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CAPÍTULO XV

La mañana pasó tranquilamente, pero a eso de las cinco de la tarde comenzó un ruido de fuerza demoledora; fuera quien fuera trabajaba con ahínco y alborotaba desvergonzadamente; en realidad, sin embargo, no estaba mucho más cerca que el día anterior.

De repente ocurrió algo extraordinario: cierto obstáculo interior cedió, y ahora los ruidos sonaron con tal viva intensidad (habiendo en un instante hecho la transición del foro a la boca del escenario, justo hasta las candilejas), que era obvia su proximidad: allí mismo estaban, detrás de la pared, que se fundía como hielo y que en cualquier momento se quebraría.

Y entonces el prisionero decidió que era tiempo de actuar. Con prisa febril, tembloroso, pero así y todo tratando de controlarse, se levantó y se puso los zapatos de goma, los pantalones de lino y la chaqueta que llevara cuando fuera arrestado; encontró un pañuelo, dos pañuelos, tres pañuelos (una veloz visión de retazos atados unos a otros); por si acaso, se echó al bolsillo un trozo de cuerda que todavía tenía prendida una manijita de maderapara llevar paquetes (no entró entera... la punta quedó colgando afuera); corrió hacia la cama con intención de extender sobre ella la almohada y cubrirla con la manta para que diera la impresión de un hombre dormido; pero no lo hizo; en cambio se abalanzó sobre la mesa con el propósito de apoderarse de sus escritos; pero también ahora cambió de dirección a mitad de camino, pues los triunfantes, locos, demoledores golpes confundían sus pensamientos... Estaba allí parado, recto como una flecha, las manos en las costuras, cuando cumpliéndose sus sueños al pie de la letra, la pared amarilla crujió a una yarda del suelo dibujando un relámpago, se combó inmediatamente por la presión interior, y al instante se desmoronó con enorme estrépito.

Y del negro agujero, en medio de una nube de escombros, pico en mano, todo espolvoreado de blanco, sacudiéndose como un pescado gordo entre el polvo y reventando de risa, salió M'sieur Pierre, y justo detrás suyo, pero a lo cangrejo, el gordo trasero primero, con un rasgón por donde asomaba un penacho de algodón blanco, sin chaqueta, y cubierto también por toda clase de manipostería, también riendo a carcajadas, apareció Rodrig Ivanonich. Habiendo salido del agujero, ambos se sentaron en el piso dominados por una risa incontrolable que abarcaba todas las gamas, desde la carcajada a la risita y vuelta a empezar, con chillidos lastimeros en los intervalos entre explosión y explosión, y dándose todo el tiempo con el codo y cayéndose uno encima del otro...

—Somos nosotros, somos nosotros, somos nosotros —consiguió decir finalmente M'sieur Pierre con gran esfuerzo, volviendo su cara blanca de tiza hacia Cinci

—Somos nosotros —dijo Rodrig Ivanovich con insólito falsete, y comenzó otra vez a reírse a carcajadas levantando sus piernas fofas cubiertas con las grotescas polainas a la Auguste.

—¡Oop! —dijo M'sieur Pierre que repentinamente se había serenado; se puso de pie y, dando palmas, contempló el agujero. ¡Vaya trabajito que hemos hecho, Rodrig Ivanovich! Vamos, levántese, amigo mío, ya es suficiente. ¡Vaya trabajo! ¡Oh!, bueno, ahora podemos hacer uso de tan espléndido túnel... Permita usted que le invite, querido vecino a tomar un vaso de té conmigo...

—Si usted insiste... —murmuró Cinci



—Reúnase con nosotros —le dijo a Rodrig Ivanovich, pero éste se excusó aduciendo estar mal arreglado.

Aplastado y con los ojos fuertemente cerrados, Cinci

—Bienvenido —dijo su anfitrión saltando detrás de él. Inmediatamente hizo aparecer un cepillo y comenzó diestramente a cepillar al parpadeante Cinci

—Con su permiso, me cambiaré —dijo M'sieur Pierre. Y se quitó la polvorienta chaqueta de lana; por un instante, con fingida casualidad, flexionó su brazo, contemplando de lado sus bíceps turquesa y blanco y exhalando su hedor característico. Alrededor de su tetilla izquierda tenía un tatuaje original —dos hojas verdes— de modo que la tetilla misma parecía un capullo de rosa (hecha de mazapán y angélica confitada).

—Siéntese, por favor —dijo poniéndose una bata de brillantes arabescos—. Esto es todo lo que tengo, pero es mío. La habitación, como usted verá, es casi igual a la suya. Sólo que la mantengo limpia y la he decorado..., la he decorado lo mejor posible. (Suspiró ligeramente como presa de incontrolable excitación.)

La he decorado. El calendario de pared con la acuarela de la fortaleza al atardecer, señalaba un día en rojo. Una mancha hecha de piecitas de paño multicoloras, cubría el catre. Sobre éste sujetas con chinches colgaban lujuriosas fotografías y un retrato formal de M'sieur Pierre; un abanico de papel mostraba sus marcados pliegues por detrás del borde del marco. Sobre la mesa había un álbum de piel de cocodrilo, brillaba la esfera de un reloj de viaje, de oro, y media docena de aterciopelados pensamientos miraban en varias direcciones por sobre el bruñido borde de un jarro de porcelana que ostentaba un paisaje alemán. En un rincón de la celda había un estuche grande, que posiblemente contenía algún instrumento musical.

—Me siento extremadamente feliz de tenerle a usted aquí —decía M'sieur Pierre que iba y venía pasando siempre a través de un oblicuo rayo de sol en el que aún danzaban motas de polvo.