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—No la he insultado —grité —. Lo siento si pareció duro de mi parte. Pero hablemos de ella. ¿Desde cuándo la conoce usted?

—Oh, no la había visto demasiado, hasta este año. Ella viaja mucho, sabe... Pero íbamos a la misma escuela, aquí, en París. Creo que su padre era un pintor ruso. Era muy joven cuando se casó con ese tonto.

—¿Qué tonto? —pregunté.

—Su marido, desde luego. Muchos maridos son tontos, pero éste era hors concours.La cosa no duró mucho, felizmente. Tome uno de los míos.

Me tendió además el encendedor. El bulldog gruñó en sueños. Ella se movió y se acurrucó en el sofá, dejando sitio para mí.

—Usted no sabe mucho de mujeres, ¿verdad? —me preguntó, acariciándose el talón.

—Sólo me interesa una —respondí.

—¿Cuántos años tiene usted? —siguió—. ¿Veintiocho? ¿He adivinado? ¿No? Oh, bueno, entonces es mayor que yo. Pero no importa. ¿Qué le decía?... Sé poco de ella... Lo que me dijo ella misma y lo que averigüé yo. El único hombre al que quiso de veras era un hombre casado, y eso fue antes de su matrimonio, cuando era casi una niña, entendámonos..., y él se hartó de ella, supongo. Helene tuvo unas cuantas aventuras después, pero eso no importa. Un coeur de femme ne ressuscite jamáis.Después hubo otra historia que ella me contó de principio a fin... Algo triste.

Rió. Los dientes eran quizá demasiado grandes para su boca pequeña y pálida.

—Parece usted enamorado de mi amiga —dijo burlonamente—. A propósito, quería preguntarle cómo dio con su dirección... Quiero decir, qué lo trajo hasta Helene.

Le conté lo de las cuatro direcciones obtenidas en Blauberg. Dije los nombres.

—¡Soberbio! —exclamó—. ¡Es lo que yo llamo energía! Voyez vous ç a!¿Y se fue hasta Berlín? ¿Era judía? ¡Adorable! ¿Y encontró a las demás?

—Vi a una, y me bastó con ello.

—¿Cuál? —preguntó con un espasmo de incontrolable alegría—, ¿Cuál? ¿La Rechnoy?

—No —dije—. Su marido ha vuelto a casarse, y ella ha desaparecido.





—Es usted encantador, encantador... —dijo Madame Lecerf, secándose los ojos y empezando de nuevo a reír—. Me lo figuro irrumpiendo en una casa, frente a una pareja inocente. Oh, nunca he oído nada más gracioso. ¿La mujer lo arrojó por la escalera?

—Olvidemos el asunto —dije cortésmente.

La alegría de la muchacha empezaba a fatigarme. Me temo que poseía ese sentido del humor francés referido a la vida conyugal que, en otras circunstancias, me habría divertido; pero por el momento me pareció que la visión ligeramente obscena que tenía de mi busca ofendía de algún modo la memoria de Sebastian. Como esa sensación aumentó, de pronto me encontré pensando que quizá todo el asunto era indecente y que mis torpes esfuerzos por dar caza a un fantasma habían profanado la idea que me había hecho del último amor de Sebastian. Y que acaso Sebastian se sentiría irritado por el aspecto grotesco de la investigación iniciada en su memoria... ¿Tendría la biografía ese «sesgo knightiano» que compensaría plenamente la torpeza del biógrafo?

—Por favor, perdóneme —dijo, poniéndome su mano glacial en la mía y mirándome fijamente—. No debe ser usted tan susceptible...

Se puso de pie y se dirigió al objeto de caoba, en el ángulo. Cuando se inclinó miré su espalda esbelta, de niña..., y adiviné qué iba a hacer.

—¡No, eso no, por Dios! —grité.

—¿No? —dijo—. Pensé que un poco de música lo tranquilizaría. Y en general la música crea la atmósfera adecuada para nuestra conversación. ¿No? Bueno, como quiera...

El bulldog se sacudió y volvió a arrellanarse.

—Está bien —dijo ella con voz entre acariciadora y herida.

—Estaba usted a punto de contarme... —le recordé.

—Sí —dijo, sentándose a mi lado y estirándose el extremo de la falda, mientras cruzaba una pierna sobre la otra—. Sí. No sé quién era, pero sé que era un hombre difícil. Helene dice que le gustaba su aspecto y sus manos y su manera de hablar y pensaba que sería divertido enamorarlo, porque parecía tan intelectual..., y siempre es entretenido ver caminando a cuatro patas y moviendo la cola a esa clase de tipos refinados, distantes..., cerebrales... ¿Qué pasa ahora, cher Monsieur?

—¿De qué diablos está usted hablando? —grité—, ¿Cuándo...? ¿Cuándo y dónde ocurrió eso?...

— Ah non, merci, je ne suis pas le calendríer de mon amie. Vous ne voudriez pas!No me preocupo de preguntarle fechas y nombres, y si me los dijera, los olvidaría... Ahora, por favor, basta de preguntas. Le digo lo que yosé, y no lo que le gustaría saber a usted.No creo que el tipo fuera amigo suyo. Era muy diferente de usted..., desde luego, por lo que puedo juzgar según lo dicho por Helene y lo que conozco de usted. Usted es un muchacho simpático e ilusionado..., y él, bueno, él era cualquier cosa menos simpático... Se puso hecho una fiera cuando descubrió que se estaba enamorando de Helene. Oh, no, no se convirtió en un cachorro sentimental, como ella había esperado. Le dijo amargamente que era frívola y vulgar, y después la besó para cerciorarse de que no era una estatuilla de porcelana. Helene no lo era... Al fin descubrió que no podía vivir sin ella, y ella descubrió que estaba harta de oírle hablar de sus sueños, y de los sueños de sus sueños, y de los sueños de los sueños de sus sueños. Le advierto que no estoy censurando a nadie. Quizá los dos tenían razón y quizá ninguno..., pero mi amiga no es el tipo ordinario de mujer que él pensaba que era... Oh, ella era algo muy diferente y sabía sobre la vida y la muerte y los hombres un poco más de lo que él suponía saber... El era el tipo de hombre que piensa que todos los libros modernos son basura y todos los jóvenes modernos tontos, sólo porque está demasiado absorto en sus propias sensaciones e ideas para comprender las de los demás. Dice Helene que sus gustos y sus caprichos eran inimaginables. Y cómo hablaba de religión... Debió de ser espantoso. Y mi amiga, sabe, es, o más bien era, muy alegre, tr è s vive,pero cuando él aparecía se sentía envejecer, se agriaba. Porque él nunca se quedaba mucho tiempo con ella... Aparecía à l'improviste,se echaba en un sillón, las manos sobre el mango del bastón, sin quitarse los guantes... y la miraba con aire tétrico. Ella pronto trabó amistad con otro hombre que la cortejaba y era mucho, oh, mucho más gentil y amable y lleno de atenciones que ese hombre que usted confunde con su hermano (no frunza el ceño, por favor). Pero Hele