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—Puedes sentirla y verla en todas partes —dijo Frodo.

—Bueno —dijo Sam—, no se ve a nadie trabajando en eso. Ningún fuego artificial, como el pobre viejo Gandalf acostumbraba mostrar. Me pregunto por qué no hemos vuelto a ver al Señor y a la Dama en todos estos días. Se me ocurre que ellapodría hacer algunas cosas maravillosas, si quisiera. ¡Me gustaría tanto ver alguna magia élfica, señor Frodo!

—A mí no —dijo Frodo—. Estoy satisfecho. Y no echo de menos los fuegos artificiales de Gandalf, pero sí sus cejas espesas, y su cólera, y su voz.

—Tiene razón —dijo Sam—. Y no crea que estoy buscando defectos. Siempre he querido ver un poco de magia, como esa de la que se habla en las viejas historias, pero nunca supe de una tierra mejor que ésta. Es como estar en casa y de vacaciones al mismo tiempo, si usted me entiende. No quiero irme. De todos modos, estoy empezando a sentir que si tenemos que irnos lo mejor sería irse en seguida.

”El trabajo que nunca se empieza es el que más tarda en terminarse, como decía mi padre. Y no creo que estas gentes puedan ayudarnos mucho más, magia y no magia. Estoy pensando que cuando dejemos estas tierras extrañaremos a Gandalf más que nunca.

—Temo que eso sea demasiado cierto, Sam —dijo Frodo—. Sin embargo espero de veras que antes de irnos podamos ver de nuevo a la Dama de los Elfos.

Estaban todavía hablando cuando vieron que la Dama Galadriel se acercaba como respondiendo a las palabras de Frodo. Alta y blanca y hermosa, caminaba entre los árboles. No les habló, pero les indico que se acercaran.

Volviéndose, la Dama Galadriel los condujo hacia las faldas del sur de Caras Galadon, y luego de cruzar un seto verde y alto entraron en un jardín cerrado. No tenía árboles, y el cielo se abría sobre él. La estrella de la tarde se había levantado y brillaba como un fuego blanco sobre los bosques del oeste. Descendiendo por una larga escalera, la Dama entró en una profunda cavidad verde, por la que corría murmurando la corriente de plata que nacía en la fuente de la colina. En el fondo de la cavidad, sobre un pedestal bajo, esculpido como un árbol frondoso, había un pilón de plata, ancho y poco profundo, y al lado un jarro también de plata.

Galadriel llenó el pilón hasta el borde con agua del arroyo, y sopló encima, y cuando el agua se serenó otra vez les habló a los hobbits.

—He aquí el Espejo de Galadriel —dijo—. Os he traído aquí para que miréis, si queréis hacerlo.

El aire estaba muy tranquilo, y el valle oscuro, y la Dama era alta y pálida.

—¿Qué buscaremos y qué veremos? —preguntó Frodo con un temor reverente.

—Puedo ordenarle al Espejo que revele muchas cosas —respondió ella— y a algunos puedo mostrarles lo que desean ver. Pero el Espejo muestra también cosas que no se le piden, y éstas son a menudo más extrañas y mas provechosas que aquellas que deseamos ver. Lo que verás, si dejas en libertad al espejo, no puedo decirlo. Pues muestra cosas que fueron, y cosas que son, y cosas que quizá serán. Pero lo que ve, ni siquiera el más sabio puede decirlo. ¿Deseas mirar?

Frodo no respondió.

—¿Y tú? —dijo ella volviéndose a Sam—. Pues esto es lo que tu gente llama magia, aunque no entiendo claramente qué quieren decir, y parece que usaran la misma palabra para hablar de los engaños del Enemigo. Pero ésta, si quieres, es la magia de Galadriel. ¿No dijiste que querías ver la magia de los Elfos?

—Sí —dijo Sam estremeciéndose, sintiendo a la vez miedo y curiosidad—. Echaré una mirada, Señora, si me permite.





En un aparte le dijo a Frodo: —No me disgustaría mirar un poco lo que ocurre en casa. He estado tanto tiempo fuera. Pero lo más probable es que sólo vea las estrellas, o algo que no entenderé.

—Lo más probable —dijo la Dama con una sonrisa dulce—. Pero acércate, y verás lo que puedas. ¡No toques el agua!

Sam subió al pedestal y se inclinó sobre el pilón. El agua parecía dura y sombría, y reflejaba las estrellas.

—Hay sólo estrellas, como pensé —dijo.

Casi en seguida se sobresaltó y contuvo el aliento pues las estrellas se extinguían. Como si hubiesen descorrido un velo oscuro, el Espejo se volvió gris, y luego se aclaró. El sol brillaba, y las ramas de los árboles se movían en el viento. Pero antes que Sam pudiera decir qué estaba viendo, la luz se desvaneció; y en seguida creyó ver a Frodo, de cara pálida, durmiendo al pie de un risco grande y oscuro. Luego le pareció que se veía a sí mismo yendo por un pasillo tenebroso y subiendo por una interminable escalera de caracol. Se le ocurrió de pronto que estaba buscando algo con urgencia, pero no podía saber qué. Como un sueño la visión cambió, y volvió atrás, y mostró de nuevo los árboles. Pero esta vez no estaban tan cerca, y Sam pudo ver lo que ocurría: no oscilaban en el viento, caían ruidosamente al suelo.

—¡Eh! —gritó Sam indignado—. Ahí está ese Ted Arenas derribando los árboles que no tendría que derribar. Son los árboles de la avenida que está más allá del Molino y dan sombra al camino de Delagua. Si tuviera a ese Ted a mano, ¡lo derribaría a él!

Pero ahora Sam notó que el Viejo Molino había desaparecido, y que estaban levantando allí un gran edificio de ladrillos rojos. Había mucha gente trabajando. Una chimenea alta y roja se erguía muy cerca. Un humo negro nubló la superficie del Espejo.

—Hay algo malo que opera en la Comarca —dijo—. Elrond lo sabía bien cuando quiso mandar de vuelta al señor Merry. —De pronto Sam dio un grito y saltó hacia atrás—. No puedo quedarme aquí —gritó desesperado—. Tengo que volver. Han socavado Bolsón de Tirada y allá va mi viejo tío colina abajo llevando todas sus cosas en una carretilla. ¡Tengo que volver!

—No puedes volver solo —dijo la Dama—. No deseabas volver sin tu amo antes de mirar en el Espejo, y sin embargo sabías que podía ocurrir algo malo en la Comarca. Recuerda que el Espejo muestra muchas cosas, y que algunas no han ocurrido aún. Algunas no ocurrirán nunca, a no ser que quienes miren las visiones se aparten del camino que lleva a prevenirlas. El Espejo es peligroso como guía de conducta.

Sam se sentó en el suelo y se llevó las manos a la cabeza.

—Desearía no haber venido nunca aquí, y no quiero ver más magias —dijo, y calló un rato. Luego habló trabajosamente, como conteniendo el llanto—. No, volveré por el camino largo junto con el señor Frodo, o no volveré. Pero espero volver algún día. Si lo que he visto llega a ser cierto, ¡alguien las pasará muy mal!

—¿Quieres mirar tú ahora, Frodo? —dijo la Dama Galadriel—. No deseabas ver la magia de los Elfos, y estabas satisfecho.

—¿Me aconsejáis mirar? —preguntó Frodo.

—No —dijo ella—. No te aconsejo ni una cosa ni otra. No soy una consejera. Quizá aprendas algo, y lo que veas, sea bueno o malo, puede ser de provecho, o no. Ver es a la vez conveniente y peligroso. Creo sin embargo, Frodo, que tienes bastante coraje y sabiduría para correr el riesgo, o no te hubiera traído aquí. ¡Haz como quieras!