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Sus ojos me imploraban con tanta amistad, que no pude resistirme; mi rechazo lo hubiera herido. Le expresé, pues, mi consentimiento, aunque pidiéndole su palabra de que él vendría a acompañarme a Khabarovsk cuando nuestra expedición hubiese terminado. Él consintió a su vez. Resolvimos también ir por la primavera a las orillas del Lefu a la búsqueda de las preciosas raíces. Dersu añadió todavía algunos leños al fuego. La llama se elevó brillante, aclarando con su resplandor rojizo las zarzas y las rocas del litoral, testimonios silenciosos de nuestro pacto y de nuestras obligaciones mutuas.

Pero una pequeña franja rosa apareció en el horizonte: el alba iba a llegar. Los tizones humeaban, pareciendo absorber el fuego.

—¿Y si echáramos un sueñecito? —propuse a mi compañero.

Él se levantó para reajustar la tienda. Después nos acostamos sobre la misma manta y dormimos con un sueño de plomo.

El sol se había levantado hacía mucho tiempo cuando, por fin, nos despertamos. El agua de los lagos estaba cubierta de una delgada capa de hielo donde las zarzas de la orilla se reflejaban como en un espejo. Tomamos aprisa el té con carne fría, antes de recoger nuestros efectos para volver al campamento principal. Encontramos allí a todo el mundo reunido. Arinin había tenido la suerte de matar un ternero marino; Zakharov, por su parte, había abatido una otaria.Así que estábamos provistos de una reserva apreciable de piel y de carne.

Como quedamos en el lugar del 12 al 16 de noviembre, los soldados aprovecharon para coger murtillas y piñas de cedro. Dersu llevó a los udehéslas dos pieles en bruto y consiguió cambiarlas por una piel de alce teñida. Pidió a las mujeres indígenas que nos cortaran los pedazos necesarios para zapatos y nosotros mismos los fabricamos, cada uno a su medida.

En la mañana del 17, abandonamos el Nakhtokhú para regresar hacia el pueblo de nuestros viejos creyentes. Al partir, eché una última mirada al mar, esperando ver asomar la barca de Khei-Ba-Tú. Pero el mar permanecía desierto. Como el viento venía del continente, la superficie marítima estaba toda en calma cerca de la costa y muy agitada en alta mar. Tuve que resignarme y ordené la partida. Era penoso volver sobre nuestros pasos, pero no teníamos otro remedio. Nuestro regreso se hizo sin incidentes y llegamos al Kussún el 23 de noviembre.

29

Nueva campaña de invierno

Después de un corto reposo entre los ribereños del Kussún, me propuse continuar nuestro avance; pero estos indígenas me aconsejaron pasar la noche en sus fanzas.Los udehésme aseguraron que después de la larga calma y de las continuas heladas había que prever un viento violento. Los chinos establecidos en esta región parecían a su vez muy alarmados y arrojaban constantemente miradas hacia el oeste. Cuando les preguntaba por qué estaban preocupados, estas gentes me señalaron la cresta del Kiamo cubierta de nieve. Me di cuenta entonces de que las cimas de ese macizo montañoso, visibles hasta entonces con gran nitidez, no presentaban sino contornos vagos: las montañas tenían el aspecto de echar humo. Según los indígenas, el viento tardaría dos horas en franquear el espacio que se extendía entre la cresta y el borde del mar.





Los chinos tuvieron cuidado de sujetar los techos de sus casas a los tocones y los troncos vecinos, mientras que los graneros primitivos, donde se amontonaba el trigo, fueron recubiertos de redes trenzadas con hierbas.

Hacia las dos de la tarde se levantó en efecto un viento que empezó soplando débil y regularmente, pero que iba creciendo cada vez más. Se acompañó de una bruma donde se entremezclaban la nieve, el polvo y el follaje seco, que se elevaba en torbellinos. Hacia la noche, la tempestad llegó a su punto culminante. Salí afuera, provisto de mi anemómetro, para medir la fuerza del viento, pero una ráfaga rompió la rueda del aparato y estuvo a punto de derribarme. Vagamente, pude ver volar en el aire una plancha y una pieza de corteza que un golpe de viento había arrancado de un techo. Una arba [32]colocada cerca de la fanza,rodó sola a través del patio y acabó por ser empujada contra un vallado. De una muela de heno poco sólida, no quedó en pocos minutos ningún vestigio.

El viento se apaciguó hacia la mañana. Ráfagas aisladas alternaron con períodos de calma. Cuando se hizo de día, no pude reconocer el lugar: una de las fanzasestaba demolida hasta los cimientos; otra, tenía un muro hundido. Numerosos árboles desraizados obstruían el suelo.

Hubiéramos tenido que avanzar, pero no teníamos muchas ganas. Mis compañeros estaban fatigados y los chinos, por otra parte, nos colmaban de atenciones. Así que decidí que pasaríamos una segunda noche con ellos. Aquello fue lo mejor: la misma noche, un joven udehécorrió desde el litoral para darnos la noticia feliz del retorno de nuestro batelero, llegado sano y salvo con todos nuestros efectos. Mis compañeros lanzaron hurras y cambiaron apretones de manos. Nuestra alegría, bien justificada, era tal que yo mismo estuve a punto de danzar.

Desde el alba, estábamos todos al borde del mar. Tan feliz como nosotros, nuestro batelero fue rodeado por los soldados, que lo asaltaron a preguntas. He aquí lo que supimos: el fuerte viento continental, había rechazado su embarcación hacia Sakhaline. Pero Khei-Ba-Tú no perdió la cabeza y se esforzó en costear las orillas de esta isla, sabiendo que de otro modo su barco se arriesgaba a ser arrastrado hacia el Japón. A continuación, consiguió llegar con su barca al continente, a una longitud más alta, y redescendió hacia el sur, navegando a lo largo de la costa. Sabiendo por los ribereños del Nakhtokhú que nosotros habíamos partido para el Amagú, él continuó su periplo, tratando de alcanzarnos. No se había detenido más que la antevíspera para dejar pasar la tempestad y tardó a continuación un día en ganar el Kussún.

Yo hice inmediatamente un nuevo proyecto: remontar todo el Kussún y franquear la cresta del Sijote-Alin, para llegar al río Bikin. Poseíamos entonces todo lo necesario: provisiones, instrumentos, vestimenta abrigada, calzado, equipamiento y cartuchos.

El batelero resolvió, por su parte, pasar el invierno al borre del Kussún. La navegación marítima se hacía difícil; mucho hielo venía a flotar cerca de la costa y las desembocaduras de los ríos estaban ya congeladas.

Los soldados descargaron el barco sin tardanza. Después de haber quitado las velas, el mástil y el timón, lo sacaron del agua para ponerlo sobre rodillos de madera, que apuntalaron de los dos lados con estacas.

Desde el día siguiente, nos ocupamos de procurarnos pequeños trineos. Los indígenas nos proporcionaron tres y nosotros mismos construimos los otros tres. Zakharov y Arinin eran bastante buenos carpinteros. Dos jóvenes udehésfueron contratados para ayudarles, y Dersu se encargó de la dirección general de los trabajos. Todas sus observaciones eran prácticas. Habituándose pronto a sus instrucciones, los soldados no le contradijeron en nada y no hicieron más que lo que él aprobaba de antemano. Este trabajo duró diez días. Hicimos amistad con los udehésdel Kussún y aprendimos a conocer el rostro y el nombre de cada uno de ellos.