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Fragmentos de estos discursos, en los cuales las palabras «traslucidez» y «opacidad» subían y explotaban como burbujas, sonaban en los oídos de Cinci

—Con el gracioso consentimiento del auditorio, se le hará colocar la galera roja—. Frase característica creada por los jueces cuyo significado conocían hasta los colegiales.

Y sin embargo he sido formado con tanto cuidado —pensó Cinci

El reloj dio una media, perteneciente a alguna hora desconocida.

CAPITULO II

Los diarios matutinos que le fueron alcanzados por Rodion junto con una taza de chocolate tibio, la hoja local Buenos días, compañerosy el más serio Voz del Público, como siempre abundaban en fotografías en colores. En el primero encontró la fachada de su casa: los niños mirando desde la galería, su suegro mirando por la ventana de la cocina, un fotógrafo asomado a la ventana de Marthe; en el segundo estaba la vista familiar que se apreciaba desde esa misma ventana, que daba al jardín, mostrando el manzano, el portal abierto, y la figura del hombre que fotografiaba la fachada. Además, encontró dos fotos suyas, mostrándolo tal como era en su mansa juventud.

Cinci

—¿Qué le pasa, Cinci

Con el correr del tiempo dichos lugares se hicieron más escasos: el sol del interés público penetró en todas partes, y la mirilla de la puerta estaba colocada en forma tal que en toda la celda no había un solo rincón que el observador no pudiera atravesar con su mirada penetrante. Por lo tanto Cinci





Niñez en los prados suburbanos. Jugaban a la pelota, al marrano, al papaíto de piernas largas, al a la una la mula, al gallo ciego. Él era ligero y vivaz, pero no les gustaba jugar con él. En el invierno las cuestas de la ciudad se cubrían de una uniforme capa de nieve, y qué divertido era deslizarse en los «cristalinos» trineos Saburov. Cuán rápidamente caía la noche cuando uno volvía a casa después de correr en trineo... Qué estrellas, cuántos pensamientos y tristeza arriba y cuánta ignorancia abajo. En la helada oscuridad metálica las ventanas brillaban con luz ámbar y carmín; las mujeres con pieles de zorro sobre vestidos de seda cruzaban la calle de casa a casa; la vagoneta eléctrica levantaba una momentánea ventisca luminiscente al pasar corriendo sobre la vía espolvoreada de nieve.

Una vocecilla; —Arkady Ilyich, mira a Cinci

Él no se enojaba con los cuenteros, pero éstos se multiplicaron, y, al madurar, se hicieron temibles. Cinci

«Existencia sin nombre, sustancia intangible», leyó Cinci

«Perpetuos celebrantes de onomásticos, podé...», estaba escrito en otro lugar.

Más hacia la izquierda, con mano fuerte y nítida, sin una sola línea superflua: «Nota que cuando se dirigen a ti...». El resto había sido borrado.

A continuación, con desmañada letra infantil: «Cobraré multa a quien escriba», firmado: «Director de la Prisión».

Y todavía podía discernirse otra frase, antigua y enigmática: : «Medidme mientras vivo; después será demasiado tarde».

—De todos modos, yo he sido medido —dijo Cinci

Doce, trece, catorce. A los quince Cinci