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Frodo le devolvió la mirada, pero no replicó, y Trancos calló también. Ahora parecía interesado en Pippin. Frodo, alarmado, se dio cuenta de que el ridículo joven Tuk, animado por el éxito que había tenido su historia sobre el alcalde de Cavada Grande, estaba dando una versión cómica de la fiesta de despedida de Bilbo. Imitaba ahora el Discurso, y se acercaba al momento de la asombrosa Desaparición.

Frodo se sintió fastidiado. Era sin duda una historia bastante inofensiva para la mayoría de los hobbits locales; sólo una historia rara sobre gentes raras que vivían más allá del río; pero algunos (el viejo Mantecona, por ejemplo) no habían nacido ayer, y era probable que hubiesen oído algo tiempo atrás acerca de la desaparición de Bilbo. Esto les traería a la memoria el nombre de Bolsón, principalmente si se había preguntado por este nombre en Bree.

Frodo se movió en el asiento, sin saber qué hacer. Pippin disfrutaba ahora de modo evidente del interés que despertaba en los demás, y había olvidado el peligro en que se encontraban. Frodo temió de pronto que arrastrado por la historia Pippin llegara a mencionar el Anillo, lo que podía ser desastroso.

—¡Será mejor que haga algo, y rápido! —le susurró Trancos al oído.

Frodo se subió de un salto a una mesa y empezó a hablar. Los oyentes de Pippin se volvieron a mirarlo. Algunos hobbits rieron y aplaudieron, pensando que el señor Sotomonte había tomado demasiada cerveza.

Frodo se sintió de pronto ridículo, y se encontró (como era su costumbre cuando pronunciaba un discurso) jugueteando con las cosas que llevaba en el bolsillo. Tocó el Anillo y la cadena, e inesperadamente tuvo el deseo de ponérselo en el dedo y desaparecer, escapando así de aquella tonta situación. Le pareció, de algún modo, que la idea le había venido de fuera, de alguien o algo en el cuarto. Resistió firmemente la tentación, y apretó el Anillo en la mano, como para asegurarlo e impedirle escapar o hacer algún disparate. De cualquier modo el Anillo no lo inspiro. Pronunció «unas pocas palabras de circunstancias», como hubiesen dicho en la Comarca: Estamos todos muy agradecidos por tanta amabilidad, y me atrevo a esperar que mi breve visita ayudará a renovar los viejos lazos de amistad entre la Comarca y Bree; y luego titubeó y tosió.

Todos en la sala estaban ahora mirándolo.

—¡Una canción! —gritó uno de los hobbits—. ¡Una canción! ¡Una canción! —gritaron todos los otros—. ¡Vamos, señor, cántenos algo que no hayamos oído antes!

Durante un rato Frodo se quedó allí, de pie sobre la mesa, boquiabierto. Luego, desesperado, se puso a cantar; era una canción ridícula que Bilbo había estimado bastante (y de la que en realidad se había sentido orgulloso, pues él mismo era el autor de la letra). Se hablaba en ella de una posada, y fue ésa quizá la razón por la que le vino a la memoria en ese momento. Hela aquí en su totalidad. Hoy, en general, sólo se recuerdan unas pocas palabras.

Hay una posada, una vieja y alegre posada

al pie de una vieja colina gris,

y allí preparan una cerveza tan oscura

que una noche bajó a beberla

el Hombre de la Luna.

El palafrenero tiene un gato borracho

que toca un violín de cinco cuerdas;

y el arco se mueve bajando y subiendo,

arriba rechinando, abajo ronroneando,

y serruchando en el medio.

El posadero tiene un perrito

que es muy aficionado a las bromas;

y cuando en los huéspedes hay alegría,

levanta una oreja a todos los chistes

y se muere de risa.

Ellos tienen también una vaca cornuda

orgullosa como una reina;

la música la trastorna como una cerveza,

y mueve la cola empenachada

y baila en la hierba.

¡Oh las pilas de fuentes de plata

y el cajón de cucharas de plata!





Hay un par especial de domingo 5

que ellos pulen con mucho cuidado

la tarde del sábado.

El Hombre de la Luna bebía largamente

y el gato se puso a llorar;

la fuente y la cuchara bailaban en la consola,

y la vaca brincaba en el jardín,

y el perrito se mordía la cola.

El Hombre de la Luna empinó el codo

y luego rodó bajo la silla,

y allí durmió soñando con cerveza;

hasta que el alba estuvo en el aire

y se borraron las estrellas.

Luego el palafrenero le dijo al gato ebrio

—Los caballos blancos de la Luna

tascan los frenos de plata, y relinchan

pero el amo ha perdido la cabeza,

¡y ya viene el día!

El gato en el violín toca una jiga-jiga

que despertaría a los muertos,

chillando, serruchando, apresurando la tonada,

y el posadero sacude al Hombre de la Luna,

diciendo: ¡Son las tres pasadas!

Llevan al hombre rodando loma arriba

y lo arrojan a la Luna,

mientras que los caballos galopan de espaldas

y la vaca cabriola como un ciervo

y la fuente se va con la cuchara.

Más rápido el violín toca la jiga-jiga;

la vaca y los caballos están patas arriba,