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—Hemos trabajado bien —dijo—, pero en metalurgia no podemos rivalizar con nuestros padres, muchos de cuyos secretos se han perdido. Hacemos buenas armaduras y espadas afiladas, pero las hojas y las cotas de malla no pueden compararse con las de antes de la venida del dragón. Sólo en minería y en construcciones hemos superado los viejos tiempos. ¡Tendría usted que ver los canales de Valle, Frodo, y las montañas y las fuentes! ¡Tendría usted que ver las calzadas de piedras de distintos colores! ¡Y las salas y las calles subterráneas con arcos tallados como árboles, y las terrazas y torres que se alzan en las faldas de la Montaña! Vería usted entonces que no hemos estado ociosos.

—Iré y lo veré, si me es posible alguna vez —dijo Frodo—. ¡Cómo se hubiera sorprendido Bilbo viendo todos esos cambios en la Desolación de Smaug!

Glóin miró a Frodo y sonrió.

—Usted quería mucho a Bilbo, ¿no es cierto? —le preguntó.

—Sí —respondió Frodo—. Preferiría verlo a él antes que todas las torres y palacios del mundo.

El banquete concluyó por fin. Elrond y Arwen se incorporaron y atravesaron la sala, y los invitados los siguieron en orden. Las puertas se abrieron de par en par, y todos salieron a un pasillo ancho y cruzaron otras puertas, y llegaron a otra sala. No había mesas allí, pero un fuego claro ardía en una amplia chimenea entre pilares tallados a un lado y a otro.

Frodo se encontró marchando al lado de Gandalf.

—Ésta es la Sala del Fuego —dijo el mago—. Escucharás aquí muchas canciones y relatos, si consigues mantenerte despierto. Pero fuera de las grandes ocasiones la sala está siempre vacía y silenciosa, y sólo vienen aquí quienes buscan tranquilidad y recogimiento. La chimenea está encendida todo el año, pero casi no hay otra luz.

Mientras Elrond entraba e iba hacia el asiento preparado para él, unos trovadores Elfos comenzaron a tocar una música suave. La sala se fue llenando lentamente, y Frodo observó con deleite las muchas caras hermosas que se habían reunido allí; la luz dorada del fuego jugueteaba sobre las distintas facciones, y relucía en los cabellos. De pronto vio, no muy lejos del extremo opuesto del fuego, una pequeña figura oscura sentada en un taburete, la espalda apoyada en una columna. Junto a él, en el suelo, un tazón y un poco de pan. Frodo se preguntó si el personaje estaría enfermo (si alguien podía enfermarse en Rivendel), y no habría podido asistir al festín. Parecía dormir, la cabeza inclinada sobre el pecho, y ocultaba la cara en un pliegue del manto negro.

Elrond se adelantó y se quedó de pie junto a la silenciosa figura.

—¡Despierta, pequeño señor! —dijo con una sonrisa. En seguida se volvió hacia Frodo y le indicó que se acercara—. He aquí llegada la hora que tanto has deseado, Frodo. He aquí un amigo que te ha faltado mucho tiempo.

La figura oscura alzó la cabeza y se descubrió la cara.

—¡Bilbo! —gritó Frodo reconociéndolo de pronto y dando un salto hacia delante.

—¡Hola, Frodo, mi compañero! —dijo Bilbo—. Así que al fin has llegado. Esperaba que tuvieras éxito. ¡Bueno, bueno! De modo que estos festejos son todos en tu honor, me han dicho. Espero que lo hayas pasado bien.

—¿Por qué no estuviste presente? —gritó Frodo—. ¿Y por qué no me permitieron que te viera antes?





—Porque estabas dormido. Pero yo te vi bastante. He estado sentado a tu lado junto con Sam todos estos días. Pero en cuanto a la fiesta, ya no frecuento mucho esas cosas. Y tenía otra cosa que hacer.

—¿Qué estabas haciendo?

—Bueno, estaba sentado aquí, meditando. Lo hago con frecuencia desde hace un tiempo, y este sitio es en general el más adecuado. ¡Despierta, qué noticia! —dijo Bilbo guiñándole un ojo a Elrond. Frodo alcanzó a ver un centelleo en el ojo de Bilbo y no advirtió ninguna señal de somnolencia—. ¡Despierta! No estaba dormido, señor Elrond. Si queréis saberlo, habéis venido todos demasiado pronto de la fiesta, y me habéis perturbado... mientras componía una canción. Me enredé en una línea o dos, y estaba recomponiendo los versos, pero supongo que ahora ya no tienen remedio. Habéis cantado tanto que las ideas se me fueron de la cabeza. Tendré que recurrir a mi amigo el Dúnadan para que me ayude. ¿Dónde está?

Elrond rió.

—Lo encontraremos —dijo—. Luego los dos os iréis a un rincón a acabar vuestra tarea, y nosotros la oiremos y la juzgaremos antes que terminen los festejos.

Se enviaron mensajeros en busca del amigo de Bilbo, aunque nadie sabía dónde estaba, ni por qué no había asistido al banquete.

Mientras tanto Frodo y Bilbo se sentaron, y Sam se acercó rápidamente y se quedó junto a ellos. Frodo y Bilbo hablaron en voz baja, sin prestar atención a la alegría y a la música que estallaban en la sala de un extremo a otro. Bilbo no tenía mucho que decir de sí mismo. Luego de dejar Hobbiton había ido como sin rumbo, siguiendo a veces el Camino, o cruzando los campos a un lado o a otro, pero de algún modo había caminado todo el tiempo hacia Rivendel.

—Llegué aquí sin muchas aventuras —dijo—, y luego de un descanso fui hasta Valle acompañando a los enanos: mi último viaje. Ya no iré por los caminos. El viejo Balin había partido. Entonces volví aquí, y aquí me he quedado hasta ahora. He estado ocupado. He seguido escribiendo mi libro. Y compuse algunas canciones, por supuesto. Las cantan aquí de vez en cuando: aunque sólo para complacerme, creo yo; pues no son bastante buenas para Rivendel, naturalmente. Y escucho y pienso. Aquí parece que el tiempo no pasara: existe, nada más. Un sitio notable desde cualquier punto de vista.

”Me han llegado toda clase de noticias de más allá de las Montañas y del Sur, pero ninguna de la Comarca. He tenido noticias del Anillo, por supuesto. Gandalf ha estado aquí a menudo. Aunque no me contó gran cosa; en estos últimos años se ha vuelto cada vez más reservado. El Dúnadan me dijo más. ¡Imagínate mi anillo causando tantos problemas! Es una lástima que Gandalf no lo hubiese averiguado antes. Yo mismo podía haberlo traído aquí hace mucho sin tantas dificultades. Pensé alguna vez en volver a buscarlo a Hobbiton, pero estoy poniéndome viejo, y ellos no me dejarían: Gandalf y Elrond, quiero decir. Parecen pensar que el Enemigo revuelve cielo y tierra buscándome, y que me haría picadillo si me sorprendiera al descubierto.

”Y Gandalf dijo: «Bilbo, el Anillo ha pasado a otro. No sería bueno para ti ni para nadie si te entrometieras otra vez». Curiosa observación, digna de Gandalf. Pero me dijo que cuidaba de ti, de modo que no me preocupé. Me hace terriblemente feliz verte sano y salvo.

Hizo una pausa y miró a Frodo como dudando.

—¿Lo tienes aquí? —preguntó en un murmullo—. No me aguanto de curiosidad, entiendes, luego de todo lo que he oído. Me gustaría mucho echarle un vistazo.

—Sí, lo tengo aquí —respondió Frodo, sintiendo de pronto una rara resistencia—. Tiene el mismo aspecto de siempre.