Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 68 из 85

Nuestro camino nos llevó, en seguimiento de las gallinas, hacia la fanzade un viejo udehéllamado Lurl. Su familia se componía de cinco hombres y cuatro mujeres. Los indígenas de esta región no se ocupan por sí mismos de sus huertos, prefiriendo contratar para esta tarea a hortelanos chinos. Sus ropas son medio chinas, medio udehésy el lenguaje que hablan es habitualmente el chino, pero recurren a su propio idioma para contarse sus secretos. Hacía unos cuarenta años, los udehéshabían pululado sobre el litoral. Según una frase pintoresca del viejo Lurl, los cisnes blancos se volvían negros durante su vuelo desde el Kussún a la bahía de Santa Olga, como consecuencia del humo que salía de las tiendas de todo el poblado.

Sobre la orilla del Kussún encontramos un viejo remero manchú que respondía al nombre de Khei-Ba-Tú, que significa «el decano marítimo». Era un marino hábil, habituado desde su infancia a navegar por el Mar del Japón. Su padre, que se ocupaba igualmente de trabajos marítimos, había enseñado la navegación al hijo adolescente. Este, instalado anteriormente sobre la costa meridional de la región ussuriana, se había trasladado en aquellos últimos años hacia el norte. Tchan-Bao persuadió a aquel viejo para que nos acompañase a lo largo del litoral, acordándose que los udehésaportarían al día siguiente nuestros efectos al estuario del Kussún para embarcarlos por la noche a bordo del barco de Khei-Ba-Tú.

Me levanté a primera hora y empecé inmediatamente a organizar la partida, conociendo por experiencia la lentitud de los indígenas para ponerse en ruta, si no se les estimula un poco. No me equivoqué. Los udehésprocedieron primero a reparar sus zapatos y después sus barcos; así que no pudimos partir hasta el mediodía.

En los bordes del Kussún, tuvimos que despedirnos de Tchan-Bao, llamado nuevamente por ciertos motivos hacia Sanhobé. Rehusó toda remuneración pecuniaria y me prometió su ayuda para el año siguiente, si yo volvía por el litoral. Nos estrechamos la mano antes de separarnos y de partir, yo hacia el oeste y él hacia el sur.

En otoño, las jornadas al borde del mar son tan cálidas, que se puede marchar simplemente en camisa; pero por la noche, hay que envolverse en mantas forradas. Ordené, pues, embarcar todas nuestras vestimentas abrigadas para expedirlas por mar; así no teníamos que llevar más que nuestras raciones para un día y nuestras armas. Khei-Ba-Tú debía conducir su barco a la desembocadura del Tahobé, donde nos proponíamos reunimos con él.

Las orillas de ese estuario están cubiertas de una selva rala donde crecen el olmo, el tilo, la encina y el abedul negro. Un poco aguas arriba, aproximadamente a dos kilómetros de la costa, hay espacios más despejados, llanos y aptos para la colonización. Fue allí donde encontramos una pequeña fanzacuyos habitantes me parecieron udehés,si bien por la noche me explicaron que pertenecían a la tribu de los solones.

El aspecto de mis nuevos amigos no los distinguía mucho de otros indígenas ussurianos. Me parecieron solamente un poco más pequeños y huesudos, siendo también más móviles y expansivos. Aquellas gentes hablaban sea el chino sea un dialecto especial donde se mezclaban el solóny el gold.Su vestimenta no difería tampoco de la udehé,siendo quizá menos abigarrada y adornada. La familia de nuestros huéspedes estaba formada por diez miembros. Les preguntamos cómo se habían trasladado desde Manchuria a esta región, y nos hicieron el relato siguiente:

Instalados primero sobre el Sungari, abandonaron ese río y fueron al río Khor, afluente del Ussuri, para cazar allí. Pero cuando las numerosas bandas de hundhuzeshicieron su aparición, el gobierno chino envió tropas para combatir a esos bandidos. La familia de los solonesse encontró entonces entre dos fuegos: por una parte, estaba atacada por los hundhuzesmientras que por la otra las tropas gubernamentales se complacían en ensañarse en todo el mundo, sin distinción. Nuestros amigos huyeron entonces hacia el Bikin, para franquear a continuación el Sijote-Alin e instalarse finalmente sobre la costa.

Nosotros dedicamos las cuatro jornadas siguientes a explorar los ríos Tahobé y Kumukhú. El más joven de nuestros huéspedes, llamado Datzarl, robusto e imberbe, nos ofreció sus servicios de guía. Tenía una actitud orgullosa y consideraba a nuestros tiradores con cierta altanería. No pude dejar de notar la ligereza de su marcha, así como la agilidad y soltura de sus movimientos.

En la mañana del 23 de octubre, nos pusimos en ruta y costeamos la orilla izquierda del curso de agua. Yo marchaba a la cabeza con Dersu y Datzarl; los dos soldados, Zakharov y Arinin, venían a continuación. Una ardilla se cruzó en nuestro camino. Sentada sobre las patas traseras, la cola levantada sobre el lomo, el animalillo roía una piña de cedro. Al acercarnos, trepó rápidamente sobre un árbol, llevándose su comida, y nos miró de arriba a abajo con curiosidad. El solónse deslizó con pasos cautelosos hacia el cedro y golpeó violentamente el tronco con su bastón, dando un grito. La ardilla, atemorizada, dejó caer su piña y trepó aún más arriba. Era lo que esperaba Datzarl; recogiendo la piña, siguió su camino sin ninguna consideración por la bestezuela ofendida. Esta saltaba de rama en rama, agitándose para expresar su protesta contra aquel acto de pillaje cometido en pleno día. Todos nos reímos de buena gana y Dersu resolvió que en adelante recogería nueces según esa moda que no conocía todavía. Pero antes dirigió a la ardilla palabras de consuelo:





—No debes enfadarte. Nosotros andamos por tierra. ¿Cómo podríamos encontrar piñas? Mientras que tú, encaramada allá arriba, estás rodeada de ellas.

Y a continuación señaló con la mano el follaje del gran cedro.

Durante toda la jornada, el aire estuvo velado de bruma; las nubes, tan pronto pesadas y sombrías como vaporosas, cubrían el cielo como un encaje. Las «coronas» que aparecieron alrededor del sol se redujeron cada vez más para fundirse en una mancha opaca. El bosque quedó en calma, si bien el viento se puso a agitar las cimas de los árboles. Dersu y Datzarl parecieron inquietarse por esto y se hablaban a menudo, observando el cielo.

—Es malo —hice notar yo—, este viento que comienza a soplar del mediodía.

—No —rectificó gravemente el gold—. Aquélla es su dirección —agregó, indicando el nordeste.

Creí que se equivocaba e hice objeciones.

—¡Pero, mira los pájaros! —exclamó Dersu—. Ya ves que vuelven el pico al viento.

En efecto, una corneja, encaramada sobre un abeto vecino, tenía la cabeza vuelta hacia el nordeste. Para ella, era la posición más ventajosa, ya que el viento venía a deslizarse sobre sus plumas. Si ella le hubiera presentado el flanco o la cola, el viento habría penetrado bajo su plumaje y hubiera helado al pájaro.

Hacia la noche, el cielo se oscureció completamente, mientras la temperatura subía de dos a veinte grados. Este era otro síntoma desfavorable. Para prepararnos a cualquier eventualidad, instalamos muy sólidamente nuestras tiendas y recogimos más madera que de costumbre. Pero nuestras aprensiones fueron inútiles y la noche transcurrió en paz.