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—Siento que en la última semana hemos llegado a ser tan buenos amigos; nos hemos entendido tan bien, tan afectuosamente, como muy rara vez ocurre. Creo que le interesa saber qué hay allí dentro. Permítame (contuvo el aliento), permítame terminar y se lo mostraré...

—Nuestra amistad —continuó M'sieur Pierre caminando y resollando ligeramente— ha florecido en la atmósfera de invernáculo de una prisión, donde ha sido alimentada por las mismas alarmas y las mismas esperanzas. Creo que le conozco a usted ahora mucho mejor que cualquier otra persona en el mundo entero, y con toda seguridad más íntimamente que su propia esposa. Por lo tanto, hallo particularmente penoso que usted sea despreciativo o desconsiderado con la gente... Ahora mismo, por ejemplo, cuando aparecimos ante usted tan alegremente, volvió a insultar a Rodrig Ivanovich con su supuesta indiferencia ante la sorpresa en la cual había tomado parte tan amable, tan enérgicamente; y no olvide que él ya no es joven, y tiene muchos problemas personales. No, no hablemos de esto ahora... Solamente deseaba dejar sentado que a mí no se me escapa la más íntima sombra de sus sentimientos, y por lo tanto siento personalmente que la tan mentada acusación no es completamente justa... Para mí es usted ta transparente como —perdone el sofisticado símil— un novia ruborosa es transparente a la mirada de un novi experimentado. No sé qué me ocurre con la respiración. Algo anda mal —perdóneme, me pasará en seguida—. Pero si yo he hecho un estudio tan detenido de su persona y —¿por qué mantenerlo en secreto?— me he encariñado tanto, tanto con usted, entonces usted también, necesariamente, tiene que haberme conocido a mí, haberse acostumbrado a mi persona; más aún, se habrá encariñado conmigo como yo con usted. Obtener una amistad tal, ésa fue mi primera tarea, y parece que la he cumplido exitosamente. Exitosamente. Ahora tomaremos el té. No puedo entender por qué no lo traen.

Apretándose el pecho se sentó a la mesa frente a Cinci

—Veo que está usted asombrado de mi prolijidad —dijo mientras inclinaba cuidadosamente el estuche, que tenía apariencia de ser pesado e incómodo de manejar.

—Pero verá usted, la prolijidad adorna la vida de un solterón solitario, que así se prueba a sí mismo...

Lo abrió. Allí, sobre terciopelo negro, yacía una enorme y lustrosa hacha.

—... se prueba a sí mismo que sí tiene un pequeño nido... Un pequeño nido —continuó M'sieur Pierre cerrando nuevamente el estuche, apoyándolo contra la pared y apoyándose él mismo—; un pequeño nido digno de él, que ha construido, llenado con su fantasía... En general, esto da lugar a una importante tesis filosófica, pero por ciertos indicios me parece que ni usted ni yo estamos ahora para filosofar. ¿Sabe qué? Éste es mi consejo: tomaremos nuestro té más tarde; conque, ahora mismo, vuelva a su habitación y recuéstese un rato. Sí, vaya. Ambos somos jóvenes. No debe permanecer usted aquí un minuto más. Mañana se lo explicarán, pero ahora, por favor, vayase. Yo también estoy excitado. Yo también he perdido el control absoluto sobre mí mismo; debe comprenderlo...

Cinci

—No, no, use nuestro túnel. No hemos hecho todo ese trabajo para nada. Arrástrese, arrástrese. Tapé el agujero con una cortina, si no quedaría feo. Vaya...



—Sin ayuda —dijo Cinci

Se metió dentro de la negra abertura, lastimándose otra vez las rodillas comenzó a avanzar en cuatro patas, más y más hondo dentro de la estrecha oscuridad. M'sieur Pierre le gritó algo sobre el té y luego aparentemente corrió la cortina, pues de inmediato Cinci

Respirando con dificultad el aire enrarecido, chocando con agudas protuberancias —y esperando sin preocuparse demasiado que el túnel se derrumbara— Cinci

Se encontró sobre uno de los muchos taludes cubiertos de césped que, cual olas verde oscuro, rompían en distintos niveles entre las rocas y terraplenes de la fortaleza. Al principio lo marearon tanto la libertad, la altura y el espacio abierto, que se aferró al húmedo césped y apenas si notó otra cosa que los fuertes chillidos vespertinos de las golondrinas que cortaban el aire multicolor con sus negras tijeras; la luz del atardecer había invadido la mitad del cielo; y, justo detrás de su cabeza se alzaban con terrible rapidez los ciegos escalones de piedra de la fortaleza, de entre los cuales él se deslizara como una gota de agua, mientras a sus pies se abrían fantásticos precipicios y se arrastraban neblinas perfumadas por los tréboles.

Recobró la respiración y se acostumbró al resplandor que le encandilaba, al temblor de su cuerpo, al impacto de la libertad que reverberaba a lo lejos y lo inundaba. Pegó la espalda a la roca y contempló el brumoso paisaje. Allí abajo, donde ya se había instalado el crepúsculo, apenas si pudo discernir a través de los mechones de bruma la ornada joroba del puente. Más lejos, del otro lado, la borrosa ciudad azul con sus ventanas como pavesas, todavía tomaba prestada la luz al crepúsculo o quizá se había iluminado de su propio peculio; podía determinar cómo eran enhebradas las brillantes cuentas de las luces que se iban encendiendo a lo largo de Steep Avenue, y en su extremo superior había un arco delicado y excepcionalmente distinto. Más allá de la ciudad, todo titilaba débilmente, se mezclaba y disolvía; pero sobre los invisibles Gardens, en las rosadas profundidades del cielo se veía una cadena de ardientes y traslúcidas nubecillas y se extendía un largo banco violeta con llameantes grietas a lo largo de su borde inferior —y mientras Cinci

Borracho, débil, resbalando sobre el áspero césped y recobrando el equilibrio, echó a andar cuesta abajo, y de pronto, detrás una saliente del talud donde un matorral de zarzas negras susurró su advertencia, Emmie saltó frente a él con la cara y las piernas rosadas por el atardecer, y, tomándole fuertemente de la mano le arrastró consigo. Todos sus movimientos denunciaban excitación, arrebatada ansiedad.