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—Sí, seguro —repuso Andrei—. Seguro que es así. ¡Pero, de todas maneras, sigo sin aceptar esa idea...!
Andrei se detuvo y tiró con fuerza de la manga de Izya, que abrió los ojos de repente.
—¿Qué? —preguntó asustado—. ¿Qué pasa?
—Calla —masculló Andrei entre dientes.
Había algo delante. Algo se desplazaba, no giraba formando un remolino, no se extendía por encima de la piedra, sino que se movía a través de todo eso. Y avanzaba hacia ellos.
—¡Son personas! —pronunció Izya, fascinado—. ¡Son personas, Andrei, personas!
—Calla, animal —le susurró Andrei.
Él mismo ya había caído en cuenta de que se trataba de personas. O de una persona... No, al parecer eran dos. Se detuvieron. Seguramente, los habían visto. De nuevo, el maldito polvo no dejaba ver nada.
—¡Ahí lo tienes! —dijo Izya, con solemne fascinación—. Y te quejabas, decías que moriríamos...
Andrei se quitó los arreos y retrocedió hasta su carrito, sin perder de vista aquellas sombras difusas. Demonios, ¿cuántos son? ¿Y a qué distancia están? ¿A cien metros? ¿O más cerca? Palpó el carrito, buscando el fusil automático, lo encontró y manipuló el cerrojo.
—Desplaza el carrito y tiéndete detrás. Me cubres, en caso de... Le dio el fusil a Izya y, sin volverse, comenzó a avanzar, con la mano sobre la cartuchera. Apenas se veía algo.
«Me va a pegar un tiro —pensó—. Izya me va a dar un balazo en la nuca.»
Ya podía distinguir que uno de los otros se dirigía a su encuentro, una silueta borrosa, larguirucha, envuelta en un torbellino de polvo. ¿Estaba armado o no? «Ahí tienes la Anticiudad. ¿Quién lo hubiera imaginado? Ay, no me gusta dónde lleva la mano.» Andrei abrió la cartuchera con cuidado y aferró la culata. El dedo pulgar fue a parar al seguro. Nada, aquello terminaría bien. Debía terminar bien. Lo fundamental era no hacer movimientos bruscos.
Empezó a sacar la pistola de la funda. El arma se enganchó en algo. Sintió miedo. Tiró con más fuerza, después con todas sus fuerzas. Vio con toda claridad el movimiento brusco del hombre que iba a su encuentro (corpulento, harapiento, exhausto, con una sucia barba que le llegaba hasta los ojos)... «Es idiota», pensó, mientras apretaba el gatillo. Hubo un disparo, vio la chispa del disparo del otro, le pareció oír el grito de Izya... Sintió un golpe en el pecho y el sol se apagó de inmediato...
—Pues, sí, Andrei —pronunció la voz del Preceptor con cierta solemnidad—. Acabas de recorrer el primer círculo.
La bombilla ardía bajo la pantalla de vidrio verde de la lámpara, y en el círculo de luz había un número reciente del diario Leningradskaia Pravda,con un gran titular: EL AMOR DE LOS LENINGRADENSES HACIA EL CAMARADA STALIN NO TIENE LÍMITES. En una estantería, a su espalda, se oía el murmullo de un aparato de radio. En la cocina, la madre hablaba con una vecina y se oía ruido de platos. Olía a pescado frito. Al otro lado de la ventana, en el patio central, varios niños pequeños jugaban al escondite dando gritos y chillidos. Por el ventanuco abierto entraba un aire húmedo, primaveral. Un minuto antes, todo aquello había sido muy diferente de este momento, más cotidiano, más habitual. Algo sin futuro. Más exactamente, algo separado del futuro.
Andrei miró el diario con indiferencia.
—¿El primero? —preguntó—. ¿Y por qué el primero?
—Porque todavía hay muchos por delante —pronunció la voz del Preceptor.
Entonces Andrei se levantó, tratando de no mirar hacia el lugar de donde provenía la voz, y recostó el hombro sobre el armario junto a la ventana. El agujero del patio, débilmente iluminado por los rectángulos amarillos de las ventanas, estaba debajo y encima de él, y ascendía hasta algún lugar muy arriba, y en el cielo, ahora totalmente oscuro, se veía la estrella Vega. Le resultaba totalmente imposible abandonar todo eso, pero también le era imposible (¡muchísimo más!) quedarse allí. Entonces. Después de todo aquello.
—¡Izya! ¡Izya! —se oyó el grito agudo de una mujer, asomada al patio—. ¡Izya, ven a cenar! Niños, ¿no habéis visto a Izya?
—¡Izya! —se pusieron a gritar en ese momento las vocecitas infantiles—. ¡Katzman! ¡Ven, te llama tu mamá!
Andrei, muy tenso, pegó el rostro al cristal de la ventana y miró atentamente a la oscuridad. Pero sólo vio sombras difusas que se movían por el fondo oscuro y negro de aquel hueco, entre los montones de rajas de leña.
FIN
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23/10/2011
notes
1. Frase habitual de los desertores alemanes en zonas rurales rusas durante la Segunda Guerra Mundial. Significa: «¿Leche, huevitos? Hitler está acabado». Y está dicha en una mezcla de ruso mal pronunciado y alemán. (N. del T.)
2. Organización juvenil del partido nazi. Literalmente: Juventud Hitleriana. (N. del T.)
3. Se refiere a la asignatura Fundamentos del marxismo-leninismo, obligatoria a partir de secundaria y cuyo primer manual se dice fue escrito por el propio Stalin en los años treinta. (N. del T.)
4. República autónoma de la Federación Rusa, con costas en el Océano Glacial Ártico. (N. del T.)
5. Centurias negras: se llamaba así a los destacamentos armados de las organizaciones Unión del Pueblo Ruso. Unión de San Miguel Arcángel y otras similares, partidarias del zarismo y de marcado carácter antisemita. (N. del T.)
6. Ivan Fiodorov (1510-1583): primer impresor ruso. En 1564 publicó el primer libro impreso en ruso de que se tiene memoria. Apóstol.Fue también un conocido armero. ( N. del T.)