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Cuando en el curso de una caminata nocturna, en mayo o junio de 1959, le ofrecí a Shade todo este maravilloso material, me miró curiosamente y dijo:

- Todo eso está muy bien, Charles. Pero hay sólo dos cuestiones. ¿Cómo sabe usted que todas esas cosas íntimas acerca de su horrible rey son verdaderas? Y si son verdaderas, ¿cómo se puede confiar en publicar esas cosas personales de gentes que posiblemente todavía viven?

- Mi querido John -le contesté suavemente y con insistencia-, no se preocupe de esas tonterías. Una vez que usted lo transmute en poesía, todo eso será cierto, y los personajes estarán vivos. La verdad purificada del poeta no puede causar dolor ni ofensa. El arte verdadero está por encima del falso honor.

- Claro, claro -dijo Shade-. Uno puede enjaezar las palabras como se enjaezan a las pulgas amaestradas para que tiren de otras pulgas. Claro.

- Y además -proseguí mientras bajábamos por el camino para caer en un vasto atardecer-, en cuanto su poema esté listo, en cuanto la gloria de Zembla se confunda con la gloria de sus versos, pienso revelarle una última verdad, un secreto extraordinario que le dejará la conciencia absolutamente tranquila.

Verso 469: su pistola

Mientras volvía a Ginebra, Gradus se preguntaba cuándo podría usar esa pistola. La tarde era insoportablemente calurosa. El lago se había cubierto de escamas de plata con algunos reflejos de nubes tormentosas. Como muchos viejos vidrieros, podía deducir con bastante exactitud la temperatura del agua por ciertos indicios de brillo y movimiento, y ahora calculaba que estaría por lo menos a 23 grados. En cuanto llegó al hotel, hizo un llamado de larga distancia a sus cuarteles generales. Resultó una experiencia terrible. Suponiendo que llamaría menos la atención que un lenguaje BIC ( Behind the Iron Curtain, detrás de la cortina de hierro), los conspiradores sostenían sus conversaciones telef nicas en inglés, en inglés chapurrado, para ser exactos, con un solo tiempo, sin artículos y con dos pronunciaciones, las dos falsas. Además, al seguir el astuto sistema (inventado en el principal país del otro lado de la cortina) de utilizar dos series diferentes de palabras clave -por ejemplo, el cuartel general decía "bureau" por "rey" mientras que Gradus decía "carta"-, aumentaba enormemente la dificultad de comunicación. Cada lado finalmente había olvidado el sentido de ciertas frases pertenecientes al vocabulario del otro, con el resultado de que sus conversaciones enmarañadas y costosas combinaban las charadas con una carrera de obstáculos en la oscuridad. El cuartel general creyó entender que se podrían conseguir las cartas del Rey por las que se sabría dónde estaba, irrumpiendo en Villa Disa y registrando el escritorio de la Reina; Gradus, que no había dicho nada de eso, sino que simplemente había tratado de informar acerca de los resultados de su visita a Lex, se llevó un disgusto al enterarse de que en lugar de buscar al Rey en Niza, debía esperar en Ginebra un pedido de salmón en lata. Pero algo quedó bien en claro: la próxima vez no debía telefonear, sino telegrafiar o escribir.





Verso 470: negro

Hablábamos un día de prejuicios. Un poco antes, almorzando en el club de profesores, el invitado del profesor H., un decrépito profesor jubilado de Boston -a quien su huésped describía con profundo respeto como "un auténtico patricio, un verdadero brahmán de sangre azul" (el abuelo del brahmán vendía tiradores en Belfast)-, había llegado a decir con toda naturalidad y afabilidad, aludiendo a los orígenes de alguien no muy simpático, a quien acababan de contratar en la biblioteca del College, "uno de la raza elegida, dicen" (dicho con un pequeño resoplido de confortare fruición); tras de lo cual el profesor asistente Misha Gordon, músico pelirrojo, replicó sin rodeos que "desde luego, Dios podía elegir a su pueblo, pero el hombre debería elegir sus expresiones".

Mientras volvíamos, mi amigo y yo, a nuestros castillos adyacentes, bajo esa especie de garúa de abril que en uno de sus poemas líricos llama:

un rápido esbozo de la primavera,

Shade dijo que lo que más detestaba en la tierra eran la vulgaridad y la brutalidad, y que la unión ideal de ambas se encontraban en los prejuicios raciales. Dijo que, como hombre de letras, no podía menos que preferir la expresión "Es un judío", a "Es un israelita", y "Es un negro" a "Es un hombre de color"; pero añadió inmediatamente que esta manera de referirse a la vez a dos especies de prejuicios era un buen ejemplo de asimilación descuidada o demagógica (muy explotada por la gente de izquierda), puesto que suprimía la distinción entre dos infiernos históricos: la persecución diabólica y las bárbaras tradiciones de la esclavitud. Por otra parte (admitía) las lágrimas de todos los seres humanos maltratados a través de la desesperanza de los tiempos eran matemáticamente iguales; y quizá (pensaba) no era muy errado descubrir un parecido de familia (contracción de las simiescas narinas, embotamiento repugnante de la mirada) entre el linchador del país del jazmín y el antisemita místico cuando se encuentran bajo el influjo de su obsesión favorita. Dije que un joven negro a quien había tomado como jardinero (véase nota al verso 998) -poco después de despedir a un inquilino inolvidable (véase el prólogo)- usaba invariablemente la expresión "hombre de color". Como persona habituada a manejar palabras viejas y nuevas (observó Shade), se oponía enérgicamente a este epíteto no sólo porque se prestaba a error en el plano artístico, sino también porque su sentido dependía demasiado de la aplicación y de quien la aplicaba. Muchos negros competentes (admitió) consideraban que era la única palabra digna, emocionalmente neutra y éticamente inofensiva; su aprobación obligaba a los no negros decentes a seguir el ejemplo, y a los poetas no les gusta que los obliguen a seguir; pero la gente bien educada adora aceptar las cosas y ahora utiliza "hombre de color" en lugar de "negro", como " nude" en lugar de " naked" o "transpiración" en lugar de "sudor"; aunque naturalmente (concedió) puede ocurrir a veces que el poeta acoja con alegría el hoyuelo de una grupa en un " nude" (desnudo) o el debido perlado en "transpiración". También se lo ha utilizado (continuó) como eufemismo burlón en una anécdota sobre negros cuando el "caballero de color" dice o hace algo divertido (hermano inesperado aquí del "caballero hebreo" de los cuentos Victorianos).

Yo no había comprendido muy bien su objeción artísticaa "color". Me la explicó así: En las primeras obras científicas sobre flores, pájaros, mariposas, etc., las figuras eran pintadas a mano por diligentes acuarelistas. En las publicaciones defectuosas o prematuras las figuras de ciertas planchas quedaban en blanco. La yuxtaposición de las palabras "un blanco" y "un hombre de color" siempre recordaba a mi poeta, con tanta fuerza como para suprimir el sentido aceptado, una de esas siluetas que uno tenía ganas de llenar con los colores apropiados: el verde y el púrpura de una planta exótica, el azul liso de un plumaje, la raya geranio de un ala festoneada. "Además -dijo-, nosotros los blancos, no somos nada blancos, somos morados al nacer, después rosá té y más tarde de toda clase de colores repugnantes."