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—Un mal del Mundo Antiguo me pareció, algo que nunca había visto antes —dijo Aragorn—. Era a la vez una sombra y una llama, poderosa y terrible.

—Era un Balrog de Morgoth —dijo Legolas—; de todos los azotes de los Elfos el más mortal, excepto aquel que reside en la Torre Oscura.

—En verdad vi en el puente a aquel que se nos aparece en las peores pesadillas, vi el Daño de Durin —dijo Gimli en voz baja, y había miedo en sus ojos.

—¡Ay! —dijo Celeborn—. Temimos durante mucho tiempo que hubiese algo terrible durmiendo bajo el Caradhras. Pero si hubiese sabido que los Enanos habían reanimado este mal en Moria, yo te hubiera impedido pasar por las fronteras del norte, a ti y a todos los que iban contigo. Y hasta se podría decir quizá que Gandalf cayó al fin de la sabiduría a la locura, metiéndose sin necesidad en las redes de Moria.

—Sería imprudente en verdad quien dijera tal cosa —dijo con aire grave Galadriel—. En todo lo que hizo Gandalf en vida no hubo nunca nada inútil. Quienes lo seguían no estaban enterados de lo que pensaba y no pueden explicarnos lo que él se proponía. Pero de cualquier modo, estos seguidores no tuvieron ninguna culpa. No te arrepientas de haber dado la bienvenida al enano. Si nuestra gente hubiese vivido mucho tiempo en el exilio lejos de Lothlórien, ¿quién de los Galadrim, incluyendo a Celeborn el Sabio, hubiera pasado cerca sin tener deseos de ver otra vez el antiguo hogar, aunque se hubiese convertido en morada de dragones?

”Oscuras son las aguas del Kheled-zâram, y frías son las fuentes del Kibil-nâla, y hermosas eran las salas de muchas columnas de Khazad-dûm en los Días Antiguos antes que los reyes poderosos cayeran bajo la piedra.

Galadriel miró a Gimli que estaba sentado y triste, y le sonrió. Y el enano, al oír aquellos nombres en su propia y antigua lengua, alzó los ojos y se encontró con los de Galadriel, y le pareció que miraba de pronto en el corazón de un enemigo y que allí encontraba amor y comprensión. El asombro le subió a la cara, y en seguida respondió con una sonrisa.

Se incorporó totalmente y saludó con una reverencia al modo de los Enanos diciendo: —Pero más hermoso aún es el país viviente de Lórien, y la Dama Galadriel está por encima de todas las joyas de la tierra.

Hubo un silencio. Al fin Celeborn volvió a hablar.

—Yo no sabía que vuestra situación era tan mala —dijo—. Que Gimli olvide mis palabras duras; hablé con el corazón perturbado. Haré todo lo que pueda por ayudaros, a cada uno de acuerdo con sus deseos y necesidades, pero en especial al pequeño que lleva la carga.

—Conocemos tu misión —dijo Galadriel mirando a Frodo—, pero no hablaremos aquí más abiertamente. Quizá podamos probar que no habéis venido en vano a esta tierra en busca de ayuda, como parecía ser el propósito de Gandalf. Pues se dice del Señor de los Galadrim que es el más sabio de los Elfos de la Tierra Media, y un dispensador de dones que superan los poderes de los reyes. Ha residido en el oeste desde los tiempos del alba, y he vivido con él i

”Yo fui quien convocó por vez primera el Concilio Blanco, y si hubiera podido llevar adelante mis designios, Gandalf el Gris habría presidido la reunión, y quizá las cosas hubieran pasado entonces de otro modo. Pero aun ahora queda alguna esperanza. No os aconsejaré que hagáis esto o aquello. Pues si puedo ayudaros no será con actos o maquinaciones, o decidiendo que toméis tal o cual rumbo, sino por el conocimiento de lo que ha sido y lo que es, y en parte de lo que será. Pero te diré esto: tu misión marcha ahora por el filo de un cuchillo. Un solo paso en falso y fracasará, para ruina de todos. Hay esperanzas sin embargo mientras todos los miembros de la Compañía continúen siendo fieles.

Y con estas palabras los miró a todos, y en silencio escrutó el rostro de cada uno. Nadie excepto Legolas y Aragorn soportó mucho tiempo esta mirada. Sam enrojeció en seguida y bajó la cabeza.

Por último la Dama Galadriel dejó de observarlos y sonrió.

—Que vuestros corazones no se turben —dijo—. Esta noche dormiréis en paz.





En seguida ellos suspiraron y se sintieron cansados de pronto, como si hubiesen sido interrogados a fondo durante mucho tiempo, aunque no se había dicho abiertamente ninguna palabra.

—Podéis iros —dijo Celeborn—. El dolor y los esfuerzos os han agotado. Aunque vuestra misión no nos concerniese de cerca, podríais quedaros en la ciudad hasta que os sintierais curados y recuperados. Ahora id a descansar, y durante un tiempo no hablaremos de vuestro camino futuro.

Aquella noche la Compañía durmió en el suelo, para gran satisfacción de los hobbits. Los Elfos prepararon para ellos un pabellón entre los árboles próximos a la fuente, y allí pusieron unos lechos mullidos; luego murmuraron palabras de paz con dulces voces élficas y los dejaron. Durante un rato los viajeros hablaron de cómo habían pasado la noche anterior en las copas de los árboles, de la marcha del día, del Señor y de la Dama, pues no estaban todavía en ánimo de mirar más atrás.

—¿Por qué enrojeciste, Sam? —dijo Pippin—. Te turbaste en seguida. Cualquiera hubiese pensado que tenías mala conciencia. Espero que no haya sido nada peor que un plan retorcido para robarme una manta.

—Nunca pensé nada semejante —dijo Sam que no tenía ánimos para bromas—. Si quiere saberlo, me sentí como si no tuviera nada encima, y no me gustó. Me pareció que ella estaba mirando dentro de mí y preguntándome qué haría yo si ella me diera la posibilidad de volver volando a la Comarca y a un bonito y pequeño agujero con un jardincito propio.

—Qué raro —dijo Merry—. Casi exactamente lo que yo sentí, sólo que..., bueno, creo que no diré más —concluyó con una voz débil.

A todos ellos, parecía, les había ocurrido algo semejante: cada uno había sentido que se le ofrecía la oportunidad de elegir entre una oscuridad terrible que se extendía ante él y algo que deseaba entrañablemente, y para conseguirlo sólo tenía que apartarse del camino y dejar a otros el cumplimiento de la misión y la guerra contra Sauron.

—Y a mí me pareció también —dijo Gimli— que mi elección permanecería en secreto, y que sólo yo lo sabría.

—Para mí fue algo muy extraño —dijo Boromir—. Quizá fue sólo una prueba, y ella quería leernos el pensamiento con algún buen propósito, pero yo casi hubiera dicho que estaba tentándonos, y ofreciéndonos algo que dependía de ella. No necesito decir que me negué a escuchar. Los Hombres de Minas Tirith guardan la palabra empeñada.

Pero lo que le había ofrecido la Dama, Boromir no lo dijo.

En cuanto a Frodo, se negó a hablar, aunque Boromir lo acosó con preguntas,

—Te miró mucho tiempo, Portador del Anillo —le dijo.

—Sí —dijo Frodo—, pero lo que me vino entonces a la mente ahí se quedará.