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En las márgenes del Cauce de Plata, a cierta distancia de donde se encontraban las corrientes, había un embarcadero de piedras blancas y maderos blancos, y amarrados allí numerosos botes y barcas. Algunos estaban pintados con colores muy brillantes, plata y oro y verde, pero casi todos eran blancos o grises. Tres pequeñas barcas grises habían sido preparadas para los viajeros, y los Elfos cargaron en ellas los paquetes de ropa y comida. Y añadieron además unos rollos de cuerda, tres por cada barca. Las cuerdas parecían delgadas pero fuertes, sedosas al tacto, grises como los mantos de los Elfos.
—¿Qué es esto? —preguntó Sam tocando un rollo que yacía sobre la hierba.
—¡Cuerdas por supuesto! —le respondió un Elfo desde las barcas—. ¡Nunca vayas lejos sin una cuerda! Una cuerda larga, fuerte y liviana, puede ser una buena ayuda en muchas ocasiones.
—¡Que me lo digan a mí! —exclamó Sam—. No traje ninguna, y he estado preocupado desde entonces. Pero me preguntaba qué material es éste, pues algo sé de confección de cuerdas: está en la familia, por así decirlo.
—Son cuerdas de hithlain—dijo el Elfo—; pero no hay tiempo ahora de instruirte en el arte de fabricar cuerdas. Si hubiéramos sabido de tu interés, podríamos haberte enseñado muchas cosas. Pero ahora, ay, a menos que un día vuelvas aquí, tendrás que contentarte con nuestro regalo. ¡Que te sea útil!
—¡Vamos! —dijo Haldir—. Está todo listo. ¡Embarcad! ¡Pero tened cuidado al principio!
—¡No olvidéis este consejo! —dijeron los otros Elfos—. Éstas son embarcaciones livianas, y distintas de las de otras gentes. No se hundirán, aunque las carguéis demasiado, pero no son fáciles de manejar. Sería conveniente que os acostumbrarais a subir y a bajar, aprovechando que hay aquí un embarcadero, antes de lanzaros aguas abajo.
La Compañía se repartió así: Aragorn, Frodo y Sam iban en una barca; Boromir, Merry y Pippin en otra; y en la tercera Legolas y Gimli, que ahora eran grandes amigos. Esta última embarcación llevaba además la mayor parte de las provisiones y paquetes. Las barcas eran impulsadas y dirigidas con unos remos cortos de pala ancha en forma de hoja. Cuando todo estuvo preparado, Aragorn decidió probarlas en el Cauce de Plata. La corriente era rápida y progresaban lentamente. Sam, sentado en la proa, las manos aferradas a los bordes, miraba nostálgico la orilla. Los reflejos del sol en el agua lo enceguecían. Más allá del campo verde de la Lengua los árboles crecían otra vez en las márgenes. Aquí y allá unas hojas doradas se balanceaban en el agua. El aire era brillante y tranquilo, y todo estaba en silencio, excepto el canto agudo y distante de las alondras.
Doblaron en un recodo del río, y allí, navegando orgullosamente hacia ellos, vieron un cisne de gran tamaño. El agua se abría en ondas a cada lado del pecho blanco, bajo el cuello curvo. El pico del ave chispeaba como oro bruñido, y los ojos relucían como azabache engarzado en piedras amarillas; las inmensas alas blancas se alzaban a medias. Una música lo acompañaba mientras descendía por el río; y de pronto se dieron cuenta de que el cisne era una nave construida y esculpida con todo el arte élfico. Dos Elfos vestidos de blanco la impulsaban con la ayuda de unas palas negras. En medio de la embarcación estaba sentado Celeborn, y detrás venía Galadriel, de pie, alta y blanca; una corona de flores doradas le ceñía los cabellos, y en la mano sostenía un arpa pequeña, y cantaba. Triste y dulce era el sonido de la voz de Galadriel en el aire claro y fresco.
He cantado las hojas, las hojas de oro, y allí crecían hojas de oro;
he cantado el viento, y un viento vino y sopló entre las ramas.
Más allá del sol, más allá de la luna, había espuma en el mar,
y cerca de la playa de Ilmarin crecía un árbol de oro,
y brillaba en Eldamar bajo las estrellas del Anochecer Eterno,
en Eldamar junto a los muros de Tirion de los Elfos.
Allí crecieron durante largos años las hojas doradas,
mientras que aquí, más allá de los Mares Revueltos,
corren ahora las lágrimas élficas.
Oh Lórien. Llega el invierno, el día desnudo y deshojado;
las hojas caen en el agua, el Río fluye alejándose.
Oh Lórien. Demasiado he vivido en estas costas
y he entretejido la elanor de oro en una corona evanescente.
Pero si ahora he de cantar a las naves, ¿qué nave vendrá a mí,
qué nave me llevará de vuelta por un Mar tan ancho?
Aragorn detuvo la barca mientras la nave-cisne se acercaba de costado. La Dama dejó de cantar y les dio la bienvenida.
—Hemos venido a dejaros nuestro último adiós —dijo—, y acompañar vuestra partida con nuestras bendiciones.
—Aunque habéis sido nuestros huéspedes —dijo Celeborn— todavía no habéis comido con nosotros, y os invitamos por lo tanto a un festín de despedida, aquí entre las aguas que os llevarán lejos de Lórien.
El Cisne se adelantó lentamente hacia el embarcadero, y los otros botes dieron media vuelta y fueron detrás. Allí, en los extremos de Egladil y sobre la hierba verde se celebró el festín de despedida; pero Frodo comió y bebió poco, atento sólo a la belleza de la Dama y a su voz. Ya no le parecía ni peligrosa ni terrible, ni poseedora de un poder oculto. La veía ahora como los hombres de tiempos ulteriores vieron alguna vez a los Elfos: presentes y sin embargo remotos, una visión animada de aquello que la corriente incesante del Tiempo había dejado atrás.
Después de haber comido y bebido, sentados en la hierba, Celeborn les habló otra vez del viaje, y alzando la mano señaló al sur los bosques que se extendían más allá de la Lengua.
—Cuando vayáis aguas abajo —dijo—, veréis que los árboles irán disminuyendo hasta que al fin llegaréis a una región árida. Allí el Río corre por valles pedregosos entre altos páramos, hasta que después de muchas leguas se encuentra con Escarpa, la isla alta que llamamos Tol Brandir. El agua rodea las costas escarpadas de la isla para precipitarse luego con mucho estrépito y humo por las cataratas de Rauros al cauce del Nindalf, el Cancha Aguada en vuestra lengua. Es una vasta región de pantanos inertes donde las aguas se dividen en muchos tortuosos brazos. En este sitio el Entaguas afluye por numerosas bocas desde el Bosque de Fangorn en el oeste. Junto a esas aguas, a este lado del Río Grande, está Rohan. Del otro lado se elevan las colinas desnudas de Emyn Muil. El viento sopla allí del este, pues estas elevaciones llevan por encima de las Ciénagas de los Muertos y las Tierras de Nadie a Cirith Gorgor y las puertas negras de Mordor.
”Boromir y aquellos que vayan con él en busca de Minas Tirith tendrán que dejar el Río Grande antes de Rauros y cruzar el Entaguas antes que desemboque en las ciénagas. Sin embargo no han de remontar demasiado esa corriente, ni correr el riesgo de perder el rumbo en el Bosque de Fangorn. Son tierras extrañas, ahora poco conocidas. Pero estoy seguro de que Boromir y Aragorn no necesitan de esta advertencia.