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No, esto era solo un auto-engaño, tonterías. La criatura había dibujado sin ton ni son... Copiemos los títulos y dejemos el catálogo a un lado. Sí, la niña... Con la punta de la lengua asomándole por la comisura derecha de la boca, apretando fuertemente el cabo del lápiz, presionándolo con un dedo blanco por el esfuerzo... y entonces, después de trazar una raya particularmente feliz, echándose hacia atrás, balanceando la cabeza de derecha a izquierda, moviendo los hombros, y, al volver a trabajar sobre el papel, sacando otra vez la lengua por la comisura izquierda... tan afanosamente... Tonterías... no nos detengamos más en ello...

Tratando de pensar cómo animar las horas vacías, Cinci

—La entrevista —escribió Cinci

Oh, cómo me gustaría reproducirla como era entonces, toda fresca y aún sólida— y luego el gradual ablandamiento —el pliegue entre la mejilla y el cuello cuando volvía la cabeza hacia mí, caldeándose ya y casi viva. Su mundo. Su mundo consiste en simples componentes, simplemente reunidos; creo que la receta de cocina más sencilla es más complicada que el mundo que ella asa tarareando: cada día para sí misma, para mí, para cualquiera. Pero por eso es por lo que —aun entonces, en los primeros días— por eso es por lo que la malicia y la porfía que repentinamente... Tan suave, tan graciosa y cálida, y luego de pronto... Al principio creí que lo hacía a propósito, quizás para demostrar como otra en su lugar podría haberse vuelto regañona y testaruda. ¡Pueden ustedes imaginar mi asombro cuando comprendí que esa era su verdadera personalidad! En razón de qué menudencias... tontita mía, cuán pequeña es tu cabeza si uno palpa a través de toda esa espesa masa castaña de peso a la que tan bien sabes impartir ese brillo infantil, ese halo de inocencia.

«Su pequeña esposa parece muy dulce y gentil, pero muerde, se lo advierto», me dijo su inolvidable primer amante, y lo fundamental era que el verbo no había sido usado en forma figurada... porque era verdad que en ciertos momentos... uno de esos recuerdos que debieran hacerse a un lado, o de lo contrario lo abruman a uno y lo destrozan. La pequeña Marthe lo hizo otra vez... y una vez vi, vi, vi —desde la galería vi— y desde ese día nunca entré a una habitación sin anunciar antes mi llegada desde lejos, con una tos o una exclamación sin sentido. Qué horrible fue la vista de aquella contorsión, aquel jadeo apresurado, todo lo que había sido mío entre la sombra de los Tamara Gardens y que más tarde perdiera. Contar cuántos fueron... tortura sin fin: conversar durante la comida con uno u otro de sus amantes, parecer alegre, decir tonterías, contar chistes, y siempre con el temor mortal de agacharme y acertar a ver la parte inferior de ese monstruo cuya mitad superior era absolutamente presentable, ya que tenía la apariencia de un hombre y una mujer jóvenes con el talle inclinado sobre la mesa, comiendo y conversando tranquilamente; y cuya mitad inferior era un cuadrúpedo retorcido y anhelante. Descendía al infierno para recuperar una servilleta caída. Más tarde Marthe diría (usando siempre la primera persona del plural) «Estamos muy avergonzados de haber sido vistos», y haría un pucherito. Y todavía te amo. Sin escapatoria, fatal, incurablemente... Así como los robles permanecen en aquellos jardines, yo... Cuando te presentaron las pruebas oficiales de que yo era un indeseable, de que tenía que ser apartado de los demás, te sorprendiste de no haber notado nada, ¡y fue tan fácil ocultártelo! Recuerdo que me implorabas que me reformara, sin entender realmente qué era lo que había en mí que debía ser reformado y cómo podría uno hacerlo; y aún ahora no comprendes nada, no te detienes siquiera un instante a pensar si lo entiendes o no, y cuando dudas, tu duda es casi agradable. Sin embargo, cuando el alguacil comenzó su ronda por la corte con el sombrero, tú también arrojaste dentro tu pedacito de papel.

Al mecerse la tina junto al muelle, subía de ella un vaho alegre e incitante. Impulsivamente, con dos gestos rápidos, Cinci



Mi pobre pequeño Cinci

Ya estaba limpio y presentable. Exhaló un suspiro y se puso la fresca camisa de dormir, que aún olía a lavado casero.

Oscureció. Se acostó y siguió flotando. A la hora de costumbre. Rodion encendió la luz y se llevó el balde y la tina. La araña bajó hacia él en un hilo de luz y se ubicó en el dedo que Rodion le ofreciera, hablando con ella como con un canario. Mientras tanto la puerta que daba al corredor permanecía abierta, y de pronto algo se movió allí... por un instante bailaron las puntas de dos rizos gemelos, y desaparecieron cuando Rodion alzó la vista para contemplar a la pequeña trapecista negra que se elevaba bajo la Cúpula del circo. La puerta aún continuaba semiabierta. El corpulento Rodion con su delantal de cuero y su rizada barba roja, andaba pesadamente por la celda, y, cuando el reloj (más cerca ahora por lo directo de la comunicación) comenzó su ronco matraqueo previo a las campanadas, sacó un grueso reloj de un lugar recóndito de su faja y verificó la hora. Luego, suponiendo que Cinci