando, hinchando las mejillas, mojándose el pulgar antes de volver una página, con la boca abierta delante de las fotos, y moviendo los labios mientras bajaba por las columnas de letra impresa. Después de volver a acomodar todo en una pila ordenada, se reclinó en el sillón, juntando y separando las manos en las diversas obstrucciones del tedio, cuando un hombre que había ocupado un sillón vecino se levantó y salió al resplandor de afuera abandonando su diario. Gradus se lo puso sobre las rodillas, lo abrió y se quedó helado frente a una extraña noticia local que le saltó a los ojos: habían entrado ladrones en Villa Disa y habían saqueado un escritorio, sacando de un joyero una cantidad de viejas medallas de valor.

Ahí había algo que daba que pensar. Este incidente vagamente desagradable ¿tenía algo que ver con su búsqueda? ¡Debía ocuparse del asunto, telegrafiar al cuartel general? Difícil expresar sucintamente un hecho simple sin que pareciera un criptograma. ¿Enviar por avión un recorte del periódico? Estaba en su habitación recortando el diario con una hoja de afeitar, cuando sonaron unos golpes secos en la puerta. Gradus hizo entrar a un visitante inesperado ¡una de las Sombras más importantes a quien había creído onhava-onhava("lejos, muy lejos") en la salvaje, brumosa, casi legendaria Zembla! ¡Qué pasmosos juegos de prestidigitación opera esta mágica era mecánica con nuestra vieja madre espacio y nuestro viejo padre tiempo!

Era un tipo alegre, quizá demasiado alegre, vestido con una chaqueta de terciopelo verde. Nadie lo quería, pero tenía sin duda un espíritu agudo. Su nombre, Izumrudov, sonaba más bien ruso, pero en realidad significaba "de los Umrud", tribu esquimal que a veces se veía remando en sus umyaks(barcas forradas de piel), en las aguas color esmeralda de nuestras costas septentrionales. Con una amplia sonrisa dijo que el amigo Gradus debía juntar todos sus documentos de viaje, incluso un certificado de salud, y tomar el primer "jet" a Nueva York. Inclinándose, lo felicitó por haber indicado con una clarividencia tan fenomenal el buen lugar y la buena dirección. Sí, después de una minuciosa investigación del botín que Andron y Niagarushka habían recogido en el escritorio de palorrosa de la Reina (¡sobre todo facturas, instantáneas preciosas y esas estúpidas medallas!) apareció una carta del Rey con su dirección que era, entre todos los lugares posibles… Nuestro hombre, que interrumpió al heraldo del éxito para decir que él nunca, fue instando a no demostrar tanta modestia. Izumrudov, torciéndose de risa (la muerte es muy cómica) sacó un pedazo de papel en el que escribió para Gradus el nombre ficticio de su cliente, el nombre de la universidad donde enseñaba, y el de la ciudad donde estaba la Universidad. No, el papel no era para guardarlo. Sólo podía conservarlo mientras lo memorizaba. Ese tipo de papel (utilizado por los fabricantes de macarrones) era no sólo comestible sino delicioso. La alegre aparición verde desapareció sin duda para seguir buscando prostitutas. ¡Cómo detesta uno a esos hombres!

Versos 747-748: un artículo aparecido en una revista acerca de una tal Sra. Z.

Todo el que tenga acceso a una buena biblioteca podría sin duda remontarse fácilmente hasta la fuente de esta historia y descubrir el nombre de la dama; pero esas trivialidades tan insignificantes no están a la altura de la verdadera erudición.

Verso 768: dirección

En este punto quizá divierta al lector mi alusión a John Shade en una carta (de la que afortunadamente he conservado una copia carbónica) que escribí a una corresponsal instalada en el sur de Francia, el 2 de abril de 1959:

"Mi querida: Es usted absurda. No le doy ni le daré, como a nadie, mi dirección privada, no por temor de que me haga una visita, como se complace en imaginar: todo mi correo va a la dirección de mi oficina. Aquí las casas suburbanas tienen buzones abiertos en la calle, y cualquiera puede llenarlos de anuncios publicitarios o robar las cartas que me envían (no por pura curiosidad, se lo aseguro, sino por otros motivos más siniestros). Le mando ésta por avión y le repito con urgencia la dirección que Sylvia le ha dado: Dr. C. Kinbote, KINBOTE (no "Charles X. Kingbot, Esq.") como usted o Sylvia han escrito; por favor, sea más prudente… y más inteligente, Wordsmith University, New Wye, Appalachia, USA.





No estoy enojado con usted, pero tengo toda clase de preocupaciones y estoy con los nervios de punta. Creía -creía profunda y candidamente- en el afecto de una persona que vivía aquí, bajo mi techo, pero he sido herido y traicionado como nunca ocurría en tiempos de mis antepasados, que hubieran podido hacer torturar al ofensor aunque, naturalmente, no deseo hacer torturar a nadie.

Ha hecho aquí un frío terrible, pero gracias a Dios un verdadero invierno nórdico se ha transformado en una primavera meridional.

No trate de explicarme lo que su abogado le dijo, pero haga que él se lo explique al mío que él me lo explicará a mí.

Mi trabajo en la Universidad es agradable y tengo un vecino muy encantador -ahora, mi querida, no suspire ni alce las cejas-›; es un señor muy viejo, en realidad el señor que es autor de ese pasaje sobre el ginkgo en su álbum verde (véase de nuevo -quiero decir que el lector debería ver de nuevo- la nota al verso 49).

Sería más prudente que no me escribiera demasiado a menudo, mi querida."

Verso 782: su poema

Una imagen de "los contrafuertes sombreados de azul y las cimas encremadas de sol" del Monte Blanco es percibida fugazmente a través de la nube de ese poema particular que yo quisiera citar pero que no tengo a mano. La "montaña blanca" del sueño de la dama, que por una errata correspondía a la " fontana blanca" de Shade, hace aquí una aparición temática, confundida por la grotesca pronunciación de la señora.

Verso 802: montaña

El pasaje 797 (segunda parte del verso) -809, en la sexagesimoquinta ficha del poeta, fue compuesto entre el poniente del 18 de julio y el alba del 19. Esa mañana yo había rezado en dos iglesias diferentes (de cada lado, por así decirlo, de mi secta zemblana, no representada en New Wye) y había vuelto a casa caminando en un elevado estado de ánimo. No había nubes en el cielo desencantado y la tierra misma parecía suspirar en espera de Nuestro Señor Jesucristo. Esas mañanas soleadas y tristes siento siempre en mis huesos que existe todavía una posibilidad de no quedar excluido del Cielo y de que me sea concedida la salvación a pesar del barro helado y el horror que hay en mi corazón. Mientras subía con la cabeza gacha por el sendero de grava de mi pobre casa alquilada, escuché con absoluta claridad, como si estuviera de pie, junto a mi hombro, y elevando la voz como si hablara a un hombre ligeramente sordo, la voz de Shade que decía: "Venga esta noche, Charlie". Miré a mi alrededor con temor y asombro: estaba absolutamente solo. Telefoneé en seguida. Los Shade habían salido, dijo la ancillulamofletuda, una odiosa admiradora que iba a cocinarles los domingos y que sin duda soñaba con que el viejo poeta la mimara el día que se quedase sin mujer. Volví a telefonear dos horas más tarde; me atendió, como de costumbre, Sylvia; insistí en hablar con mi amigo (nunca le transmitían mis "mensajes"), lo conseguí y le pregunté con la mayor calma posible qué habían estado haciendo alrededor de mediodía, cuando le oí como un gran pájaro en mi jardín. Shade no podía recordar nada, me dijo que esperase un minuto, que había estado jugando al golf con Paul (poco importa quién era) o por lo menos había mirado jugar a Paul con otro colega. Exclamé que debía verlo esa noche y de pronto, sin razón alguna, me eché a llorar, inundando el teléfono y tratando de recobrar el aliento, paroxismo que no se había producido desde que Bob me dejó el 30 de marzo. Hubo un conciliábulo agitado entre los Shade y después John me dijo: -Escuche, Charles, salgamos a hacer una buena caminata esta noche, lo encuentro a las ocho. -Era la segunda buena caminata desde el 6 de julio (aquella insatisfactoria conversación sobre la naturaleza); la tercera, el 21 de julio, sería excesivamente breve.