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Nosotros mirábamos esta lucha con interés. ¿Quién iba a ganar? ¿Llegarían las hormigas a entrar en la colmena? ¿Quiénes serían las primeras en ceder? Quizá las adversarias se separarían después de la puesta del sol, para volver a sus domicilios y reanudar el combate por la mañana; pudiera ser que el sitio de la colmena durase ya algunos días.

No se sabe el cariz que hubiera tomado esta batalla, si los cosacos no hubieran acudido en socorro de las abejas, poniéndose a verter sobre las hormigas el agua que habían tenido tiempo de hervir. Los bichitos se crisparon, se agitaron y perecieron por millares. Las abejas se excitaron terriblemente. Por precaución, alguien las roció a su vez con agua hirviente. El enjambre se elevó instantáneamente en el aire. ¡Había que ver la huida súbita de los cosacos! Pero las abejas los alcanzaban, los picaban en la nuca y en el cuello. Al cabo de un minuto, no quedó nadie cerca del árbol. Los hombres se agruparon a cierta distancia, lanzando juramentos y reuniéndose con sus camaradas. Después, de golpe, pusieron también cara de asustados, sacudieron las manos y huyeron aún más lejos.

Se decidió dejar a las abejas el tiempo necesario para que se calmaran. Al final de la tarde, dos cosacos volvieron a la colmena, pero no encontraron ya ni miel ni abejas, ya que la colmena había sido saqueada por los osos. Tal fue el final de nuestra carrera hacia la miel salvaje.

Durante nuestro recorrido posterior, atravesando la montaña, tuvimos que atravesar cinco desfiladeros muy pantanosos, donde el légamo era casi infranqueable. Los cosacos trataron de conducir los caballos apartándose del camino, pero esto fue peor aún. Los soldados cortaron sauces para afirmar el terreno movedizo y los arrojaron a los pies de los caballos. Si bien esta fajina poco sólida facilitaba el paso a los hombres, ofrecía un apoyo insuficiente para los caballos; éstos no hacían más que tropezar y caer. Fue necesario quitarles de nuevo las sillas y transportar las cargas sobre nuestra propia espalda. No obstante, acabamos por franquear bien aquel pantano.

Al llegar a suelo firme, el destacamento hizo un alto. Después costearon las vertientes, subiendo lentamente hacia un collado. Como consecuencia de un contratiempo fortuito, nuestros caballos se quedaron atrás, mientras que nosotros avanzábamos hasta un prado donde se encontraba una vieja fanzaderruida. Nos detuvimos allí, sentándonos sobre unas piedras mientras esperábamos a los caballos. De repente, algo así como una cinta larga y oscura apareció no lejos de nosotros. Los tiradores se alarmaron. Era un gran reptil que se deslizaba sobre la hierba hacia la maleza. Los soldados corrieron por los dos costados de la serpiente sin osar acercársele, espantados por sus dimensiones. Al cabo de un minuto, el reptil llegó hasta un árbol derribado y se escondió en él. Era un tronco hueco y podrido. Alguien tomó un palo y lo hundió en la abertura. Como respuesta, escuchamos un zumbido de insectos y vimos en seguida que salían abejorros por la abertura. O sea que tenían allí su guarida. Pero, ¿por dónde había desaparecido la serpiente? ¿Había ido a hacer una visita a los abejorros? ¿Cómo podía ser que no se hubiesen agitado en esta ocasión, como acababan de hacerlo cuando se hundió el palo en el tronco?

Aquello interesaba a todo nuestro grupo. Los soldados se pusieron a partir el árbol. Como estaba podrido, cayó fácilmente en pedazos. Cuando estuvo abierto, descubrimos la serpiente, que se enroscaba lentamente y trataba de esconderse entre los despojos del árbol; pero esto no pudo salvarla. Se le cortó la cabeza de un golpe de hacha y se la sacó fuera. Era uno de esos ofidios llamados pythons schrenk,una especie de culebra muy grande.

El reptil medía un metro noventa.

El hueco del árbol, estrecho al principio, se ensanchaba un poco hacia el fondo. Plumones de pájaro, mechones de pelo, hierba fina y seca y, además, la piel que había quedado después de la muda de la serpiente, probaban que su guarida estaba ciertamente allí, mientras que la de los abejorros se encontraba un poco separada, más cerca de la abertura. Cada vez que el reptil abandonaba el árbol o volvía a entrar, pasaba al lado de los insectos. Estos y el ofidio hacían evidentemente buena sociedad y en modo alguno chocaban entre sí.



Los soldados miraban el pythoncon interés:

—Hay alguna cosa dentro —dijo uno de ellos. En efecto, el vientre de la serpiente estaba muy hinchado. Con asombro comprobamos que en su interior había una becada bastante grande con su largo pico. ¿Cómo había podido el ofidio tragar este pájaro sin estrangularse?

Los goldscuentan que esta culebra del Ussuri es generalmente una gran cazadora de pájaros. Según estos indígenas, el reptil monta en lo alto de los árboles para atacar a los pájaros instalados en sus nidos. Naturalmente, eso le resulta más fácil si el nido se encuentra en un hueco. Pero, ¿cómo se las arregla para atrapar un pájaro en vuelo o en carrera, o para tragar una becada cuyo gran pico debería serle una seria traba?

Ocupados en esta caza, no nos habíamos dado cuenta de la aparición de una gran nube. Súbitamente se hizo la oscuridad y obligó a nuestros hombres a volver a sus caballos. Los goldsque nos acompañaban afirmaron que en las proximidades había dos famaschinas donde podríamos abrigarnos contra el mal tiempo.

La nube avanzaba rápidamente. Su borde más próximo, de un gris blancuzco, parecía remolinear ligeramente; nubes sueltas que corrían a sus lados daban la impresión de disputarle la velocidad del movimiento. No pudimos esquivar la tormenta. Apenas habíamos reanudado el camino cuando comenzó a llover. Primero fueron gruesas gotas; después, se desencadenó el aguacero. Normalmente, estas fuertes lluvias no duran mucho tiempo. Pero en la región del Ussuri es muy diferente; como si fuera hecho a propósito, son precisamente las lluvias prolongadas las que comienzan por una tormenta. Esta fue también nuestra experiencia: pasada la tormenta, el sol no quiso reaparecer. El cielo se cubrió hasta el horizonte de pesadas nubes en forma de cúmulos, que vertieron una lluvia fina y abundante. No tuvo ya ningún objeto apresurarse hacia las famas.Hombres y caballos lo comprendieron todos a una. Por lo demás, estas chozas chinas estaban apartadas, detrás de una corriente de agua, y hubiera sido necesario hacer un gran rodeo para llegar hasta ellas. Así que decidimos ir directamente al pueblo de los viejos creyentes rusos.

No había que contar con que el tiempo se aclarase. El viento se añadió a la lluvia, y a su vez surgió la niebla. Cubriendo las alturas, descendía a veces al valle para remontarse poco después, lo que reforzaba más aún la lluvia. El torrente, habitualmente insignificante, en este momento se desbordaba y tomaba un aspecto amenazador. Sus aguas penetraban en el bosque. Los hombres atravesaban sin demasiada dificultad los lugares sumergidos, pero los caballos sufrían, marchando al azar y cayendo en hoyos profundos.

Llegados por fin a la linde del bosque, vimos extenderse una gran llanura detrás de la cual se resguardaba la aldea de Zagornaya. Pero este pueblo no era de fácil acceso. El puente que los viejos creyentes habían construido sobre el río estaba hundido en el agua. Nos costó dos horas repararlo. Nadie prestaba ya atención a la lluvia y tomamos todos una buena ducha.