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Andrei se volvió. Ya no podía ver el campamento, la calina lo ocultaba. El ruido del motor era apenas audible, como si se oyera entre algodones. Izya caminaba junto a Pak, sacudiendo el plano delante de sus narices y gritando algo sobre la escala. El coreano no discutía. Se limitaba a sonreír, y cuando Izya intentaba detenerse para desplegar el mapa y mostrar qué decía. Pak lo tomaba delicadamente por el codo y lo hacía seguir avanzando. Sin dudas, un hombre muy serio. Si estuvieran en otra situación, era alguien en quien se podía confiar. ¿Qué sería lo que no habían podido compartir con Geiger? Estaba claro que se trataba de personas bien diferentes.

Pak había estudiado en Cambridge y tenía el título de doctor en filosofía. A su regreso a Corea del Sur, participó en algunas manifestaciones estudiantiles contra el régimen, y Li Syn Man lo metió en la cárcel. En 1950, el ejército norcoreano lo sacó de allí, en los periódicos lo presentaban como un auténtico hijo del pueblo coreano que odiaba a la claqué de Li Syn Man y a los imperialistas norteamericanos, lo nombraron vicerrector y un mes después lo volvieron a meter en la cárcel, donde lo mantuvieron, sin presentar cargos, hasta el desembarco en Chemulpo, cuando la prisión quedó bajo el fuego de la Primera División de Caballería, que avanzaba vertiginosamente hacia el nordeste. En Seúl reinaba un desorden total. Pak no contaba con sobrevivir y en ese momento le propusieron tomar parte en el Experimento.

Había llegado a la Ciudad mucho antes que Andrei, pasó por veinte puestos de trabajo; tuvo choques, por supuesto, con el señor alcalde e ingresó en una organización clandestina de intelectuales que en aquel momento apoyaba el movimiento de Geiger. Pero tuvieron algún problema con él. Por la razón que fuera, dos años antes del Cambio un grupo considerable de conspiradores abandonó en secreto la Ciudad y se dirigió al norte. Tuvieron suerte: en el kilómetro trescientos cincuenta hallaron entre las ruinas un «proyectil del tiempo», o sea una enorme cisterna metálica, llena hasta arriba con variadísimos objetos culturales y muestras tecnológicas. El lugar era excelente: agua, tierra fértil junto a la misma Pared, y muchos edificios que se habían conservado. Allí se establecieron.

Nunca se enteraron de lo ocurrido en la ciudad, y cuando aparecieron los tractores blindados de la expedición, decidieron que iban a por ellos. Por suerte, en el absurdo combate, corto pero feroz, solamente murió una persona. Pak reconoció a Izya, su viejo amigo, y se dio cuenta de que aquello era un error... Y después pidió ir con la expedición de Andrei. Dijo que era por curiosidad, que llevaba tiempo planeando marchar al norte, pero los emigrantes carecían de recursos para semejante viaje. Andrei no lo creyó del todo, pero decidió llevarlo consigo. Creyó que Pak les sería útil por sus conocimientos, como en realidad fue. Hizo todo lo que pudo por la expedición, con Andrei siempre se comportó con respeto y amistad, igual que con Izya, pero resultaba imposible pedirle sinceridad. Andrei no logró averiguar, ni Izya tampoco, la fuente de donde había obtenido tantos datos, tanto reales como místicos, sobre el camino que tenían por delante, con qué objetivo se había vinculado a la expedición y qué pensaba realmente sobre Geiger, sobre la Ciudad, sobre el Experimento... Pak nunca participaba en conversaciones sobre temas abstractos.

Andrei se detuvo un instante y esperó a su retaguardia.

—¿Ya os habéis puesto de acuerdo en lo que os interesa a cada cual? —preguntó.

—¿Lo que nos interesa? —Por fin Izya logró desplegar el plano—. Fíjate... —Comenzó a señalar con una uña enlutada—. Ahora estamos aquí. Entonces, una, dos... dentro de seis manzanas encontraremos una plaza. Aquí hay un edificio alto, seguramente administrativo. Tenemos que llegar a este punto, sin falta. Y si por el camino nos tropezamos con algo interesante... ¡Sí! También tendría interés llegar hasta este punto. Está un poco lejos, pero la escala no queda muy clara, así que no se sabe si todo esto se encuentra a poca distancia... Mira, aquí está escrito «Panteón». Me gustan los panteones.

—Por qué no... —Andrei arregló la correa del fusil—. Podemos hacer eso, claro. Entonces, ¿hoy no vamos a buscar agua?

—El agua está lejos —dijo Pak en voz baja.

—Sí, hermano —lo secundó Izya—. El agua... Mira, ellos lo señalaron aquí: «Torre del acueducto». ¿Es aquí? —le preguntó a Pak.

—No lo sé —respondió el coreano, encogiéndose de hombros—. Pero si queda agua en esta zona, sólo será aquí.

—Sííí —pronunció Izya, alargando la vocal—. Está lejos, a unos treinta kilómetros, imposible llegar en un día... Es verdad que la escala... Oye. ¿y por qué necesitas agua precisamente ahora? Buscaremos el agua mañana, como acordamos... Iremos en los tractores.

—Muy bien —dijo Andrei—. Sigamos.





Caminaban todos juntos, y durante un rato se mantuvieron en silencio. Izya giraba la cabeza continuamente, como olfateando, pero no aparecía nada interesante ni a la izquierda, ni a la derecha. Edificios de tres y cuatro pisos, a veces bastante bellos. Cristales rotos. Algunas ventanas estaban tapadas con tablas. En los balcones había maceteros en ruinas, entre muchos edificios había rígidas telarañas llenas de polvo. Un gran almacén: escaparates enormes, cubiertos de polvo hasta hacerse opacos, y enteros quién sabe por qué, las puertas destrozadas... Izya salió trotando, entró y regresó enseguida.

—Vacío —informó—. Se lo llevaron todo.

Un edificio social, quién sabe si un teatro, una sala de conciertos o de cine. Después, otro almacén con los escaparates destrozados, y un almacén más en la acera de enfrente... Izya se detuvo de repente, aspiró por la nariz haciendo ruido y levantó un dedo mugriento.

—¡Oh! ¡Está por aquí!

—¿El qué? —preguntó Andrei, mirando a su alrededor.

—Papel —fue la corta respuesta de Izya.

Sin mirar a nadie, se dirigió rápidamente hacia un edificio en el lado derecho de la calle. Era un edificio corriente, que no se diferenciaba en nada de los demás, quizá sólo por un portal más lujoso y porque en todo su aspecto se percibía cierto acento gótico. Izya desapareció por la puerta y volvió a asomarse antes de que los demás tuvieran tiempo de cruzar la calle.

—Venid rápido —los llamó, con expresión divertida—. ¡Pak! ¡Una biblioteca!

Andrei, asombrado, se limitó a sacudir la cabeza. ¡Qué tío más raro era Izya!

—¿Una biblioteca? —dijo Pak y aceleró el paso—. ¡No puede ser!

El vestíbulo era fresco y umbrío después del tórrido calor de la calle. Las altas ventanas góticas, que daban obviamente a un patio interior, estaban adornadas con vidrieras de colores. El suelo era de mosaico. Había escaleras de mármol blanco que subían a derecha e izquierda... Izya corría ya por la de la izquierda, Pak lo alcanzó con facilidad y los dos juntos siguieron subiendo de tres en tres los escalones hasta desaparecer.

—Y nosotros, ¿por qué demonios tenemos que subir allí? —dijo Andrei, volviéndose hacia el Mudo.