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Merry llevó al poney a la balsa por una pasarela, y los otros fueron detrás. Luego impulsó lentamente la balsa con un largo bichero. El Brandivino fluía ante ellos lento y ancho. Del otro lado la orilla era escarpada, y un camino tortuoso ascendía desde el embarcadero. Allí unas linternas parpadeaban. Detrás, asomaba la Colina de Los Gamos, y en la ladera, entre jirones de niebla, brillaban muchas ventanas redondas, rojas y amarillas. Eran las ventanas de Casa Brandi, antiguo hogar de los Brandigamo.

Mucho tiempo atrás, Gorhendad Gamoviejo, cabeza de familia de los Gamoviejo, uno de los más viejos en Marjala o en la Comarca, había cruzado el río, límite original de las tierras orientales. Edificó (y excavó) Casa Brandi, tomó el nombre de Brandigamo, y se estableció allí hasta llegar a ser el señor de lo que podía llamarse un pequeño país independiente. La familia Brandigamo aumentó y aumentó, y luego de la muerte de Gorhendad continuó creciendo, hasta que Casa Brandi ocupó todo el pie de la colina y tuvo tres amplias puertas principales, muchas laterales y cerca de cien ventanas. Los Brandigamo y la numerosa gente que dependía de ellos comenzaron a excavar y más tarde a construir alrededor. Éste fue el origen de Los Gamos, una faja de tierra densamente poblada, entre el río y el Bosque Viejo, una especie de colonia de la Comarca. La villa principal era Gamoburgo, que se apretaba en los terraplenes y lomas detrás de Casa Brandi.

La gente de Marjala era amiga de la de Los Gamos, y los granjeros entre Cepeda y Junquera aún reconocían la autoridad del Señor de la Casa (como llamaban al jefe de familia de los Brandigamo), pero la mayoría de los habitantes de la vieja Comarca consideraba a la gente de Los Gamos como singular y algo extranjera, por así decirlo, aunque en realidad no se diferenciaba mucho de los hobbits de las Cuatro Cuadernas. Excepto en un punto: eran muy aficionados a los botes y algunos de ellos hasta sabían nadar.

El lado este de aquellas tierras no tenía en un principio ninguna defensa, pero los Brandigamo levantaron allí una empalizada que llamaron Cerca Alta. Había sido plantada muchas generaciones atrás, y ahora era elevada y tupida pues la cuidaban constantemente. Corría a lo largo de la orilla desde el Puente del Brandivino siguiendo una amplia curva hasta el Fin de la Cerca (donde el Tornasauce salía del Bosque y se unía al Brandivino): unas veinte millas de extremo a extremo. Por supuesto, la protección no era completa, pues el Bosque crecía junto a la cerca en muchos sitios. La gente de Los Gamos cerraba las puertas con llave al oscurecer, y esto tampoco se acostumbraba en la Comarca.

La balsa se movía lentamente en el agua. La ribera de Los Gamos iba acercándose. Sam era el único que aún no había cruzado el río. Miraba las aguas lentas y gorgoteantes y tuvo una curiosa impresión: su vida anterior quedaba atrás entre las nieblas; delante lo esperaban oscuras aventuras. Se rascó la cabeza y durante un momento deseó que el señor Frodo hubiera podido continuar viviendo apaciblemente en Bolsón Cerrado.

Los cuatro hobbits dejaron la balsa. Merry estaba amarrándola y Pippin guiaba el poney sendero arriba, cuando Sam (quien había mirado atrás, como despidiéndose de la Comarca) dijo en un ronco murmullo:

—¡Mire atrás, señor Frodo! ¿No ve algo?

En el otro atracadero, bajo lámparas distantes, alcanzaron a vislumbrar apenas una figura; parecía un bulto negro abandonado allí. Pero mientras miraban les pareció que se movía de un lado a otro, como escudriñando el suelo. Luego se arrastró, o retrocedió agachándose, de vuelta a la oscuridad, más allá de las lámparas.

—Pero ¿qué es eso? —exclamó Merry.

—Algo que nos sigue —dijo Frodo—. Pero no hagas ahora más preguntas. ¡Alejémonos, en seguida! Se apresuraron sendero arriba hasta la cima del barranco, pero cuando miraron atrás, la orilla opuesta estaba envuelta en niebla, y no se veía nada.

—¡Por suerte no hay botes en la ribera oeste! —dijo Frodo—. ¿Pueden cruzar el río los caballos?





—Pueden ir veinte millas al norte hasta el Puente del Brandivino, o pueden nadar —respondió Merry—, aunque nunca oí de ningún caballo que cruzara a nado el Brandivino. Pero ¿qué importan ahora los caballos?

—Te lo diré más tarde. Vayamos a tu casa y allí podremos hablar.

—Bien. Conocéis el camino, tú y Pippin. Yo me adelantaré a caballo para avisar a Gordo Bolger. Nos pondremos de acuerdo sobre la cena y otras cosas.

—Ya tuvimos una cena temprana, con el granjero Maggot —dijo Frodo—, pero podríamos tener otra.

—¡Así será! Dame esa canasta —dijo Merry, y partió adelantándose en la oscuridad.

Entre la nueva casa de Frodo, en Cricava, y el Brandivino había alguna distancia. Dejaron la Colina de Los Gamos y Casa Brandi a la izquierda, y en las afueras de Gamoburgo tomaron el camino principal de Los Gamos, que corría desde el puente hacia el sur. Media milla al norte, encontraron un sendero que se abría a la derecha. Lo siguieron un par de millas, subiendo y bajando por los campos.

Al fin llegaron a una puerta estrecha, en un seto. Nada podía verse de la casa en la oscuridad; se levantaba lejos del sendero en medio de un círculo de césped rodeada por un cinturón de árboles bajos, dentro del cerco exterior. Frodo la había elegido porque el sitio era apartado y no tenía vecinos próximos. Se podía entrar y salir sin que nadie lo viera a uno. La habían construido los Brandigamo mucho tiempo atrás, para uso de invitados o miembros de la familia que deseasen escapar por un tiempo a la tumultuosa vida de Casa Brandi. Era una antigua casa de campo, lo más parecida posible a la cueva de un hobbit. Larga y baja, de un solo piso, tenía techo de paja, ventanas redondas, y una gran puerta redonda. Mientras subían por el sendero verde, desde la puerta en el cercado, no vieron ninguna luz. Las ventanas estaban oscuras y con las persianas cerradas. Frodo golpeó la puerta y Gordo Bolger vino a abrir. Una luz acogedora se derramó hacia fuera. Los hobbits se deslizaron rápidamente en la casa, y se encerraron junto con las luces. Vieron que estaban en un vestíbulo amplio con puertas a los lados; delante de ellos corría un pasillo, hacia el centro de la casa.

—¿Qué te parece? —preguntó Merry, viniendo por el pasillo—. Hemos hecho lo imposible en este poco tiempo. Queríamos que te sintieras en casa. Al fin y al cabo, Gordo y yo no llegamos aquí hasta ayer con el último cargamento.

Frodo miró alrededor. Todo era allí hogareño, de veras. La mayoría de sus muebles preferidos, o mejor los de Bilbo (le recordaban vivamente a Bilbo en aquel nuevo ámbito) habían sido ordenados todo lo posible de acuerdo con la disposición de Bolsón Cerrado. Era un sitio agradable, cómodo, acogedor, y se encontró deseando haber venido a instalarse realmente en ese retiro tranquilo. Le pareció injusto haber expuesto a sus amigos a todas estas molestias, y se preguntó de nuevo cómo podría decirles que los abandonaría muy pronto, en seguida, en verdad. Ya no le quedaba otro remedio que hablarles esa misma noche, antes que todos se acostaran.

—Maravilloso —dijo con un esfuerzo—. Apenas noto que me he mudado.