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—¡Perfecto, perfecto! — exclamó Pnin—. Terminemos mi cruchon.

Se arrellenaron, y el doctor Hagen dijo:

—Usted es un anfitrión maravilloso, Timofey. Este es un momento muy agradable. Mi abuelo solía decir que un vaso de buen vino debe ser bebido a sorbos y paladeado como si fuera el último antes de la ejecución. Me pregunto: ¿qué puso usted en este ponche? También me pregunto sí, como afirma la encantadora Joan, usted piensa comprar esta casa.

—No pienso, sólo atisbo la posibilidad —replicó Pnin, con risa gorgoreante.

—Pongo en duda la prudencia de la operación — continuó Hagen, calentando la copa entre las manos.

—Esperaré, naturalmente, a que me den mi título oficial —dijo Pnin astutamente—. Soy Profesor Asistente desde hace nueve años. Los años corren. Pronto seré Asistente por Mérito. Hagen, ¿por qué guarda silencio?

—Usted me coloca en una posición muy difícil, Timofey. Habría preferido que no planteara esa cuestión.

—No planteo ninguna cuestión. Digo simplemente que espero, no en el año próximo, sino, por ejemplo, para el centenario de la Liberación de Siervos, que Waindell me haga Profesor Asociado.

—Vea usted, querido amigo, tengo que comunicarle un triste secreto. No es oficial todavía y usted debe prometerme que no lo repetirá.

—Juro —dijo Pnin, alzando la mano.

—Usted no debe ignorar — continuó Hagen — con qué dedicación, con cuánto cariño construí nuestro gran Departamento. Yo tampoco soy joven. Usted dice, Timofey, que ha estado aquí nueve años. ¡Yo he dado mi vida durante veintinueve años a esta Universidad! Todo mi modesto aporte. Mi amigo, el doctor Kraft, me escribió, hace unos días: «Usted, Herman Hagen, ha hecho más por Alemania en América que lo que todas nuestras misiones han hecho por América en Alemania». Y ¿qué sucede ahora? He cobijado a este Falternfels, a este dragón, en mi seno, y él se ha dado maña para introducirse en una posición clave. ¡Le ahorro ¡os detalles de la intriga!

—Sí —dijo Pnin, con un suspiro—, la intriga es horrible, horrible. Pero, por otra parte, el trabajo honrado siempre se reivindica. Usted y yo dirigiremos el año próximo espléndidos cursos nuevos que he planificado hace tiempo. Sobre la Tiranía. Sobre la Bota. Sobre Nicolás I. Sobre todos los precursores de la atrocidad moderna. Hagen, cuando hablamos de injusticia, olvidamos las masacres de Armenia, las torturas que inventó el Tibet, los colonizadores de África... ¡La historia del hombre es la historia del dolor!

Hagen se inclinó hacia su amigo y le dio unos golpecitos en la nudosa rodilla.

—Usted es un romántico extraordinario, Timofey, y en circunstancias más propicias... No obstante, puedo decirle que en el Trimestre de Primavera haremos algo fuera de lo común. Vamos a presentar un programa teatral; obras que variarán desde Kotzebue a Hauptma

—Lo felicito —dijo Pnin, calurosamente.

—Gracias, amigo mío. Es una posición hermosa y prominente, por cierto. Aplicaré a un campo más vasto de enseñanza y administración la inestimable experiencia que he adquirido aquí. Pero como sé que Bodo no lo mantendrá a usted en el Departamento de Alemán, mi primer paso fue sugerir que usted fuera conmigo. Desgraciadamente, me dicen que ya tienen bastantes eslavistas en Seabord. Hablé entonces con Blorenge, pero el Departamento de Francés también está completo. Es lamentable que Waindell considere antieconómico remunerar a usted por dos o tres cursos de ruso que ya han dejado de atraer alumnos. Las tendencias políticas en América, bien lo sabemos, desalientan el interés por lo ruso. En cambio, usted se alegrará de saber que el Departamento de Inglés ha invitado a uno de sus compatriotas más brillantes, un conferenciante realmente fascinador (lo oí en una ocasión); creo que es un antiguo amigo suyo.

Pnin se aclaró la garganta y preguntó:

—¿Eso significa que me despiden?

—No lo tome así, Timofey. Estoy seguro de que su antiguo amigo...

—¿Quién es el antiguo amigo? —preguntó Pnin, entrecerrando los ojos.

Hagen nombró al conferenciante fascinador.

Echado hacia delante, con los codos en las rodillas, juntando y separando las manos Pnin dijo: hay para mí una cosa perfectamente clara: nunca trabajaré a sus órdenes.

—Más vale que lo consulte con la almohada. Quizá se pueda encontrar otra solución. En todo caso, tendremos amplias oportunidades de discutir estos asuntos. Seguiremos enseñando, usted y yo, como si nada hubiera sucedido, nicht wahr? ¡Hay que ser valientes, Timofey!

—Así que me han despedido —repitió Pnin, juntando las manos y bajando la cabeza.

—Sí, estamos en el mismo bote, en el mismo bote —dijo Hagen, jovialmente, mientras se incorporaba. Ya era muy tarde.

—Ahora me voy —agregó Hagen, quien, si bien era menos adicto al uso del presente que Pnin, también lo empleaba con frecuencia—. Ha sido una reunión espléndida y nunca me hubiera permitido estropear la alegría si nuestra mutua amiga no me hubiera informado acerca de sus intenciones optimistas. Buenas noches. ¡Oh!, a propósito... Naturalmente, usted recibirá su honorario por el Trimestre de Otoño completo, y en seguida veremos cuánto podremos darle en el de Primavera, especialmente si usted consiente en liberar mis viejos hombros de cierto trabajo estúpido de oficina y si participa vitalmente en el programa de teatro de New Hall. Creo que usted debería representar algún papel bajo la dirección de mi hija. Lo distraería de sus tristes pensamientos. Ahora, a la cama en seguida, y póngase a leer una buena novela de misterio mientras le viene el sueño.

En el pórtico, estrechó la mano inerte de Pnin con inusitado vigor. En seguida hizo molinetes con el bastón y bajó alegremente los peldaños de madera.

La puerta enrejada se cerró detrás suyo.

Der arme Kerh, pobre hombre, murmuró para sí el bondadoso Hagen, mientras caminaba hacia su casa. «Por lo menos, le he dorado la píldora.»

13

Pnin llevó al lavaplatos la vajilla de loza y los cubiertos sucios que había en la mesa principal y en la mesita y guardó la comida sobrante bajo la brillante luz ártica del refrigerador. El jamón y la ensalada no había tenido éxito y quedaba suficiente caviar y tortas de carne para una o dos comidas. «Bum-bum-bum» hizo el armario de la loza cuando Pnin pasó a su lado. Inspeccionó la pequeña sala y se puso a ordenarla. Joan había aplastado una colilla teñida con lápiz labial en su platillo; Betty no había dejado huellas, y había llevado todos los vasos a la cocina; mistress Thayer había olvidado una cajita de lindos fósforos multicolores en el plato, junto a un trozo de nougat; míster Thayer había retorcido, en toda clase de formas fantasmales, media docena de servilletas de papel; Hagen había apagado una colilla de cigarro sobre un racimo de uvas intacto.