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Hacia mediodía, Dersu y Tchan-Bao tuvieron una corta conversación y fueron al bosque. Me endosé mi impermeable para seguirlos y los encontré cerca de la colina que yo había escalado la víspera. Recogían leña, y la amontonaban. Me asombró verles preparar este combustible tan lejos de la fanza,pero no quise estorbarles y trepé a la colina. En vano había contado con ver otra vez el valle del Bilihe; no percibí nada, salvo la lluvia y la niebla. Cortinas lluviosas, avanzando en el aire como trombas, atravesaban el bosque. Después de un momento de calma, la tempestad parecía recuperarse y redoblaba su furor. Transido de humedad y de frío, regresé a la fanzay envié a Dersu mis soldados para traer la leña recogida. Pero, a su regreso, me anunciaron que Dersu y Tchan-Bao habían rehusado su ayuda. Sabiendo que cada acto del goldtenía un motivo justificado, fui yo mismo, acompañado de mis soldados, a remontar el brazo del río para buscar combustible. Al cabo de unas dos horas, Dersu y Tchan-Bao volvieron a la fanzacon las ropas empapadas y se desnudaron para secarse cerca del fuego.

Antes del crepúsculo, salí todavía una vez para observar la crecida. Como el agua subía lentamente, no era de esperar el desborde del río antes de la mañana. No obstante, ordené embalar todos nuestros efectos y ensillar los mulos. Esta medida de precaución mereció la aprobación del gold.Por la noche, al hacerse completamente oscuro, se desencadenó una lluvia torrencial con un estrépito realmente preocupante.

De repente, la fanzaentera fue iluminada por un relámpago, seguido de un trueno seco, cuyo eco ruidoso atravesó todo el cielo. Los mulos trataron de desprenderse de sus bridas y los perros aullaron. Dersu escuchaba lo que pasaba fuera. Tchan-Bao, sentado cerca de la puerta, cambiaba con él breves palabras. Yo dije algo, pero Tchan-Bao me hizo signo de callarme. Reteniendo el aliento, me puse igualmente a escuchar y pude percibir un sonido ligero que se parecía al de un chorro. Dersu saltó del lecho para arrojarse afuera. Reapareció un minuto después con la nueva de que había que despertar pronto a todo el mundo, ya que el río se había desbordado y el agua venía a circundar la casa. Los soldados saltaron de sus lechos para vestirse deprisa. Dos de entre ellos confundieron sus zapatos y se pusieron a reír.

—¿De qué os reís? —exclamó el goldcon cólera—. Bien pronto vais a llorar.

Antes incluso de que estuviéramos calzados, el agua había tenido tiempo de filtrarse a través de un muro y sumergir el hogar. Al pálido resplandor del fuego expirante, pudimos recoger pronto nuestras sábanas y mantas e ir hacia nuestros mulos. Ellos estaban ya con agua hasta las rodillas y arrojaban miradas asustadas hacia todos lados. Encendiendo cortezas y alquitrán para alumbrarnos, ensillamos los animales. ¡Ya era hora! El agua había cavado un canal profundo detrás de la fanzay el menor retraso ulterior nos hubiera impedido franquearlo. Dersu y Tchan-Bao acababan de partir corriendo y confieso que me sentí muy asustado. Ordené a los hombres juntarse unos contra otros y me dirigí con ellos hacia la colina a la que había trepado en la jornada. Apenas traspasado el ángulo de la casa, chocamos contra la oscuridad, el viento y el frío. Nuestros rostros fueron azotados por el agua, no pudimos abrir los ojos, y por otra parte todas las cosas eran invisibles. En esta noche completa, parecía que la selva, la colina y el río eran arrastrados por el viento a un precipicio, formando el todo una masa compacta que avanzaba a una velocidad monstruosa. La confusión se produjo entre los soldados. Pero en este momento percibí una pequeña hoguera y adiviné que habría sido encendida gracias al cuidado de Dersu y de Tchan-Bao. Como íbamos a lo largo del nuevo canal que se había formado detrás de la fanza,ordené a los soldados que se confiaran al instinto de los animales y marcharan cerca de ellos, colocándose del lado de tierra firme. Teníamos apenas ciento cincuenta pasos a hacer para llegar a la hoguera, pero aquello nos tomó bastante tiempo. La oscuridad nos hizo meternos primero entre los árboles desgajados; a continuación, nos enredamos entre la maleza, y acabamos por encontrarnos en el agua, que se precipitaba con rapidez. Deduje que hacia la mañana iba a sumergir todo el bosque. Por fin, alcanzamos la colina.

Fue entonces cuando me di cuenta de toda la previsión de mis guías y de la razón por la cual ellos habían recogido madera en el curso de la jornada. Dos grandes piezas de corteza de cedro habían sido fijadas por ellos sobre dos pértigas: era un cobertizo primitivo, que les había permitido encender la hoguera. Comenzamos sin tardar a instalar las tiendas. La alta escarpadura, al pie de la cual acabábamos de resguardarnos, nos protegía contra el viento. Pero fue imposible dormir. Sentados cerca del fuego, empleamos mucho tiempo en secarnos, mientras la tempestad bramaba con una furia cada vez mayor y el ruido del río aumentaba sin cesar.





El alba llegó al fin. A la luz del día, no reconocimos el lugar donde se encontraba nuestra fanza: no quedaba nada de ella. El bosque entero estaba sumergido. El agua iba a alcanzar nuestro campamento y llegó el momento de transportarlo más alto. Una palabra fue suficiente para informar a los soldados sobre lo que tenían que hacer. Unos se ocuparon de transportar las tiendas y otros se dedicaron a abatir ramas de coníferas para esparcir por el suelo húmedo. Dersu y Tchan-Bao volvieron a recoger leña. El transporte del campamento y la búsqueda de combustible duraron cerca de hora y media. Entretanto, la lluvia pareció calmarse un poco, pero no fue más que un pequeño intervalo. Una nueva espesa bruma se elevó enseguida para producir un nuevo aguacero. En mi vida había visto una cosa semejante. Los montes y los bosques vecinos fueron tapados por una muralla de agua. Nosotros nos agazapamos de nuevo en nuestras tiendas.

Pero de repente resonaron unos gritos: se presentaba aún otro peligro como consecuencia de una circunstancia que no habíamos previsto en absoluto. El agua bajaba entonces a lo largo de la garganta en cuya desembocadura estaba nuestro campamento. Felizmente, una parte de esta cavidad era más baja que el resto y el agua se trasladó allí enseguida, cavando rápidamente una profunda torrentera. Tchan-Bao y yo preservamos el fuego contra la lluvia, mientras que Dersu y los soldados luchaban contra el agua. Nadie pensó ya en secarse; todos nos considerábamos muy felices de poder calentarnos un poco de cuando en cuando. Apercibiendo, en raros intervalos, un rincón sombrío de cielo, se notaba que las luces no seguían la dirección del viento.

—Es malo —declaró el gold—. El fin no está próximo.

Antes del crepúsculo, fuimos todos a recoger leña, a fin de aprovisionarnos para la noche entera.

Al alba del 12 de agosto, se elevó un viento nordeste. Si bien se calmó poco tiempo después, la lluvia continuó sin interrupción. Estábamos todos tan derrengados que nuestras piernas apenas podían sostenernos. Tan pronto había que mantener una tienda amenazada de ser llevada por el viento, como proteger la hoguera o aportar una nueva reserva de combustible. Como el agua se abría a menudo camino hacia nuestro vivac, tuvimos también que levantar diques para desviar las oleadas que venían a embestirnos. Las hogueras, empapadas, en vez de hacer fuego nos enviaban humo. Éste, unido al insomnio prolongado, nos hacía mal a los ojos y nos daba la sensación de tenerlos llenos de arena. Los desgraciados perros se quedaban acostados, al pie del acantilado, sin levantar cabeza.