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Pippin bostezó.

—Lo siento —dijo—, pero no me tengo en pie. A pesar de tantos peligros y preocupaciones he de irme a la cama, o me dormiré aquí sentado. ¿Dónde está ese tonto de Merry? Sería el colmo, si hay que salir a buscarlo a la oscuridad.

En ese momento oyeron un portazo. Luego unos pies vinieron corriendo por el pasillo. Merry entró precipitadamente, seguido por Nob. Cerró de prisa la puerta, y se apoyó contra ella. Estaba sin aliento. Los otros lo observaron alarmados, antes que él dijera, jadeando:

—¡Los he visto, Frodo! ¡Los he visto! ¡Jinetes Negros!

—¡Jinetes Negros! —gritó Frodo—. ¿Dónde?

—Aquí. En la aldea. Estuve dentro durante una hora. Luego, como no volvías, salí a dar un paseo. De regreso me detuve justo fuera de la luz de la lámpara, a mirar las estrellas. De pronto me estremecí y sentí que algo horrible se arrastraba cerca de mí, algo así como una sombra más espesa entre las sombras del camino, justo al borde del círculo de la luz. En seguida se deslizó a la oscuridad sin hacer ningún ruido. No vi ningún caballo.

—¿Hacia dónde fue? —preguntó Trancos bruscamente.

Merry se sobresaltó, advirtiendo por primera vez la presencia del extraño.

—¡Continúa! —dijo Frodo—. Es un amigo de Gandalf. Te explicaré más tarde.

—Me pareció que subía por el Camino, hacia el este —prosiguió Merry—. Traté de seguirlo. Por supuesto, desapareció casi en seguida, pero yo doblé en la esquina y llegué casi hasta la última casa al borde del Camino.

Trancos miró asombrado a Merry. —Tienes un corazón a toda prueba —dijo—, pero fue una tontería.

—No lo sé —dijo Merry—. Ni coraje ni estupidez, me parece. No pude contenerme. Fue como si algo me arrastrara. De cualquier modo, allá fui, y de pronto oí voces junto a la cerca. Una murmuraba; la otra susurraba, o siseaba. No pude oír una palabra de lo que decían. No me acerqué más porque empecé a temblar de pies a cabeza. Luego sentí pánico, y me volví, y ya estaba echando a correr de vuelta cuando algo vino por detrás y... caí al suelo.

—Yo lo encontré, señor —intervino Nob—. El señor Mantecona me mandó afuera con una linterna. Bajé a la Puerta del Oeste, y luego retrocedí subiendo hasta la Puerta del Sur. Justo al lado de la casa de Bill Helechal alcancé a ver algo en el Camino. No puedo jurarlo, pero me pareció que dos hombres se inclinaban sobre un bulto y lo alzaban. Lancé un grito, pero cuando llegué al lugar no vi a nadie; sólo al señor Brandigamo que estaba tendido junto a la ruta. Parecía estar dormido. «Pensé que había caído en un pozo profundo», me dijo cuando lo sacudí. Estaba raro, y tan pronto como lo desperté se levantó y escapó hacia aquí como una liebre.

—Temo que así sea —dijo Merry—, aunque no sé qué dije. Tuve un mal sueño que no puedo recordar. Perdí todo dominio de mí mismo. No sé qué me pasó.

—Yo sí —dijo Trancos—. El Hálito Negro. Los Jinetes deben de haber dejado los caballos fuera, y entraron en secreto por la Puerta del Sur. Ya estarán enterados de todas las novedades, pues han visitado a Bill Helechal; y es probable que ese sureño sea también un espía. Algo puede ocurrir esta noche, antes que dejemos Bree.

—¿Qué puede ocurrir? —dijo Merry—. ¿Atacarán la posada?

—No, creo que no —dijo Trancos—. No están todos aquí todavía. Y de cualquier manera, no es lo que acostumbran, pues son mucho más fuertes en las tinieblas y la soledad. No atacarán abiertamente una casa donde hay luces y mucha gente; no mientras no estén en una situación desesperada, no mientras tantas largas leguas nos separen de Eriador. Pero el poder de estos hombres se apoya en el miedo, y ya dominan a muchos de Bree. Empujarán a estos desgraciados a alguna maldad: Helechal, y algunos de los extranjeros, y quizá también el guardián de la puerta. Tuvieron una discusión con Harry en la Puerta del Oeste, el lunes.

—Parece que estamos rodeados de enemigos —dijo Frodo—. ¿Qué vamos a hacer?





—¡Os quedaréis aquí y no iréis a vuestros cuartos! Sin duda ya descubrieron qué cuartos son. Los dormitorios de los hobbits tienen ventanas que miran al norte y están cerca del suelo. Nos quedaremos todos juntos, y atrancaremos la ventana y la puerta. Pero primero Nob y yo traeremos vuestro equipaje.

Durante la ausencia de Trancos, Frodo hizo a Merry un rápido relato de todo lo que había ocurrido en las últimas horas. Merry estaba todavía metido en la lectura y el estudio de la carta de Gandalf cuando Trancos y Nob llegaron de vuelta.

—Bueno, señores —dijo Nob—; desarreglé las mantas y puse una almohada en medio de la cama. Hice también una bonita imitación de la cabeza de usted con un felpudo de lana de color castaño, señor Bol... Sotomonte, señor —añadió con una sonrisa que mostraba los dientes.

Pippin se rió. —¡Gran parecido! —dijo—. Pero ¿qué harán cuando descubran el engaño?

—Ya se verá —dijo Trancos—. Esperemos poder resistir hasta la mañana.

—Buenas noches a todos —dijo Nob y salió a ocuparse de la vigilancia de las puertas.

Amontonaron los sacos y el equipo en el piso de la salita. Apoyaron un sillón bajo contra la puerta y cerraron la ventana. Frodo espió afuera y vio que la noche era clara todavía. La Hoz 7brillaba sobre las estribaciones de la colina de Bree. Cerró luego atrancando las pesadas persianas interiores y corrió las cortinas. Trancos reanimó el fuego y apagó todas las velas.

Los hobbits se tendieron sobre las mantas con los pies apuntando al fuego, pero Trancos se instaló en el sillón que defendía la puerta. Hablaron un momento, pues Merry tenía pendientes algunas preguntas.

—¡Un salto por encima de la luna! —rió Merry entre dientes mientras se envolvía en la manta—. ¡Muy ridículo de tu parte, Frodo! Pero me hubiera gustado estar allí para verlo. Las gentes dignas de Bree seguirán discutiéndolo de aquí a cien años.

—Así lo espero —dijo Trancos.

Luego todos callaron, y uno tras otro los hobbits cayeron dormidos.

11

UN CUCHILLO EN LA OSCURIDAD

Mientras en la posada de Bree se preparaban a dormir, las tinieblas se extendían en Los Gamos: una niebla se movía por las cañadas y las orillas del río. La casa de Cricava se alzaba envuelta en silencio. Gordo Bolger abrió la puerta con precaución y miró afuera. Una inquietud temerosa había estado creciendo en él a lo largo del día, y ahora no tenía ganas de descansar ni de irse a la cama: había como una amenaza latente en el aire inmóvil de la noche. Mientras clavaba los ojos en la oscuridad, una sombra negra se escurrió bajo los árboles; la puerta pareció abrirse por sus propios medios y cerrarse sin ruido. Gordo Bolger sintió que el terror lo dominaba. Se encogió, y retrocedió, y se quedó un momento en el vestíbulo, temblando. Luego cerró la puerta y echó el cerrojo.