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—Miraré —dijo Frodo, y subiendo al pedestal se inclinó sobre el agua oscura.

En seguida el Espejo se aclaró y Frodo vio un paisaje crepuscular. Unas montañas oscuras asomaban a lo lejos contra un cielo pálido. Un camino largo y gris se alejaba serpeando hasta perderse de vista. Allá lejos venía una figura descendiendo lentamente por el camino, débil y pequeña al principio, pero creciendo y aclarándose a medida que se acercaba. De pronto Frodo advirtió que la figura le recordaba a Gandalf. Iba a pronunciar en voz alta el nombre del mago cuando vio que la figura estaba vestida de blanco y no de gris (un blanco que brillaba débilmente en el atardecer) y que en la mano llevaba un báculo blanco. La cabeza estaba tan inclinada que Frodo no le veía la cara, y al fin la figura tomó una curva del camino y desapareció de la vista del Espejo. Una duda entró en la mente de Frodo: ¿era ésta una imagen de Gandalf en uno de sus muchos viajes solitarios de otro tiempo, o era Saruman?

La visión cambió de pronto. Breve y pequeña pero muy vívida alcanzó a ver una imagen de Bilbo que iba y venía nerviosamente por su cuarto. La mesa estaba cubierta de papeles en desorden; la lluvia golpeaba las ventanas.

Luego hubo una pausa, y en seguida siguieron unas escenas rápidas, y Frodo supo de algún modo que eran partes de una gran historia en la que él mismo estaba envuelto. La niebla se aclaró y vio algo que nunca había visto antes pero que reconoció en seguida: el Mar. La oscuridad cayó. El mar se encrespó y se alborotó en una tormenta. Luego vio contra el sol, que se hundía rojo como sangre en jirones de nubes, la silueta negra de un alto navío de velas desgarradas que venía del oeste. Luego un río ancho que cruzaba una ciudad populosa. Luego una fortaleza blanca con siete torres. Y luego otra vez la nave de velas negras, pero ahora era de mañana, y el agua reflejaba la luz, y una bandera con el emblema de una torre blanca brillaba al sol. Se alzó un humo como de fuego y batalla, y el sol descendió de nuevo envuelto en llamas rojas, y se desvaneció en una bruma gris; y un barco pequeño se perdió en la bruma con luces temblorosas. Desapareció, y Frodo suspiró y se dispuso a retirarse.

Pero de pronto el Espejo se oscureció del todo, como si se hubiera abierto un agujero en el mundo visible, y Frodo se quedó mirando el vacío. En ese abismo negro apareció un Ojo, que creció lentamente, hasta que al fin llenó casi todo el Espejo. Tan terrible era que Frodo se quedó como clavado al suelo, incapaz de gritar o de apartar la mirada. El Ojo estaba rodeado de fuego, pero él mismo era vidrioso, amarillo como el ojo de un gato, vigilante y fijo, y la hendidura negra de la pupila se abría sobre un pozo, una ventana a la nada.

Luego el Ojo comenzó a moverse, buscando aquí y allá, y Frodo supo con seguridad y horror que él, Frodo, era una de esas muchas cosas que el Ojo buscaba. Pero supo también que el Ojo no podía verlo, no todavía, a menos que él mismo así lo desease. El Anillo que le colgaba del cuello se hizo pesado, más pesado que una gran piedra, y lo obligó a inclinar la cabeza sobre el pecho. Pareció que el Espejo se calentaba y unas volutas de vapor flotaron sobre el agua. Frodo se deslizó hacia delante.

—¡No toques el agua! —le dijo dulcemente la Dama Galadriel.

La visión desapareció y Frodo se encontró mirando las frías estrellas que titilaban en el pilón. Dio un paso atrás temblando de pies a cabeza y miró a la Dama.

—Sé lo que viste al final —dijo ella— pues está también en mi mente. ¡No temas! Pero no pienses que el país de Lothlórien resiste y se defiende del Enemigo sólo con cantos en los árboles, o con las débiles flechas de los arcos élficos. Te digo, Frodo, que aun mientras te hablo, veo al Señor Oscuro y sé lo que piensa, o al menos lo que piensa en relación con los Elfos. Y él está siempre tanteando, queriendo verme y conocer mis propios pensamientos. ¡Pero la puerta está siempre cerrada!

La Dama levantó los brazos blancos y extendió las manos hacia el este en un ademán de rechazo y negativa. Eärendil, la Estrella de la Tarde, la más amada de los Elfos, brillaba clara allá en lo alto. Tan brillante era que la figura de la Dama echaba una sombra débil en la hierba. Los rayos se reflejaban en un anillo que ella tenía en el dedo, y allí resplandecía como oro pulido recubierto de una luz de plata, y una piedra blanca relucía en él como si la Estrella de la Tarde hubiera venido a apoyarse en la mano de la Dama Galadriel. Frodo miró el anillo con un respetuoso temor, pues de pronto le pareció que entendía.

—Sí —dijo la Dama adivinando los pensamientos de Frodo—, no está permitido hablar de él, y Elrond tampoco pudo. Pero no es posible ocultárselo al Portador del Anillo y a alguien que ha visto el Ojo. En verdad, en el país de Lórien y en el dedo de Galadriel está uno de los Tres. Éste es Nenya, el Anillo de Diamante, y yo soy quien lo guarda.





”Él lo sospecha, pero no lo sabe aún. ¿Entiendes ahora por qué tu venida era para nosotros como un primer paso en el cumplimiento del Destino? Pues si fracasas, caeremos indefensos en manos del Enemigo. Pero si triunfas, nuestro poder decrecerá, y Lothlórien se debilitará, y las marcas del Tiempo la borrarán de la faz de la tierra. Tenemos que partir hacia el oeste, o transformarnos en un pueblo rústico que vive en cañadas y cuevas, condenados lentamente a olvidar y a ser olvidados.

Frodo bajó la cabeza.

—¿Y vos qué deseáis?

—Que se cumpla lo que ha de cumplirse —dijo ella—. El amor de los Elfos por esta tierra en que viven y por las obras que llevan a cabo es más profundo que las profundidades del mar, y el dolor que ellos sienten es imperecedero, y nunca se apaciguará. Sin embargo, lo abandonarán todo antes que someterse a Sauron, pues ahora lo conocen. Del destino de Lothlórien no eres responsable, pero sí del cumplimiento de tu misión. Sin embargo desearía, si sirviera de algo, que el Anillo Único no hubiese sido forjado jamás, o que nunca hubiese sido encontrado.

—Sois prudente, intrépida, y hermosa, Dama Galadriel —dijo Frodo—, y os daré el Anillo Único, si vos me lo pedís. Para mí es algo demasiado grande.

Galadriel rió de pronto con una risa clara.

—La Dama Galadriel es quizá prudente —dijo—, pero ha encontrado quien la iguale en cortesía. Te has vengado gentilmente de la prueba a que sometí tu corazón en nuestro primer encuentro. Comienzas a ver claro. No niego que mi corazón ha deseado pedirte lo que ahora me ofreces. Durante muchos largos años me he preguntado qué haría si el Gran Anillo llegara alguna vez a mis manos, ¡y mira!, está ahora a mi alcance. El mal que fue planeado hace ya mucho tiempo sigue actuando de distintos modos, ya sea que Sauron resista o caiga. ¿No hubiera sido una noble acción, que aumentaría el crédito del Anillo, si se lo hubiera arrebatado a mi huésped por la fuerza o el miedo?

”Y ahora al fin llega. ¡Me darás libremente el Anillo! En el sitio del Señor Oscuro instalarás una Reina. ¡Y yo no seré oscura sino hermosa y terrible como la Mañana y la Noche! ¡Hermosa como el Mar y el Sol y la Nieve en la Montaña! ¡Terrible como la Tempestad y el Relámpago! Más fuerte que los cimientos de la tierra. ¡Todos me amarán, y desesperarán!