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Los viajeros colgaron las capas y apilaron los bultos sobre el piso. Merry los llevó por el pasillo y en el otro extremo abrió una puerta. El resplandor de un fuego salió al pasillo, junto con una bocanada de vapor.

—¡Un baño! —exclamó Pippin—. ¡Oh, bendito Meriadoc!

—¿En qué orden entraremos? —preguntó Frodo—. ¿Primero los más viejos o los más rápidos? De cualquier modo tú serás el último, señor Peregrin.

—Confiad en mí para arreglar mejor las cosas —dijo Merry—. No podemos comenzar nuestra vida en Cricava discutiendo por el baño. En esa habitación hay tres tinas y una caldera de agua hirviendo. Hay también toallas, esteras y jabón. ¡Entrad y de prisa!

Merry y Gordo fueron a la cocina, en el otro extremo del corredor, y se ocuparon de los preparativos finales para una cena tardía. Trozos de canciones que competían unas con otras venían desde el cuarto de baño, mezcladas con el chapoteo y el sonido del agua que desbordaba las tinas. La voz de Pippin se elevó por encima de las otras en una de las canciones de baño favoritas de Bilbo:

¡Oh, el baño a la caída de la tarde,

que quita el barro del cansancio!

Tonto es aquel que ahora no canta.

¡Oh, el agua caliente, qué bendición!

Oh, dulce es el sonido de la lluvia que cae

y del barro que baja de la colina al valle,

pero mejor que la lluvia y los arroyos rizados

es el agua caliente humeando en la tina.

Oh, el agua fresca, échala si quieres

en una garganta abrasada y complácete,

pero mejor es la cerveza si hay ganas de beber,

y el agua caliente que corre por la espalda.

¡Oh, es hermosa el agua que salta hacia arriba

en una fuente blanca bajo el cielo,

pero no ha habido nunca un sonido más dulce

que mis pies chapoteando en el agua caliente!

Se oyó un terrible chapoteo y una interjección de Frodo. Parecía que buena parte del baño de Pippin había imitado a una fuente, saltando hacia arriba.

Merry se acercó a la puerta.

—¿Qué os parece una cena y una cerveza en las gargantas abrasadas? —llamó.





Frodo salió enjugándose los cabellos.

—Hay tanta agua en el aire, que terminaré de secarme en la cocina —dijo.

—¡Cielos! —exclamó Merry, mirando dentro. El piso de piedra estaba todo inundado—. Tendrás que secarlo si quieres que te den algo de comer, Peregrin —dijo—. De prisa, o no te esperaremos.

Cenaron en la cocina, sentados en una mesa próxima al fuego.

—Supongo que vosotros tres no comeréis hongos de nuevo —dijo Fredegar, sin mucha esperanza.

—¡Sí, comeremos! —gritó Pippin.

—¡Son míos! —dijo Frodo—. Me los dio a mí la señora Maggot, una perla entre las esposas de los granjeros. Quita tus ávidas manos de encima, que yo los serviré.

Los hobbits tienen pasión por las setas, una pasión que sobrepasa los gustos más voraces de la Gente Grande. Hecho que explica en parte las largas expediciones del joven Frodo a los renombrados campos de Marjala, y la ira del perjudicado Maggot. En esta ocasión había en abundancia para todos, aun de acuerdo con las normas de los hobbits. Había también otras muchas cosas, que vendrían después, y cuando terminaron de cenar, Gordo Bolger exhaló un suspiro de satisfacción. Retiraron la mesa y pusieron sillas alrededor del fuego.

—Limpiaremos todo más tarde —dijo Merry—. Ahora ¡cuéntame! Me imagino que habrás tenido aventuras, y sin mí, lo que no me parece justo. Quiero que lo cuentes todo; y lo que más deseo es saber qué ocurrió con el viejo Maggot y por qué me habló de ese modo. Parecía asustado, si eso es posible.

—Todos hemos estado asustados —dijo Pippin al cabo de un rato. Frodo clavaba los ojos en el fuego y no decía una palabra—. Tú también lo habrías estado si los Jinetes Negros te hubiesen perseguido durante dos días.

—¿Quiénes son?

—Figuras negras que cabalgan en caballos negros —respondió Pippin—. Si Frodo no quiere hablar, yo te contaré la historia desde el principio.

Pippin relató entonces todos los incidentes del viaje desde la partida de Hobbiton. Sam cooperó con gestos y exclamaciones de aprobación. Frodo permaneció silencioso.

—Podría pensar que todo es un invento —dijo Merry— si no hubiese visto aquella forma negra en Balsadera, y si no hubiese oído el extraño tono de la voz de Maggot. ¿Qué sacas en conclusión, Frodo?

—El primo Frodo se ha mostrado muy cerrado —dijo Pippin—, pero es tiempo de que se abra. Hasta ahora no tenemos otra pista que las suposiciones del granjero Maggot, para quien se trataría de algo relacionado con el tesoro del viejo Bilbo.

—Es sólo una suposición —se apresuró a decir Frodo—. Maggot no sabe nada.

—El viejo Maggot es un sujeto perspicaz —dijo Merry—. Detrás de esa cara redonda pasan muchas cosas que no aparecen en la conversación. He oído decir que hace un tiempo acostumbraba internarse en el Bosque Viejo, y que sabe bastante de cosas extrañas. Pero al menos tú podrías decirnos, Frodo, si es una buena o una mala suposición.

—Me parece —respondió Frodo lentamente— que es una buena suposición, hasta cierto punto. Hay en efecto alguna relación con las viejas aventuras de Bilbo y es cierto que los Jinetes andan detrás de él, o quizá debiera decir que andan buscándolo, o que andan buscándome. Temo además que no sea cosa de broma, y que yo no esté seguro, ni aquí ni en ningún otro sitio.

Miró alrededor las ventanas y las paredes, como si temiese que desaparecieran de pronto. Los otros lo observaron en silencio, cambiando entre ellos miradas significativas.

—Ahora saldrá la verdad a la luz —murmuró Pippin a Merry, y Merry asintió.

—¡Bien! —dijo Frodo al fin, enderezándose en la silla, como si hubiese tomado una decisión—. No puedo mantenerlo en secreto por más tiempo. Tengo que deciros algo, a todos vosotros. Pero no sé cómo empezar.

—Creo que yo podría ayudarte contándote una parte de la historia —dijo Merry con calma.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Frodo, echándole una mirada inquieta.