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—Sí, hemos oído hablar de Fangorn en Minas Tirith —dijo Boromir—. Pero lo que he oído me ha parecido en gran parte cuentos de viejas, adecuados para niños. Todo lo que se encuentra al norte de Rohan está para nosotros tan lejos que es posible imaginar cualquier cosa. Fangorn es desde hace tiempo una frontera de Gondor, pero han pasado generaciones sin que ninguno de nosotros visitara esas tierras, probando así o desaprobando las leyendas que nos llegaron de antaño.

”Yo mismo he estado a veces en Rohan, pero nunca atravesé la región hacia el norte. Cuando tuve que llevar algún mensaje marché por El Paso bordeando las Montañas Blancas, y crucé el Isen y el Fontegrís para pasar a las Tierras del Norte. Un viaje largo y fatigoso. Cuatrocientas leguas conté entonces, y me llevaron muchos meses, pues perdí mi caballo en Tharbad, vadeando el Aguada Gris. Después de ese viaje, y el camino que he hecho con esta Compañía, no dudo de que encontraría un modo de atravesar Rohan, y Fangorn también si fuese necesario.

—Entonces no tengo más que decir —concluyó Celeborn—. Pero no desprecies las tradiciones que nos llegan de antaño; ocurre a menudo que las viejas guardan en la memoria cosas que los sabios de otro tiempo necesitaban saber.

Galadriel se levantó entonces de la hierba, y tomando una copa de manos de una doncella, la llenó de hidromiel blanco y se la tendió a Celeborn.

—Ahora es tiempo de beber la copa del adiós —dijo—. ¡Bebed, Señor de los Galadrim! Y que tu corazón no esté triste, aunque la noche tendrá que seguir al mediodía, y ya nuestro atardecer se vuelve noche.

En seguida ella llevó la copa a cada uno de los miembros de la Compañía, invitándolos a beber y a despedirse. Pero cuando todos hubieron bebido les ordenó que se sentaran otra vez en la hierba, y las doncellas trajeron unas sillas para ella y Celeborn. Las doncellas esperaron en silencio rodeando a Galadriel, y ella contempló un rato a los huéspedes. Al fin habló otra vez.

—Hemos bebido la copa de la despedida —dijo—, y las sombras caen ahora entre nosotros. Pero antes que os vayáis, he traído en mi barca unos regalos que el Señor y la Dama de los Galadrim os ofrecen ahora en recuerdo de Lothlórien.

En seguida los llamó a uno por uno.

—Éste es el regalo de Celeborn y Galadriel al guía de vuestra Compañía —le dijo a Aragorn, y le dio una vaina que habían hecho especialmente para la espada que llevaba el nombre de Andúril, y que estaba adornada por flores y hojas entretejidas de oro y plata, y por numerosas gemas dispuestas como runas élficas en las que se leía el nombre y el linaje de la espada—. La hoja que sale de esta vaina no tendrá manchas ni se quebrará, aun en la derrota. Pero ¿hay alguna otra cosa que desearías de mí en este momento de la separación? Pues las tinieblas descenderán entre nosotros, y es posible que no volvamos a encontrarnos, a no ser lejos de aquí en un camino del que no se vuelve.

Y Aragorn respondió: —Señora, conoces bien todos mis deseos, y durante mucho tiempo guardaste el único tesoro que busco. Sin embargo, no depende de ti dármelo, aunque esa fuera tu voluntad; y sólo llegaré a él internándome en las tinieblas.

—Entonces quizá esto te alivie el corazón —dijo Galadriel—, pues quedó a mi cuidado para que te lo diera si llegabas a pasar por aquí. —Galadriel alzó entonces una piedra de color verde claro que tenía en el regazo, montada en un broche de plata que imitaba a un águila con las alas extendidas; y mientras ella la sostenía en lo alto la piedra centelleaba como el sol que se filtra entre las hojas de la primavera—. Esta piedra se la he dado a mi hija Celebrían, y ella se la ha pasado a su hija, y ahora llega a ti como una señal de esperanza. En esta hora toma el nombre que fue anunciado para ti: ¡Elessar, la Piedra de Elfo de la casa de Elendil!

Aragorn tomó entonces la piedra y se la puso al pecho, y quienes lo vieron se asombraron mucho, pues no habían notado antes qué alto y majestuoso era, como si se hubiera desprendido del peso de muchos años.





—Te agradezco los regalos que me has dado —dijo Aragorn—, oh Dama de Lórien de quien descienden Celebrían y Arwen, la Estrella de la Tarde. ¿Qué elogio podría ser el más elocuente?

La Dama inclinó la cabeza, y luego se volvió a Boromir, y le dio un cinturón de oro, y a Merry y a Pippin les dio pequeños cinturones de plata, con broches labrados como flores de oro. A Legolas le dio un arco como los que usan los Galadrim, más largo y fuerte que los arcos del Bosque Negro, y la cuerda era de cabellos élficos. Había también un carcaj de flechas.

—Para ti, pequeño jardinero y amante de los árboles —le dijo a Sam—, tengo sólo un pequeño regalo —y le puso en la mano una cajita de simple madera gris, sin ningún adorno excepto una runa de plata en la tapa—. Esto es una G por Galadriel —dijo—, pero podría referirse a jardín 10, en vuestra lengua. Esta caja contiene tierra de mi jardín, y lleva las bendiciones que Galadriel todavía puede otorgar. No te protegerá en el camino ni te defenderá contra el peligro, pero si la conservas y vuelves un día a tu casa, quizá tengas entonces tu recompensa. Aunque encontraras todo seco y arruinado, pocos jardines de la Comarca florecerán como el tuyo si esparces allí esta tierra. Entonces te acordarás de Galadriel, y tendrás una visión de la lejana Lórien, que viste en invierno. Pues nuestra primavera y nuestro verano han quedado atrás, y nunca este mundo los verá otra vez, excepto en la memoria.

Sam enrojeció hasta las orejas y murmuró algo ininteligible, y tomando la caja saludó como pudo con una reverencia.

—¿Y qué regalo le pediría un Enano a los Elfos? —dijo Galadriel volviéndose a Gimli.

—Ninguno, Señora —respondió Gimli—. Es suficiente para mí haber visto a la Dama de los Galadrim, y haber oído tan gentiles palabras.

—¡Escuchad vosotros, Elfos! —dijo la Dama mirando a la gente de alrededor—. Que nadie vuelva a decir que los Enanos son codiciosos y antipáticos. Pero tú, Gimli hijo de Glóin, algo desearás que yo pueda darte. ¡Nómbralo, y es una orden! No serás el único huésped que se va sin regalo.

—No deseo nada, Dama Galadriel —dijo Gimli inclinándose y balbuceando—. Nada, a menos que... a menos que se me permita pedir, qué digo, nombrar uno solo de vuestros cabellos, que supera al oro de la tierra así como las estrellas superan a las gemas de las minas. No pido ese regalo, pero me ordenasteis que nombrara mi deseo.

Los Elfos se agitaron y murmuraron estupefactos, y Celeborn miró con asombro a Gimli, pero la Dama sonreía.

—Se dice que los Enanos son más hábiles con las manos que con la lengua —dijo—, pero esto no se aplica a Gimli. Pues nadie me ha hecho nunca un pedido tan audaz y sin embargo tan cortés. ¿Y cómo podría rehusarme si yo misma le ordené que hablara? Pero dime, ¿qué harás con un regalo semejante?

—Atesorarlo, Señora —respondió Gimli—, en recuerdo de lo que me dijisteis en nuestro primer encuentro. Y si vuelvo alguna vez a las forjas de mi país, lo guardaré en un cristal imperecedero como tesoro de mi casa y como prenda de buena voluntad entre la Montaña y el Bosque hasta el fin de los días.