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—¿Querrías llevarme allí, por favor? —murmuró Cinci

Estaba sentado junto a Emmie en el umbral de piedra, y ambos espiaban la remota artificiosidad más allá del vidrio; enigmáticamente, la niña continuaba serpenteando senderos con el dedo, y sus cabellos olían a vainilla.

—Viene papá —dijo de repente, con voz ronca, apresurada; luego saltó al suelo y desapareció.

Era verdad: Rodion se acercaba, las llaves tintinando, por la dirección opuesta a la que había llegado Cinci

—A casita —dijo de buen talante.

Se hizo la oscuridad detrás del vidrio, y Cinci

—Hey, hey, ¿adónde va? —exclamó Rodion—. Por acá derecho. Este camino es más corto.

Y sólo entonces Cinci

—Nada de espiar, mi dulce damisela —le dijo Rodion de muy buen humor a Cinci

Parecía particularmente orgulloso de que la araña estuviera entronizada en una limpia e impecable tela, que, resultaba evidente, acababa de tejer un momento antes.

CAPITULO VII

¡Una mañana encantadora! Libremente, sin barreras, penetraba a través de los enrejados vidrios lavados el día anterior por Rodion. Nada podía tener aspecto más festivo que la pintura amarilla de las paredes. La mesa estaba cubierta por un mantel limpio, que todavía no se adhería, por el aire que quedaba debajo. El piso de piedra generosamente baldeado, exhalaba frescura de fuente.

Cinci

A las diez en punto hizo su entrada Rodrig Ivanovich, con su mejor y más monumental levita, pomposo, altivo, excitado pero aun así compuesto; depositó un pesado cenicero y lo inspeccionó todo (con la sola excepción de Cinci



—¿Y qué tal usted? ¿Está preparado? —preguntó—. ¿Halló todo lo que necesitaba? ¿Están en orden las hebillas de sus zapatos? ¿Por qué está esto arrugado o lo que sea, por aquí? Debería darle vergüenza. A ver las garras. Bon. Ahora trate de no ensuciar nada. Creo que ya no falta mucho...

Salió, y su suculenta, autoritaria voz de bajo retumbó por el pasillo. Rodion abrió la puerta de la celda, asegurándola para que no volviera a cerrarse y desplegó un camino color caramelo sobre el umbral. —Ya viene—, murmuró con un guiño y desapareció. Una llave dio tres vueltas en alguna cerradura, voces confusas se hicieron audibles, y una ráfaga agitó los cabellos de Cinci

Ya hemos llegado—, escuchó que comentaba sonoramente el director, y un instante después éste aparecía, conduciendo galantemente del codo al rollizo, pequeño prisionero a rayas, quien antes de pasar, hizo una pausa ea la alfombra, juntó en silencio sus pies calzados en cuero marroquí, e hizo una graciosa reverencia.

—Permítame presentarle a M'sieur Pierre —dijo el director dirigiéndose a Cinci

Ni siquiera sabía lo que estaba diciendo —bullendo, haciendo cabriolas, frotándose las manos, hirviendo en: delicioso embarazo.

M'sieur Pierre, muy calmo y compuesto, entró, hizo otra reverencia, y Cinci

Con una voz melodiosa, aguda, que le salía de la garganta, M'sieur Pierre dijo:

—También soy yo feliz en extremo de ser presentado a usted por fin. Me atrevo a expresar mi esperanza de que podamos conocernos más íntimamente.

—Exactamente, exactamente —bramó el director—, oh, por favor, siéntese... Considérese en su casa... Su colega aquí está tan feliz de verlo que se ha quedado sin palabras.

M'sieur Pierre tomó asiento, y entonces fue evidente que sus piernas no llegaban al suelo; sin embargo esto no restó un ápice a su dignidad o a esa gracia particular con que la naturaleza adorna a unos pocos y selectos hombrecitos gordos. Sus ojos brillantes como el cristal observaban cortésmente a Cinci

M'sieur Pierre dijo:

—Tiene usted un extraordinario parecido con su madre. Yo nunca he tenido la oportunidad de verla, pero Rodrig Ivanovich ha prometido gentilmente mostrarme su fotografía.