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En el centro de la mesa, apoyada en los tapices que pendían del muro, había una silla bajo un dosel, y allí estaba sentada una hermosa dama, tan parecida a Elrond, bajo forma femenina, que no podía ser, pensó Frodo, sino una pariente próxima. Era joven, y al mismo tiempo no lo era, pues aunque la escarcha no había tocado las trenzas de pelo sombrío, y los brazos blancos y el rostro claro fuesen tersos y sin defecto, y la luz de las estrellas le brillara en los ojos, grises como una noche sin nubes, había en ella verdadera majestad, y la mirada revelaba conocimiento y sabiduría, como si hubiera visto todas las cosas que traen los años. Le cubría la cabeza una red de hilos de plata entretejida con pequeñas gemas de un blanco resplandeciente, pero las delicadas vestiduras grises no tenían otro adorno que una guirnalda de hojas cinceladas en plata.

Así vio Frodo a Arwen, hija de Elrond, a quien pocos mortales habían visto hasta entonces, y de quien se decía que había traído de nuevo a la tierra la imagen viva de Lúthien; y la llamaban Undómiel, pues era la Estrella de la Tarde para su pueblo. Había permanecido mucho tiempo en la tierra de la familia de la madre, en Lórien, más allá de las montañas, y había regresado hacía poco a Rivendel, a la casa del padre. Pero los dos hermanos de Arwen, Elladan y Elrohir, llevaban una vida errante, y a menudo iban a caballo hasta muy lejos junto con los Montaraces del Norte; y jamás olvidaban los tormentos que la madre de ellos había sufrido en los antros de los orcos.

Frodo no había visto ni había imaginado nunca belleza semejante en una criatura viviente, y el hecho de encontrarse sentado a la mesa de Elrond entre tanta gente alta y hermosa lo sorprendía y abrumaba a la vez. Aunque tenía una silla apropiada, y contaba con el auxilio de varios almohadones, se sentía muy pequeño, y bastante fuera de lugar; pero esta impresión pasó rápidamente. La fiesta era alegre, y la comida todo lo que un estómago hambriento pudiese desear. Pasó un tiempo antes que mirara de nuevo alrededor o se volviera hacia la gente vecina.

Buscó primero a sus amigos. Sam había pedido que le permitieran atender a su amo, pero le respondieron que por esta vez él era invitado de honor. Frodo podía verlo ahora junto al estrado, sentado con Pippin y Merry a la cabecera de una mesa lateral. No alcanzó a ver a Trancos.

A la derecha de Frodo estaba sentado un enano que parecía importante, ricamente vestido. La barba, muy larga y bifurcada, era blanca, casi tan blanca como el blanco de nieve de las ropas. Llevaba un cinturón de plata, y una cadena de plata y diamantes le colgaba del cuello. Frodo dejó de comer para mirarlo.

—¡Bienvenido y feliz encuentro! —dijo el enano volviéndose hacia él, y levantándose del asiento hizo una reverencia—. Glóin, para servir a usted —dijo inclinándose todavía más.

—Frodo Bolsón, para servir a usted y a la familia de usted —dijo Frodo correctamente, levantándose sorprendido y desparramando los almohadones—. ¿Me equivoco al pensar que es usted elGlóin, uno de los doce compañeros del gran Thorin Escudo-de-Roble?

—No se equivoca —dijo el enano, juntando los almohadones y ayudando cortésmente a Frodo a volver a la silla—. Y yo no pregunto, pues ya me han dicho que es usted pariente y heredero por adopción de nuestro célebre amigo Bilbo. Permítame felicitarlo por su restablecimiento.

—Muchas gracias —dijo Frodo.

—Ha tenido usted aventuras muy extrañas, he oído —dijo Glóin—. No alcanzo a imaginarme qué motivo pueden tener cuatrohobbits para emprender un viaje tan largo. Nada semejante había ocurrido desde que Bilbo estuvo con nosotros. Pero quizá yo no debiera hacer preguntas tan precisas, pues ni Elrond ni Gandalf parecen dispuestos a hablar del asunto.

—Pienso que no hablaremos de eso, al menos por ahora —dijo Frodo cortésmente. Entendía que aun en la casa de Elrond el Anillo no era tema común de conversación, y de cualquier modo deseaba olvidar las dificultades pasadas, por un tiempo—. Pero yo también me pregunto —continuó— qué traerá un enano tan importante a tanta distancia de la Montaña Solitaria.





Glóin lo miró. —Si todavía no lo sabe, tampoco hablaremos de eso, me parece. El Señor Elrond nos convocará a todos muy pronto, creo, y oiremos entonces muchas cosas. Pero hay todavía otras, de las que se puede hablar.

Conversaron durante todo el resto de la comida, pero Frodo escuchaba más de lo que hablaba, pues las noticias de la Comarca, aparte de las que se referían al Anillo, parecían menudas, lejanas e insignificantes, mientras que Glóin en cambio tenía mucho que decir de las regiones septentrionales de las Tierras Ásperas. Frodo supo que Grimbeorn el Viejo, hijo de Beorn, era ahora el señor de muchos hombres vigorosos, y que ni orcos ni lobos se atrevían a entrar en su país, entre las Montañas y el Bosque Negro.

—En verdad —dijo Glóin—, si no fuera por los Beórnidas, ir de Valle a Rivendel hubiese sido imposible desde hace mucho tiempo. Son hombres valientes, y mantienen abierto el Paso Alto y el Vado de Carroca. Pero el peaje es elevado —añadió sacudiendo la cabeza—, y como los Beorn de antaño no gustan mucho de los enanos. Sin embargo, son gente en la que se puede confiar, y eso es mucho en estos días. Pero en ninguna parte hay Hombres que nos muestren tanta amistad como los de Valle. Son buena gente los Bárdidos. El nieto de Bardo el Arquero es quien los gobierna, Brand hijo de Bain hijo de Bardo. Es un rey poderoso, y sus dominios llegan ahora muy al sur y al este de Esgaroth.

—¿Y qué me dice de la gente de usted? —preguntó Frodo.

—Hay mucho que decir, bueno y malo —respondió Glóin—, pero casi todo bueno. Hemos tenido suerte hasta ahora, aunque no escapamos al ensombrecimiento de la época. Si realmente quiere oír de nosotros, le daré todas las noticias que quiera. ¡Pero hágame callar cuando esté cansado! La lengua se les suelta a los enanos cuando hablan de sí mismos, dicen.

Y después de esto Glóin se embarcó en un largo relato sobre el Reino de los Enanos. Le encantaba haber encontrado un oyente tan cortés, pues Frodo no daba señales de fatiga y no trataba de cambiar el tema, aunque en verdad pronto se encontró perdido entre los extraños nombres de personas y lugares de los que nunca había oído hablar. Le interesó saber sin embargo que Dáin reinaba todavía bajo la Montaña, que era viejo (habiendo cumplido ya doscientos cincuenta años), venerable, y fabulosamente rico. De los diez compañeros que habían sobrevivido a la Batalla de los Cinco Ejércitos, siete estaban todavía con él: Dwalin, Glóin, Dori, Nori, Bifur, Bofur y Bombur. Bombur era ahora tan gordo que no podía trasladarse por sus propios medios de la cama al asiento en la mesa, y se necesitaban seis jóvenes enanos para levantarlo.

—¿Y qué se hizo de Balin y Ori y Óin? —preguntó Frodo.

Una sombra cruzó la cara de Glóin.

—No lo sabemos —respondió—. He venido a pedir consejo a gentes que moran en Rivendel en gran parte a causa de Balin. ¡Pero por esta noche hablemos de cosas más alegres!

Glóin se puso entonces a hablar de las obras de los enanos, y le comentó a Frodo los trabajos que habían emprendido en Valle y bajo la Montaña.