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—Pues bien, ¡ten cuidado! —dijo Boromir—. No confío demasiado en esta Dama Élfica y en lo que se propone.

—¡No hables mal de la Dama Galadriel! —dijo Aragorn con severidad—. No sabes lo que dices. En ella y en esta tierra no hay ningún mal, a no ser que un hombre lo traiga aquí él mismo. Y entonces ¡que él se cuide! Pero esta noche y por vez primera desde que dejamos Rivendel dormiré sin ningún temor. ¡Y ojalá duerma profundamente, y olvide un rato mi pena! Tengo el cuerpo y el corazón cansados.

Se echó en la cama y cayó en seguida en un largo sueño.

Los otros pronto hicieron lo mismo, y durmieron sin ser perturbados por ruidos o sueños. Cuando despertaron vieron que la luz del día se extendía sobre la hierba ante el pabellón, y que el agua de la fuente se alzaba y caía refulgiendo a la luz del sol.

Se quedaron algunos días en Lothlórien, o por lo menos eso fue lo que ellos pudieron decir o recordar más tarde. Todo el tiempo que estuvieron allí brilló el sol, excepto en los momentos en que caía una lluvia suave que dejaba todas las cosas nuevas y limpias. El aire era fresco y dulce, como si estuviesen a principios de la primavera, y sin embargo sentían alrededor la profunda y reflexiva quietud del invierno. Les pareció que casi no tenían otra ocupación que comer y beber y descansar, y pasearse entre los árboles; y esto era suficiente.

No habían vuelto a ver al Señor y a la Dama, y apenas conversaban con el resto de los Elfos, pues eran pocos los que hablaban otra cosa que la Lengua del Oeste. Haldir se había despedido de ellos y había vuelto a las defensas del norte, muy vigiladas ahora luego que la Compañía había traído aquellas noticias de Moria. Legolas pasaba muchas horas con los Galadrim, y luego de la primera noche ya no durmió con sus compañeros, aunque regresaba a comer y hablar con ellos. A menudo se llevaba a Gimli para que lo acompañara en algún paseo, y a los otros les asombro este cambio.

Ahora, cuando los compañeros estaban sentados o caminaban juntos, hablaban de Gandalf y todo lo que cada uno había sabido o visto de él les venía claramente a la memoria. A medida que se curaban las heridas y el cansancio del cuerpo, el dolor de la pérdida de Gandalf se hacía más agudo. Oían con frecuencia voces élficas que cantaban cerca, y eran canciones que lamentaban la caída del mago, pues alcanzaban a oír su nombre entre palabras dulces y tristes que no entendían.

Mithrandir, Mithrandir, cantaban los Elfos, ¡oh Peregrino Gris!Pues así les gustaba llamarlo. Pero si Legolas estaba entonces con la Compañía no les traducía las canciones, diciendo que no se consideraba bastante hábil, y que para él la pena estaba aún demasiado cerca, y era un tema para las lágrimas y no todavía para una canción.

Fue Frodo el primero que expresó su dolor en palabras titubeantes. Pocas veces sentía el impulso de componer canciones o versos; aun en Rivendel había escuchado y no había cantado él mismo, aunque recordaba muchas cosas de otros. Pero ahora sentado junto a la fuente de Lórien, y escuchando las voces de los Elfos que hablaban de Gandalf, se le ocurrió una canción que a él le parecía hermosa, pero cuando trató de repetírsela a Sam sólo quedaron unos fragmentos, apagados como un manojo de flores marchitas.

Cuando la tarde era gris en la Comarca

se oían sus pasos en la colina;

y se iba antes del alba

en silencio a sitios remotos.

De las Tierras Ásperas a la costa del este,

del desierto del norte a las lomas del sur,

por antros de dragones y puertas ocultas

y bosques oscuros iba a su antojo.

Con Enanos y Hobbits, con Elfos y con Hombres,

con gentes mortales e inmortales,

con pájaros en árboles y bestias en madrigueras,

en lenguas secretas hablaba.

Una espada mortal, una mano benigna,

una espalda que la carga doblaba;





una voz de trompeta, una antorcha encendida,

un peregrino fatigado.

Señor de sabiduría entronizado,

de cólera viva, y de rápida risa;

un viejo de gastado sombrero

que se apoya en una vara espinosa.

Estuvo solo sobre el puente

desafiando al Fuego y a la Sombra;

la vara se le quebró en la piedra,

y su sabiduría murió en Khazad-dûm.

—¡Bueno, pronto derrotará al señor Bilbo! —dijo Sam.

—No, temo que no —dijo Frodo—, pero no soy capaz de nada mejor.

—En todo caso, señor Frodo, si un día tiene ganas de componer algo más, espero que diga una palabra de los fuegos artificiales. Algo así:

Los más hermosos fuegos nunca vistos:

estallaban en estrellas azules y verdes,

y después de los truenos un rocío de oro

caía como una lluvia de flores.

”Aunque está muy lejos de hacerles justicia.

—No, te lo dejo a ti, Sam. O quizá a Bilbo. Pero..., bueno, no puedo seguir hablando. No soporto la idea de darle la noticia a Bilbo.

Una tarde Frodo y Sam se paseaban al aire fresco del crepúsculo. Los dos se sentían de nuevo inquietos. La sombra de la partida había caído de pronto sobre Frodo; sabía de algún modo que estaba cerca el tiempo en que él tendría que dejar Lothlórien.

—¿Qué piensas ahora de los Elfos, Sam? —dijo—. Ya una vez te hice esta pregunta, antes, en un tiempo que ahora parece muy lejano; pero los has visto mucho más desde entonces.

—¡Muy cierto! —dijo Sam—. Y yo diría que hay Elfos y Elfos. Todos son bastante élficos, pero no iguales. Estos de aquí por ejemplo no son gente errante o sin hogar, y se parecen más a nosotros; parecen pertenecer a este sitio, más aún que los hobbits a la Comarca. No sé si hicieron el país o si el país los hizo a ellos, es difícil decirlo, si usted me entiende. Hay una tranquilidad maravillosa aquí. Se diría que no pasa nada, y que nadie quiere que pase. Si se trata de alguna magia está muy escondida, en algún sitio que no puedo tocar con las manos, por así decir.