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—Pero, entonces, quizá (Cinci

Se perdió en sus pensamientos. Luego arrojó el lápiz, se levantó, comenzó a caminar. El sonido del reloj alcanzó sus oídos. Usando sus campanas como una plataforma, las pisadas se elevaron hasta la superficie; la plataforma se alejó flotando, pero las pisadas se quedaron y dos personas entraron ahora en la celda: Rodion con la sopa y el bibliotecario con el catálogo.

Este último era un hombre de gran tamaño pero aspecto enfermizo, pálido, con sombras debajo de los ojos, con una calva manchada encerrada dentro de una corona de cabello oscuro, con un torso largo dentro de una chaqueta de lana azul, descolorida en partes y con remiendos en los codos. Tenía las manos dentro de los bolsillos del pantalón, estrechos como la muerte, y sostenía debajo del brazo un libro grande encuadernado en cuero negro. Cinci

—El catálogo —dijo el bibliotecario, cuya manera de hablar se distinguía por una especie de desafiante laconismo.

—Magnífico, déjelo aquí —dijo Cinci

—Irme —dijo el bibliotecario.

—Muy bien. Entonces le devolveré el catálogo por intermedio de Rodion. Tome, puede llevarse éstos... Estas revistas antiguas son maravillosamente conmovedoras... Mire, con este pesado volumen descendí, como si tuviera lastre, hasta lo más profundo de los tiempos. Una sensación encantadora.

—No —dijo el bibliotecario.



—Tráigame más; le copiaré los años que quiero. Y alguna novela, una nueva. ¿Ya se va usted? ¿Tiene todo? Una vez solo Cinci

Por lo tanto Cinci

CAPITULO V

—Le ruego acepte mis más sinceras felicitaciones —dijo el director con su suntuosa voz de bajo al entrar a la celda de Cinci