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—¡Bienvenidos a Caras Galadon! —dijo—. He aquí la ciudad de los Galadrim donde moran el Señor Celeborn y Galadriel, la Dama de Lórien. Pero no podemos entrar por aquí pues las puertas no miran al norte. Tenemos que dar un rodeo hasta el lado sur, y habrá que caminar un rato, pues la ciudad es grande.

Del otro lado del foso corría un camino de piedras blancas. Fueron por allí hacia el este, con la ciudad alzándose siempre a la izquierda como una nube verde; y a medida que avanzaba la noche, aparecían más luces, hasta que toda la colina pareció inflamada de estrellas. Llegaron al fin a un puente blanco, y luego de cruzar se encontraron ante las grandes puertas de la ciudad: miraban al sudoeste, entre los extremos del muro circular que aquí se superponían, y eran altas y fuertes, y había muchas lámparas.

Haldir golpeó y habló, y las puertas se abrieron en silencio, pero Frodo no vio a ningún guardia. Los viajeros pasaron, y las puertas se cerraron detrás. Estaban en un pasaje profundo entre los dos extremos de la muralla, y atravesándolo rápidamente entraron en la Ciudad de los Árboles. No vieron a nadie ni oyeron ningún ruido de pasos en los caminos, pero sonaban muchas voces alrededor, y en el aire de arriba. Lejos sobre la colina se oía el sonido de unas canciones que caían de lo alto como una dulce lluvia sobre las hojas.

Recorrieron muchos senderos y subieron muchas escaleras hasta que llegaron a unos sitios elevados y vieron una fuente que refulgía en un campo de hierbas. Estaba iluminada por unas linternas de plata que colgaban de las ramas de los árboles, y el agua caía en un pilón de plata que desbordaba en un arroyo blanco. En el lado sur del prado se elevaba el mayor de todos los árboles; el tronco enorme y liso brillaba como seda gris y subía rectamente hasta las primeras ramas que se abrían muy arriba bajo sombrías nubes de hojas. A un lado pendía una ancha escala blanca, y tres Elfos estaban sentados al pie. Se incorporaron de un salto cuando vieron acercarse a los viajeros, y Frodo observó que eran altos y estaban vestidos con unas mallas grises, y que llevaban sobre los hombros unas túnicas largas y blancas.

—Aquí moran Celeborn y Galadriel —dijo Haldir—. Es deseo de ellos que subáis y les habléis.

Uno de los guardias tocó una nota clara en un cuerno pequeño, y le respondieron tres veces desde lo alto.

—Iré primero —dijo Haldir—. Que luego venga Frodo, y con él Legolas. Los otros pueden venir en el orden que deseen. Es una larga subida para quienes no están acostumbrados a estas escalas, pero podéis descansar de vez en cuando.

Mientras trepaba lentamente, Frodo vio muchos flets: unos a la derecha, otros a la izquierda, y algunos alrededor del tronco, de modo que la escala pasaba atravesándolos. Al fin, a mucha altura, llegó a un talangrande, parecido al puente de un navío. Sobre el talanhabía una casa, tan grande que en tierra hubiese podido servir de habitación a los hombres. Entró detrás de Haldir, y descubrió que estaba en una cámara ovalada, y en el medio crecía el tronco del gran mallorn, ahora ya adelgazándose pero todavía un pilar de amplia circunferencia.

Una luz clara iluminaba el aposento; las paredes eran verdes y plateadas y el techo de oro. Había muchos Elfos sentados. En dos asientos que se apoyaban en el tronco del árbol, y bajo el palio de una rama, estaban el Señor Celeborn y Galadriel. Se incorporaron para dar la bienvenida a los huéspedes, según la costumbre de los Elfos, aun de aquellos que eran considerados reyes poderosos. Muy altos eran, y la Dama no menos alta que el Señor, y hermosos y graves. Estaban vestidos de blanco, y los cabellos de la Dama eran de oro, y los cabellos del Señor Celeborn eran de plata, largos y brillantes; pero no había en ellos signos de vejez, excepto quizá en lo profundo de los ojos, pues éstos eran penetrantes como lanzas a la luz de las estrellas, y, sin embargo, hondos como pozos de recuerdos.

Haldir llevó a Frodo ante ellos, y el Señor le dio la bienvenida en la lengua de los hobbits. La Dama Galadriel no dijo nada pero contempló largamente el rostro de Frodo.

—¡Siéntate junto a mí, Frodo de la Comarca! —dijo Celeborn—. Hablaremos cuando todos hayan llegado.

Saludó cortésmente a cada uno de los compañeros, llamándolos por sus nombres.

—¡Bienvenido Aragorn hijo de Arathorn! —dijo—. Han pasado treinta y ocho años del mundo exterior desde que viniste a estas tierras; y esos años pesan sobre ti. Pero el fin está próximo, para bien o para mal. ¡Descansa aquí de tu carga por un momento!

”¡Bienvenido hijo de Thranduil! Pocas veces las gentes de mi raza vienen aquí del Norte.





”¡Bienvenido Gimli hijo de Glóin! Hace mucho en verdad que no se ve a alguien del pueblo de Durin en Caras Galadon. Pero hoy hemos dejado de lado esa antigua ley. Quizá es un anuncio de mejores días, aunque las sombras cubran ahora el mundo, y de una nueva amistad entre nuestros pueblos.

Gimli hizo una profunda reverencia.

Cuando todos los huéspedes terminaron de sentarse, el Señor los miró de nuevo.

—Aquí hay ocho —dijo—. Partieron nueve, así decían los mensajes. Pero quizá hubo algún cambio en el Concilio y no nos enteramos. Elrond está lejos y las tinieblas crecen alrededor, este año más que nunca.

—No, no hubo cambios en el Concilio —dijo la Dama Galadriel hablando por vez primera. Tenía una voz clara y musical, aunque de tono grave—. Gandalf el Gris partió con la Compañía, pero no cruzó las fronteras de este país. Contadnos ahora dónde está, pues mucho he deseado hablar con él otra vez. Pero no puedo verlo de lejos, a menos que pase de este lado de las barreras de Lothlórien; lo envuelve una niebla gris, y no sé por dónde anda ni qué piensa.

—¡Ay! —dijo Aragorn—. Gandalf el Gris ha caído en la sombra. Se demoró en Moria y no pudo escapar.

Al oír estas palabras todos los Elfos de la sala dieron grandes gritos de dolor y de asombro.

—Una noticia funesta —dijo Celeborn—, la más funesta que se haya anunciado aquí en muchos años de dolorosos acontecimientos. —Se volvió a Haldir—. ¿Por qué no me dijeron nada hasta ahora? —preguntó en la lengua élfica.

—No le hemos hablado a Haldir ni de lo que hicimos ni de nuestros propósitos —dijo Legolas—. Al principio nos sentíamos cansados y el peligro estaba aún demasiado cerca; y luego casi olvidamos nuestra pena durante un tiempo, mientras veníamos felices por los hermosos senderos de Lórien.

—Nuestra pena es grande sin embargo, y la pérdida no puede ser reparada —dijo Frodo—. Gandalf era nuestro guía, y nos condujo a través de Moria, y cuando parecía que ya no podíamos escapar, nos salvó y cayó.

—¡Contadnos toda la historia! —dijo Celeborn.

Entonces Aragorn contó todo lo que había ocurrido en el paso de Caradhras, y en los días que siguieron, y habló de Balin y del libro, y de la lucha en la Cámara de Mazarbul, y el fuego, y el puente angosto, y la llegada del Terror.