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—Magnífica descripción de abril —dijo el director sacudiendo la quijada.

—Creo que todos lo hemos experimentado —continuó M'sieur Pierre—, y ahora, que un día cualquiera ascenderemos al patíbulo, el inolvidable recuerdo de tal día de primavera nos hace gritar: «Oh vuelve, vuelve; déjame gustarte una vez más».

—«Gustarte una vez más» —repitió M'sieur Pierre mientras consultaba francamente un rollo de notas ajenas todo cubierto por apretada escritura.

—Seguidamente —dijo—, pasaremos a los placeres de orden espiritual. Recuerden aquellas ocasiones cuando, en una fabulosa galería de cuadros, o un museo, uno se detenía repentinamente y no era capaz de apartar los ojos de algún torso sabroso, hecho, ay, de bronce o de mármol. A esto podemos llamarlo el placer del arte; ocupa un lugar importante en nuestra vida.

—Ya lo creo que sí —dijo Rodrig Ivanovich con voz nasal y miró a Cinci

—Placeres gastronómicos —continuó M'sieur Pierre—. Mirad las mejores variedades de frutos colgando de las ramas de los árboles; mirad al carnicero y sus ayudantes arrastrando a un cerdo, que chilla como si fueran a asesinarlo; mirad sobre un hermoso plato un sustancioso trozo de blanca grasa de cerdo; mirad el vino de mesa y el coñac; mirad el pescado... no sé ustedes, pero yo soy muy aficionado al sargo.

—Apruebo —dijo Rodrig Ivanovich con voz fuerte. —Este espléndido festín debe ser abandonado. Muchas otras cosas deben también ser abandonadas, tales como una cámara o una pipa; charlas con los amigos; el deleite de descargarse, que algunos sostienen iguala al placer del amor; dormir después de la comida; fumar... ¿Qué más? Chucherías predilectas... Sí, eso ya lo hemos dicho... (volvieron a aparecer las notas plagiadas) placer de... eso también lo mencioné. Bueno, otras menudencias...

—¿Puedo agregar algo? —preguntó el director tratando de conquistar la buena voluntad de M'sieur Pierre, pero éste sacudió la cabeza:

—No, ya es suficiente. Creo que he desplegado ante la imaginación de mi querido colega tales vistas del reino de la sensualidad...

—Sólo quería decir algo sobre el tema de los comestibles —observó el director en voz baja—. Creo que ciertas cosas podrían ser mencionadas aquí. Por ejemplo en fait de potage... Está bien, está bien, no diré una palabra —terminó alarmado por la mirada que le echó M'sieur Pierre.

—Bueno —M'sieur Pierre se dirigió a Cinci

—¿Qué espera que diga? —dijo éste—. Una tontería pesada e inoportuna.

—Es incorregible —exclamó Rodrig Ivanonich.

—Es sólo pose —dijo M'sieur Pierre con una siniestra sonrisa de porcelana—. Créame, se siente bastante tocado, muy tocado, por toda la belleza del fenómeno que he descrito.



—... Pero no comprende ciertas cosas —intervino llanamente Rodrig Ivanovich—. No comprende que si él ahora admite honestamente que su proceder es equivocado, admite honestamente que le gustan las mismas cosas que a usted y a mí —por ejemplo, la sopa de tortuga como primer plato— dicen que es excepcionalmente buena —es decir, sólo quiero recalcar que si fuera honesto en admitir y se arrepintiera— sí, arrepintiera —ése es mi punto de vista— entonces podría haber una remota, no quiero decir esperanza, pero no obstante...

—Dejé afuera la parte sobre la gimnasia —murmuró M'sieur Pierre consultando su rollito—. ¡Qué pena!

—No, no, habló usted muy bien, muy bien —suspiró Rodrig Ivanovich—. No pudo hacerlo mejor. Despertó en mí ciertos deseos que habían estado dormidos por décadas. ¿Se queda un rato más? ¿O viene usted conmigo?

—Con usted. Hoy está de malas. Ni siquiera lo ve a uno. Le ofrece usted reinos, y él se amodorra. Y yo pido tan poco... una palabra, un gesto. Bueno, no hay nada que hacer. Vámonos, Rodrig.

Poco después que partieron se apagó la luz y Cinci

Rascándose por debajo de la camisa el pecho cubierto de vello rojo, Rodion entró a buscar el banquillo. Habiéndolo encontrado se sentó prestamente en él y con un fuerte gruñido, apoyando la cara en sus enormes palmas, pareció dispuesto a echarse un sueñecito.

—¿No ha llegado todavía? —preguntó Cinci

Quizá porque hubiera transcurrido ya un período integral de tiempo —dos semanas— desde el juicio, quizá porque los ruidos amigos le prometían un cambio de fortuna, Cinci