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—Jamás he visto a estos hombres en masa. A veces me ha ocurrido encontrarlos de uno en uno. ¿De dónde pueden haber salido en tal cantidad?

Atrapé uno de aquellos insectos y pude convencerme de que era un representante muy raro de esta fauna del período terciario, que sobrevive todavía en la región ussuriana. Pardo, con el dorso peludo, con mandíbulas desarrolladas y curvadas hacia arriba, recordaba mucho al coleóptero llamado leñador,pero tenía los bigotes más curvos. Su longitud era de 9,5 centímetros, con una anchura de 3 centímetros a la altura del tórax. Empleamos bastante tiempo en luchar contra estos insectos y no recobramos la paz hasta después de medianoche.

23

Inundación

Proseguimos nuestra marcha hacia el norte andando a lo largo de la cresta. Después, volvimos a descender el monte Ostraya y encontramos una pequeña fuente que nos condujo hacia el río Bilihe. Después de haber hecho pacer a nuestros mulos, remontamos ese curso de agua, que alcanza una longitud de alrededor de noventa kilómetros y cuyas fuentes se encuentran en los montes del Sijote-Alin. De los dos lados, los bosques son tan espesos que el río parece correr por un pasillo verde. En muchos sitios, los árboles inclinados se entrelazan por encima de la corriente y forman arcadas pintorescas. Todos esos días hizo un tiempo desapacible, frío y húmedo. Los árboles tenían el aspecto de llorar; gruesas gotas caían de sus ramas y hasta los mismos troncos estaban mojados.

En el valle, que se estrechaba cada vez más, encontramos varias fanzasabandonadas. La clase de instalación demostraba que servían solamente de asilo de invierno a los cazadores de cibelinas. Hicimos un corto alto en la última de esas casitas y llegamos hacia mediodía a las fuentes del río. Nuestro sendero hacía largo tiempo que había desaparecido y avanzábamos sin rumbo, pasando a menudo de una orilla a la otra.

Yo tenía la intención de franquear el Sijote-Alin para descender a lo largo del río Kuliumbé, pero Dersu y Tchan-Bao me dijeron que había que esperar lluvias violentas. Así que el goldme aconsejó que tratáramos de regresar a las fanzasde caza. Aquello me pareció razonable y regresamos el mismo día. Desde la mañana, una espesa niebla cubría el paso de la montaña, transformándose después en nubes gruesas que venían lentamente a franquear la cresta. Dersu y Tchan-Bao avanzaban los primeros, elevando a menudo miradas hacia el cielo y hablando entre ellos. La experiencia me había enseñado que Dersu se equivocaba raramente. Si estaba inquieto, no podía ser más que por una razón seria.





Hacia las cuatro de la tarde, alcanzamos la primera de las fanzas.En aquel momento, una nueva bruma vino a envolvernos, y era tan espesa que parecía infranqueable. Aceleramos el paso y llegamos hacia el crepúsculo a una segunda fanza,más confortable y espaciosa. En pocos minutos, la hicimos habitable. Los objetos esparcidos por el suelo se pusieron en un rincón, el suelo fue barrido y se encendió fuego en el hogar. Pero, sea a causa de la bruma, sea porque hacía tiempo que no se había encendido fuego, no se estableció corriente de aire en la chimenea y la fanzaentera se llenó de humo. Hubo que empezar por servirse de tizones ardientes para dejar la chimenea en buen estado. Solamente a la noche, cuando la oscuridad se hizo completa, la chimenea tiró a pedir de boca, calentando poco a poco los kangs.Los soldados encendieron también una gran hoguera al aire libre, prepararon té y se entretuvieron charlando y riendo. Dersu y Tchan-Bao se sentaron cerca de otra hoguera, fumando en silencio sus pipas. Después de haberlos consultado, resolví proseguir nuestro camino al día siguiente, en el caso de que no lloviera demasiado fuerte. Era necesario, costara lo que costase, franquear el paso denominado Los Carrillos; si no, en caso de crecida, nos veríamos forzados a hacer un largo rodeo a través de las colinas rocosas llamadas Oncu Tchugdyni,lo que en udehésignifica «la morada del diablo». La noche pasó tranquilamente. Era todavía oscuro cuando Tchan-Bao despertó a todo el mundo. Tenía el talento de adivinar la hora sin consultar el reloj.

Tomamos de prisa el té y partimos antes de salir el sol. Por otra parte, a juzgar por la hora, el astro debía haber salido hacía algún tiempo, pero el cielo permanecía gris y tristón. Las montañas estaban veladas por una niebla que podía también ser una bruma lluviosa. En efecto, pronto cayó la lluvia, pero el chapoteo fue además acentuado por otro ruido, que venía de no sé dónde.

—Esto empieza —acotó Dersu, mostrando el cielo. A través de un desgarrón súbito de la niebla, vi distintamente el movimiento de nubes que corrían rápidamente hacia el noroeste. Muy pronto estuvimos literalmente empapados. Como no había nada que hacer y la lluvia no podía detenernos más, preferimos no contornear los acantilados y descendimos hacia el río, para costearlo marchando sobre un banco pedregoso. Todos estaban de buen humor; los soldados no hacían más que reír y empujarse unos a otros en el agua. A las tres de la tarde, salimos por fin del estrecho desfiladero, dejando así detrás nuestro la región peligrosa. En el bosque, no tuvimos que sufrir el viento; pero cada vez que nos aproximábamos al río, nos resentíamos del frío. A las cinco, encontramos la cuarta fanza,construida al borde de un pequeño brazo del río. Corría del lado izquierdo, paralelamente al curso de agua principal. Vadeando éste, instalamos nuestro campamento por la noche. Mientras los soldados se atareaban cerca de la fanza,Tchan-Bao y yo ascendimos a una colina vecina, desde donde se podía ver lo que pasaba en el valle del Bilihe. Un viento fuerte e irregular, que venía del mar, nos traía una niebla que rodaba por tierra, formando torbellinos parecidos a olas gigantes, para ir a mezclarse en la montaña con las nubes lluviosas.

Al crepúsculo, volvimos a la fanza,donde una hoguera estaba ya encendida. Me extendí sobre el lecho, pero no pude dominarme en seguida. El viento azotaba las ventanas; en algún sitio, por encima de mí, sin duda sobre el techo, se escuchaban los crujidos de la corteza; el ulular del viento y una especie de gemido, que podían provenir sea de la lluvia, sea de las zarzas y los árboles, invadidos por el frío, se amplificaban. La tempestad siguió desenfrenada toda la noche.

La mañana del 10 de agosto, fui despertado por un ruido violento, y no tuve necesidad de salir para comprender lo que era. Llovía torrencialmente; ráfagas de viento impetuoso sacudían la fanzahasta los cimientos. Me vestí de prisa y abandoné la casa. Afuera pasaba algo inimaginable. La lluvia, la niebla y las nubes iban al unísono. Cedros inmensos se balanceaban a derecha e izquierda, pareciendo lamentarse sobre su suerte. Percibí a Dersu andando por el borde del río y examinando con atención el agua.

—¿Qué haces ahí? —le pregunté.

—Miro las piedras; el agua sube —respondió, y prorrumpió en invectivas contra aquel chino que había construido su fanzatan cerca del río. Sólo en aquel momento, me di cuenta de que la vivienda estaba efectivamente situada sobre la orilla baja del curso de agua y podía fácilmente ser sumergida por una crecida del río.