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Tchan-Bao, que debía tener unos cuarenta y cinco años, era de talla robusta y llevaba la ropa azul tan corriente en China, si bien la suya estaba un poco más limpia que la de un obrero ordinario. Su rostro móvil traicionaba las pruebas que había sufrido. Su bigote negro, un poco canoso ya, le caía a los lados, al estilo chino. El rostro de este hombre, con sus ojos negros que chispeaban de gracia y la sonrisa que no desaparecía de sus labios, sabía, sin embargo, guardar siempre sus buenos modales. Antes de dar cualquier respuesta, meditaba lo que tenía que decir y hablaba suavemente, sin prisas.

El destacamento que comandaba Tchan-Bao se componía de chinos y de udehés.Eran todos jóvenes, musculosos, sólidos y bien armados. Noté en seguida la disciplina rigurosa que reinaba en esta tropa: Todas las órdenes del jefe eran rápidamente ejecutadas, sin que tuviera jamás necesidad de repetirlas. Tchan-Bao me saludó con corrección y dignidad. Cuando supo que Dersu había sido atacado por la noche por los hundhuzes,le preguntó en detalle dónde había pasado aquello y esbozó con una varita un croquis topográfico sobre la mesa.

Supimos que el grupo de bandidos encontrados en nuestro camino se había servido de barcos para llegar a la bahía de Plastoun, con la intención de saquear las embarcaciones acostumbradas a refugiarse allí por el mal tiempo.

Una vez obtenidas las informaciones necesarias, Tchan-Bao declaró que tenía prisa por partir, pero que volvería al río Sanhobé dentro de dos o tres días. A continuación se despidió de mí y continuó su camino a la cabeza de su destacamento.

No teníamos ya que escondernos de los chinos, así que entramos en la primera fanzapara tomar el té y acostarnos. Alrededor de esta casa, habitada por chinos, no había ni huertos ni campos labrados. Pero la mirada penetrante del goldpercibió una sierra rectangular, hachas de grandes mangos, cestas hechas en cáñamo trenzado y largas kangs—,cuyo número no respondía al de los habitantes de la fanza.Supimos que estos chinos se ocupaban de recoger los champiñones de los árboles y los líquenes de las piedras. Los champiñones, que no se recogen más que sobre las encinas, tienen un aroma especial y contienen mucha agua. Para cultivarlos, los chinos abaten una cantidad de encinas. Cuando estos árboles comienzan a pudrirse crecen en ellos champiñones cuya apariencia es la de los corales blancos y que los chinos llaman tu-eres.Después de haberlos recogido, los dejan secar, primero al sol y más tarde en el interior de la fanza,poniéndolos luego en kangsbien calientes.

Por su parte, los líquenes tienen el tono verde oscuro de una aceituna, pero se hacen negros después del secado. Los chinos los llaman chihei-pi,lo que significa «piel de piedra». Se los arranca de las rocas calcáreas y esquistosas para embalarlos en cestas trenzadas y enviarlos a Vladivostok en calidad de golosina selecta.

Los chinos están dotados de un espíritu de empresa que no deja de sorprender. Unos cazan el ciervo, otros buscan el gin-seng,los otros acosan a las cibelinas. Después vienen los que se procuran la sustancia olorosa que proporcionan los «almizcleros»; a continuación, los pescadores de coles marinas, de cangrejos y de trepangs [24].





Hay también cultivadores de adormidera, de la cual se saca el opio. Cada fanzarepresenta alguna industria nueva, que puede consistir en pesar perlas, producir algún aceite vegetal, fabricar hanchineo recoger raíces de astrágalo. En resumen, no es posible enumerar todas estas profesiones especiales.

La jornada nos había fatigado de tal manera que no fuimos más lejos, decididos a quedarnos allí por la noche. El interior de la fanzaera limpio y cuidado. Los chinos, hospitalarios, nos cedieron sus camas y se esforzaron en prestarnos todas las atenciones posibles. Fuera, estaba sombrío y frío; el ruido de las olas nos llegaba del mar, pero la casa era cálida y confortable. Por la noche, los chinos nos ofrecieron la «piel de piedra». Pero estos líquenes viscosos, de color castaño oscuro, no tenían ningún gusto, se pegaban a los dientes como cola de pescado y no podían realmente parecer apetitosos más que a los chinos.

Nuestros huéspedes nos dijeron que necesitábamos más de un día para llegar al Sanhobé. Como queríamos llegar antes de la puesta del sol, partimos al día siguiente, temprano. El río Sanhobé representaba el último límite del recorrido que planeábamos a lo largo de la costa. De allí, debíamos andar hacia el Sijote-Alin, y a continuación ir a la orilla del Iman. Se decidió, después de algunas consultas, que nos quedaríamos cerca del Sanhobé el tiempo necesario para restaurar nuestras fuerzas y equiparnos con vistas a una campaña de invierno. El caso era que la proximidad de las heladas hacía muy difícil el aprovisionamiento para los caballos. Así que reexpedí todos los animales y una parte del destacamento hacia la bahía de Santa Olga. Para emprender la campaña de invierno a través del Sijote-Alin, no quedaron más que seis hombres y yo, que hacía el séptimo.

Tchan-Bao, que había regresado la misma noche, nos informó que él no había encontrado a los hundhuzesen la bahía de Plastou. Después de su ataque contra Dersu, habían subido a bordo de una barca y se largaron, aparentemente hacia el sur.

Los tres días siguientes, del 28 al 30 de septiembre, me dediqué a establecer nuestros itinerarios, a redactar notas en mis diarios de ruta y a escribir cartas. Los cosacos abatieron un ciervo del cual hicieron secar la carne, mientras se ocupaban de preparar su calzado de invierno. No queriendo en absoluto distraerlos de su tarea, no les hice participar de mis excursiones a los alrededores.

El río Sanhobé nace de la confluencia de dos cursos de agua: el Sitza y el Duntza, que son de la misma importancia. Las informaciones que pude obtener me hicieron considerar la oportunidad de una marcha hacia el Iman, a lo largo del Duntza. En consecuencia quise explorar primero, mientras tuviera tiempo libre, el río Sitza. El primero de octubre, Dersu y yo, con las mochilas a la espalda, abandonamos nuestro «cuartel general». A mitad de camino entre el mar y la confluencia de los dos ríos, se encuentra el peñón de Dah-Laza. La leyenda afirma que un viejo chino habría encontrado un día, cerca del peñón, un gin-sengde dimensiones enormes; cuando la raíz fue llevada a la fanza,se habría producido un terremoto, en el curso del cual todo el mundo habría escuchado que el peñón gemía durante la noche. Según los chinos, el río Sanhobé forma el límite norte hasta donde puede crecer el gin-seng,que nadie ha encontrado más allá de esta corriente de agua. La cuenca inferior del Sitza representa una región de vallecitos rodeados de altas montañas. Allí crecen bosques magníficos, donde se encuentran muchos cedros. Cerca del río, un caminante no muy emprendedor había abatido los troncos, de los cuales no pudo, sin embargo, exportar más que la cuarta parte, y todo el resto tuvo forzosamente que ser abandonado sobre el lugar. Árboles gigantes, en el momento de caer, habían abatido una gran cantidad de otros árboles, que no estaban destinados a la explotación. Como resultado, hay allí más madera estropeada y seca que árboles verdeantes. Así que no se puede franquear este bosque por donde se quiere. Cuando tratamos una vez de apartarnos del sendero... no dimos más que unos pasos y nos enredamos en un montón de árboles abatidos del cual nos costó mucho trabajo salir. El sendero atraviesa aproximadamente por el centro del bosque. Para trazarlo, había sido necesario aplicar muchos esfuerzos y estropear no pocas sierras y hachas. Encontramos cada vez más raramente pistas humanas, pero las de fieras se hicieron cada vez más numerosas. Dersu avanzaba en silencio y observaba los alrededores con mirada indiferente. Yo me extasiaba delante del paisaje, mientras que el goldexaminaba cualquier pequeña rama rota, sabiendo establecer, de acuerdo con su posición, la dirección que había seguido el paseante. Igualmente, definía el tiempo del pasaje, según el aspecto más o menos reciente de la rotura, y podía adivinar la clase de calzado, etc. Cada vez que yo no alcanzaba a comprender algo, o expresaba alguna duda, Dersu me repetía: