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Si las cosas habían sido irreales hasta entonces, he aquí que, de repente, se hacían enteramente reales. Era como si el ocular de una máquina fotográfica hubiese encontrado repentinamente su foco. Fue entonces cuando vio el artefacto de hocico anguloso y torrecilla cuadrada, pintado de verde gris y castaño, con su ametralladora apuntada, dando la vuelta al recodo iluminado por el sol. Disparó, y oyó el ruido que hacía la bala al chocar contra la cubierta de acero. El pequeño tanque dio marcha atrás, refugiándose tras la muralla rocosa. Vigilando el recodo, Robert Jordan vio asomar nuevamente la nariz del artefacto, luego el borde de la torrecilla y por último toda la torrecilla, hasta que el cañón de la ametralladora quedó enfilado a lo largo de la carretera.

- Parece un ratón saliendo de su agujero -dijo Agustín-.Mira, inglés.

- No está muy confiado -dijo Robert Jordan.

- Ese es el animal con que Pablo tuvo que pelear -dijo Agustín-. Dispara otra vez.

- No. No puedo hacerle daño. Y no quiero que se dé cuenta de dónde estamos.

El tanque comenzó a disparar sobre la carretera. Las balas rebotaban contra el suelo y resonaban contra los hierros del puente. Era la misma ametralladora que habían oído disparar más abajo.

- Cabrón -dijo Agustín-. Ese es uno de sus famosos tanques, ¿no, inglés?

- Sí, es un «Bebé».

- Cabrón. Si yo tuviese un biberón lleno de gasolina, se lo tiraría encima y le prendería fuego. ¿Qué vamos a hacer, inglés?

- Esperar un poco hasta que se asome de nuevo.

- Y eso es lo que mete tanto miedo -dijo en tono despectivo Agustín-. Mira, inglés. Está matando otra vez a los centinelas.

- Ya que no tiene otro blanco -dijo Robert Jordan Déjale.

Pero para sus adentros pensó: «Búrlate de él, anda. Imagínate que eres tú, que vuelves a un territorio ocupado por los tuyos y que te encuentras con que te disparan en la carretera principal; luego, con que salta un puente. ¿No creerías que había sido minado o bien que se trataba de una trampa? Claro que sí. Así es que hace lo que tiene que hacer. Está aguardando que venga alguien en su ayuda. Entretanto, distrae al enemigo. El enemigo somos nosotros; pero no puede saberlo. Mira al muy hijo de puta.»

El tanquecillo asomaba ligeramente el morro por el recodo.

Entonces vio Agustín aparecer a Pablo, saliendo del desfiladero, y le vio trepar, arrastrándose, con el barbudo rostro lleno de sudor.

- Ahí viene ese hijo de puta -anunció.

- ¿Quién?

- Pablo.

Robert Jordan vio a Pablo y comenzó a disparar sobre la torrecilla camuflada del tanquecillo, hacia el punto en donde sabía que tenía que estar la hendidura que servía de mira más abajo de la ametralladora. El tanquecillo retrocedió, desapareció y Jordan recogió el fusil ametrallador, plegó las patas del trípode y se lo echó al hombro. El cañón estaba todavía caliente; tan caliente, que le quemaba la piel. Jordan lo echó hacia atrás, de forma que la culata descansara en la palma de su mano.

- Trae el saco de las municiones y mi pequeña máquina, y date prisa. Vamos.

Robert Jordan subió corriendo por entre los pinos. Agustín iba detrás de él y Pablo un poco más lejos.

- Pilar -gritó Jordan-. Vamos, mujer.

Subían la empinada cuesta todo lo de prisa que podían. No podían correr porque era demasiado empinada. Pablo, que no llevaba más impedimenta que el fusil automático de caballería, llegó pronto hasta ellos.

- ¿Y tu gente? -preguntó Agustín a Pablo, con la boca seca.

- Han muerto todos -dijo Pablo. Apenas si podía respirar. Agustín volvió la cabeza y le miró fijamente.

- Ahora tenemos muchos caballos, inglés -dijo Pablo, jadeando.

- Bueno -dijo Robert Jordan. «Este bastardo asesino», pensó.

- ¿Qué os ha pasado?

- Nos ha pasado de todo -dijo Pablo, respirando penosamente-. ¿Qué tal le fue a Pilar?

- Ha perdido a Fernando y al hermano.

- Eladio -explicó Agustín.

- ¿Y tú? -preguntó Pablo.

- He perdido a Anselmo.

- Hay muchos caballos -dijo Pablo-; tendremos hasta para los equipajes.

Agustín se mordió los labios, miró a Jordan e hizo un movimiento con la cabeza. Debajo de ellos, oculto por los árboles, oyeron al tanque, que volvía a disparar sobre la carretera y el puente. Robert Jordan volvió la cabeza.

- ¿Qué fue lo que sucedió, pues? -preguntó a Pablo. Quería evitar mirar a Pablo y olerle, pero quería enterarse.

- No podía salir por allí con ese artefacto -dijo Pablo-. Estábamos atrapados en el puesto. Por fin, se alejó para ir en busca de no sé qué cosa, y yo escapé.

- ¿Contra quién disparabas ahí abajo? -preguntó brutalmente Agustín.

Pablo le miró, esbozó una sonrisa, se arrepintió y no dijo nada.

- ¿Fuiste tú quien los mató a todos? -preguntó Agustín.

Robert Jordan pensaba: «No te metas en eso. No hay que meterse en ello por el momento. Han hecho todo lo que tú querías e incluso más. Esta es una pelea de tribus. No te metas a juzgar a nadie. ¿Qué podías esperar de un asesino? Estás trabajando con un asesino. No te metas en eso. Ya sabías que lo era antes de empezar. No es ninguna sorpresa. Pero ¡qué cochino bastardo! ¡Qué cochino, inmundo bastardo!»

Le dolía el pecho de la escalada y pensaba que" iba a abrírsele en dos. Al fin, más arriba, entre los árboles, vio los caballos.

- Vamos -decía Agustín-. ¿Por qué no confiesas que fuiste tú quién los mató?

- Calla la boca -dijo Pablo-. He peleado mucho hoy y muy bien. Pregúntaselo al inglés.

- Y ahora, sácanos de aquí -dijo Robert Jordan-. Eres tú el que tenía un plan para sacarnos.

- Tengo un buen plan -dijo Pablo-; con un poco de suerte, todo irá bien.

Empezaba a respirar con más holgura. -No tendrás intenciones de matarnos, ¿eh? -preguntó Agustín-. Porque estoy dispuesto a matarte yo ahora mismo.

- Cierra el pico -dijo Pablo-; tengo que ocuparme de tus intereses y de los de la banda. Es la guerra. No se puede hacer lo que se quiere.

- Cabrón -dijo Agustín-; te llevas todos los premios. -Dime qué ocurrió allá abajo -dijo Robert Jordan a Pablo.

- Pasó de todo -contestó Pablo. Respiraba trabajosamente, como si le doliera el pecho, pero podía hablar con claridad. Su cara y su cráneo estaban empapados de sudor y tenía los hombros y el pecho asimismo empapados. Miró a Robert Jordan con precaución, para ver si no se. mostraba realmente hostil, y luego sonrió-: Me pasó de todo -dijo-. Primero tomamos el puesto. Después apareció un motociclista. Después, otro. Después, una ambulancia. Luego, un camión. Más tarde llegó el tanque. Un momento antes de que tú volaras el puente.