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Verso 12: la tierra de cristal.

Quizá una alusión a Zembla, mi querida patria. Después de esto, no estoy del todo seguro de haber descifrado correctamente el borrador descosido, medio borrado:

Ah, no debo olvidar de decir algo

que mi amigo me contó de cierto rey.

¡Ay, hubiera dicho mucho más si cierta anticarlista de su medio familiar no hubiera controlado cada línea que él le comunicaba! Más de una vez lo reprendí en tono de broma:

- ¡Debería prometerme de veras que usará todo ese material maravilloso, mal poeta con canas! -Y los dos nos moríamos de risa como chicos. Pero luego, después de la inspiradora caminata vespertina, teníamos que separarnos y la noche amenazadora levantaba el puente levadizo entre su fortaleza inexpugnable y mi humilde morada.



El reinado de ese Rey (1936-1958) será recordado al menos por algunos historiadores sagaces por pacífico y elegante. Gracias a un fluido sistema de sensatas alianzas, Marte nunca ensombreció los anales de su tiempo. En el plano interno, mientras la corrupción, la traición y el Extremismo no penetraron en él, la Plaza del Pueblo (parlamento) funcionó en perfecta armonía con el Consejo Real. En efecto, la armonía era la contraseña del reino. Florecían las bellas artes y la ciencia pura. Se permitía el desarrollo de la tecnología, la física aplicada, la química industrial, etc. Un pequeño rascacielos de vidrio ultramarino se levantaba lentamente en Onhava. El clima parecía mejorar. Los impuestos se habían convertido en una obra de arte. Los pobres se enriquecían un poco y los ricos se empobrecían un poco (con arreglo a lo que algún día se llamará quizá la ley de Kinbote). La asistencia médica se iba extendiendo a los confines del Estado; cada otoño, en su viaje por el país, cuando los fresnos alpestres se cargaban de frutos coral y los charcos tintineaban como mica, era cada vez menos frecuente que el cordial y elocuente monarca fuera interrumpido por un acceso de tos ferina en medio de una multitud de escolares. El paracaidismo había llegado a ser un deporte popular. Todo el mundo, en una palabra, estaba contento -incluidos los agitadores políticos que provocaban alegremente una agitación pagada por un Sosedcontento (el gigantesco vecino de Zembla). Pero no sigamos con este tema fastidioso. Para volver al Rey: tomemos por ejemplo el problema de la cultura personal. ¿Cuántas veces se han dedicado los reyes a alguna investigación especial? Entre ellos, los conquiliologistas se pueden contar con los dedos de una mano mutilada. El último rey de Zembla -en parte por influencia de su tío Conmal, el gran traductor de Shakespeare (véanse notas a los versos 39-40 y 962")-, a pesar de sus frecuentes jaquecas se entregó apasionadamente al estudio de la literatura. A los cuarenta años, no mucho antes de la caída de su trono, había alcanzado tal grado de erudición que se atrevió a acceder al ronco pedido de su venerable tío moribundo: -¡Enseña, Karlik! -Desde luego, hubiera sido indecoroso que un monarca apareciera con la toga profesoral en una cátedra universitaria para presentar a rosados jóvenes el Fi

Durante esos períodos de enseñanza, Charles Xavier se impuso la costumbre de dormir en un pied-à-terreque había alquilado, como lo hubiera hecho cualquier ciudadano erudito, en la calle Coriolanus: un estudio encantador, con calefacción central, cuarto de baño y cocinita. Uno recuerda con nostálgico placer su alfombra gris claro y las paredes gris perla (una de ellas ornada por una copia solitaria del Chandelier, pot et casserole émailée, de Picasso), un anaquel de poetas encuadernado en cuero de becerro, y un diván de apariencia virginal bajo su manta de imitación piel de panda. ¡Qué lejos de esta límpida simplicidad parecían el palacio y la odiosa Sala del Consejo con sus problemas insolubles y sus consejeros aterrados!

Verso 17: Y después el doble azul gradual; Verso 29: gris.

Por una extraordinaria coincidencia (inherente quizá a la índole contrapuntística del arte de Shade) nuestro poeta parece nombrar aquí (gradual, gris) a un hombre a quien vería durante un instante fatal tres semanas más tarde, pero cuya existencia no podía haber conocido en ese momento (2 de julio). Jakob Gradus utilizaba varios nombres: Jack Degree o Jacques de Grey, o James de Gray, y aparece también en los prontuarios policiales como Ravus, Ravenstone y d'Argus. En su morbosa preferencia por la Rusia rubicunda de la era soviética, sostenía que el verdadero origen de su nombre debía buscarse en la palabra rusa que significa uva, vinograd,convertida, gracias al añadido de un sufijo latino, en Vinogradus. Su padre, Martin Gradus, había sido pastor protestante en Riga, pero aparte de él y de un tío materno (Roman Tselovalnikov, oficial de policía y miembro a tiempo parcial del partido social-revolucionario), el resto del clan parece haberse dedicado al comercio de bebidas alcohólicas. Martin Gradus murió en 1920 y su viuda se trasladó a Estrasburgo donde murió también en seguida. Otro Gradus, comerciante alsaciano que, cosa extraña, no tenía ningún parentesco con nuestro asesino pero había mantenido una relación comercial bastante estrecha con sus padres durante años, adoptó al muchacho y lo crió con sus propios hijos. Parecería que en cierto momento el joven Gradus estudió farmacología en Zurich, y en otro viajó por brumosos viñedos como degustador ambulante de vinos. Lo encontramos después metido en actividades subversivas: imprimiendo panfletos atrabiliarios, haciendo de mensajero para oscuros grupos sindicalistas, organizando huelgas en fábricas de vidrio, y esa clase de cosas. En los años cuarenta vino a Zembla como vendedor de aguardiente. Allí se casó con la hija de un tabernero. Sus relaciones con el partido extremista datan de los primeros y feos manejos de éste, y cuando estalló la revolución, sus modestos dones de organizador fueron un tanto apreciados en diversos servicios. Su partida a Europa occidental, con un sórdido propósito en el corazón y una pistola cargada en el bolsillo, ocurrió el mismo día en que un inocente poeta en un inocente país comenzaba el Canto Segundo de Pálido fuego. Acompañaremos constantemente a Gradus en pensamiento, mientras se abre camino desde la distante y triste Zembla hasta la verde Appalachia, todo a lo largo del poema, siguiendo el camino de su ritmo, desfilando en una rima, deslizándose alrededor de un encabalgamiento, respirando con la cesura, balanceándose hasta el pie de la página de verso en verso como de rama en rama, escondiéndose entre dos palabras (véase la nota al verso 596), reapareciendo en el horizonte de un nuevo canto, acercándose regularmente con paso yámbico, cruzando calles, subiendo con la valija la escalera mecánica del pentámetro, bajando, abordando un nuevo tren de pensamiento, entrando en el vestíbulo de un hotel, apagando la lámpara de la mesa de luz, mientras Shade borra una palabra, y durmiéndose mientras el poeta deja la pluma por la noche.