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—¿Dónde vamos? ¿Abajo? —preguntó vacilante Cinci

—¡Pfui, criatura desobediente! —le dijo la esposa del director a Emmie con ligero acento alemán.

M'sieur Pierre, que estaba revolviendo su té, bajó los ojos modestamente.

—¿Qué quiere decir esta escapada?-preguntó Rodrig Ivanovich a través del goteante jugo de melón—. ¡Para no mencionar el hecho de que está contra todas las reglas!

—Déjelos —dijo M'sieur Pierre sin levantar los ojos—. Después de todo, son dos niños.

—Ya terminan sus vacaciones, y quiere hacer su última travesura —señaló la esposa del director.

Emmie se sentó a la mesa arrastrando su silla deliberadamente, ajetreándose y mojándose los labios, y habiéndose olvidado por completo de Cinci

—Siéntese allí por ahora —dijo el director indicándole a Cinci

M'sieur Pierre se inclinó hacia Rodrig Ivanovich y ruborizándose ligeramente, le comunicó algo.

La laringe de éste último emitió un trueno corriente.

—Bueno, felicitaciones, felicitaciones —dijo reprimiendo con dificultad la alegría de su voz—. ¡Ésta sí que es una buena noticia! Ya es tiempo de que se lo diga a él —todos nosotros...— Miró a Cinci

—No, todavía no, querido amigo, no me ponga en aprietos —murmuró M'sieur Pierre tocándole la manga.



—En todo caso, no me rechazará usted otro vaso de té —dijo Rodrig Ivanovich juguetonamente, y luego, después de un momento de reflexión y un poco de mordisqueo, se dirigió a Cinci

—Hey, usted. Puede mirar el álbum mientras tanto. Niña, dale el álbum. Por su (gesto con el cuchillo) vuelta a la escuela nuestro querido huésped le ha hecho —le ha hecho un— perdóneme Pyotr Petrovich, he olvidado como lo llamó a usted.

—Un fotohoróscopo —dijo M'sieur Pierre modestamente.

—¿Dejo dentro el limón? —preguntó la esposa del director.

La colgante lámpara de kerosene cuya luz no alcanzaba a iluminar el fondo del comedor donde solamente relampagueaba en péndulo al cortar los sólidos segundos, bañaba con luz familiar la mesa hogareña donde se cumplía el ritual del té.

CAPÍTULO XVI

Tengamos calma. La araña había chupado una pequeña polilla afelpada de alas marmóreas y tres moscas, pero aún estaba hambrienta y no hacía más que mirar a la puerta. Tengamos calma. Cinci

Otro vestigio del día anterior era el álbum de cocodrilo con su grueso monograma de plata oscura que trajera en un rapto de distracción: ese singular fotohoróscopo armado por el hábil M'sieur Pierre, esto es, una serie de fotografías que describían la progresión natural de la vida entera de una persona determinada. ¿Cómo se hacía? Así: instantáneas muy retocadas de la cara actual de Emmie eran complementadas por fotografías de otras personas —a los efectos de la vestimenta, moblaje y paisaje— de modo que se creaba la decoración y el escenario de su vida futura. Pegadas consecutivamente en las poligonales ventanitas del sólido cartón de bordes dorados, con fechas elegantemente escritas, estas claras y, a primera vista, genuinas fotografías describían a Emmie como era en la actualidad; luego a los 14, con un portafolio en la mano; luego a los 16, con malla y tutu de gasa en la espalda, sentada plácidamente sobre una mesa, alzando una copa de vino rodeada de libertinos; luego a los 18, con atuendo de femme-fatale, en una pasarela sobre una cascada; y luego... en muchísimos más aspectos y poses, hasta en la última, horizontal.

Con ayuda de retoques y otros trucos fotográficos, se habían obtenido lo que aparecían ser los progresivos cambios en la cara de Emmie (incidentalmente, el taumaturgo habían empleado las fotografías de la madre); pero no había más que mirar con cuidado y se notaba con repulsiva claridad cuán trivial era esta parodia de la labor del tiempo. La Emmie que salía por la puerta de Artistas, con pieles, con flores apretadas contra el pecho, tenía piernas que no habían danzado nunca, mientras que en la siguiente fotografía, que la mostraba en traje de bodas, el novio era alto y esbelto, pero la cara redonda era la de M'sieur Pierre. A los 30 ya tenía lo que se suponía eran arrugas, trazadas al azar, sin vida, sin conocimiento de su verdadera significación, grotescas para el experto, como un movimiento circunstancial de las ramas de un árbol puede coincidir con un gesto comprensible para un sordomudo. Y a los 40 Emmie moría —y aquí permítame felicitarlo por un error recíproco: ¡su cara en la muerte no podía jamás pasar por la cara de la muerte!

Rodion retiró el álbum, murmurando entre dientes que la jovencita partía, y cuando reapareció, consideró necesario anunciar que la jovencita había partido ya.