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—¡Mirad! Hemos llegado a Cerin Amroth —dijo Haldir—. Pues éste es el corazón del antiguo reino, como era tiempo atrás, y ésta es la loma de Amroth, donde en días más felices fue edificada la alta casa de Amroth. Aquí se abren las flores de invierno en una hierba siempre fresca: la elanoramarilla, y la pálida niphredil. Aquí nos quedaremos un rato, y a la caída de la tarde llegaremos a la ciudad de los Galadrim.

Los otros se dejaron caer sobre la hierba fragante, pero Frodo se quedó de pie, todavía maravillado. Tenía la impresión de haber pasado por una alta ventana que daba a un mundo desaparecido. Brillaba allí una luz para la cual no había palabras en la lengua de los hobbits. Todo lo que veía tenía una hermosa forma, pero todas las formas parecían a la vez claramente delineadas, como si hubiesen sido concebidas y dibujadas por primera vez cuando le descubrieron los ojos, y antiguas como si hubiesen durado siempre. No veía otros colores que los conocidos, amarillo y blanco y azul y verde, pero eran frescos e intensos, como si los percibiera ahora por primera vez y les diera nombres nuevos y maravillosos. En un invierno así ningún corazón hubiese podido llorar el verano o la primavera. En todo lo que crecía en aquella tierra no se veían manchas ni enfermedades ni deformidades. En el país de Lórien no había defectos.

Se volvió y vio que Sam estaba ahora de pie junto a él, mirando alrededor con una expresión de perplejidad, frotándose los ojos como si no estuviese seguro de estar despierto.

—Hay sol y es un hermoso día, sin duda —dijo—. Pensé que los Elfos no amaban otra cosa que la luna y las estrellas: pero esto es más élfico que cualquier otra cosa que yo haya conocido alguna vez, aun de oídas. Me siento como si estuviera dentrode una canción, si usted me entiende.

Haldir los miró, y parecía en verdad que había entendido tanto el pensamiento como las palabras de Sam. Sonrió.

—Estáis sintiendo el poder de la Dama de los Galadrim —les dijo—. ¿Queréis trepar conmigo a Cerin Amroth?

Siguieron a Haldir, que subía con paso ligero las pendientes cubiertas de hierba. Aunque Frodo caminaba y respiraba, y el viento que le tocaba la cara era el mismo que movía las hojas y las flores de alrededor, tenía la impresión de encontrarse en un país fuera del tiempo, un país que no languidecía, no cambiaba, no caía en el olvido. Cuando volviera otra vez al mundo exterior, Frodo, el viajero de la Comarca, caminaría aún aquí, sobre la hierba entre la elanory la niphredil, en la hermosa Lothlórien.

Entraron en el círculo de árboles blancos. En ese momento el viento del sur sopló sobre Cerin Amroth y suspiró entre las ramas. Frodo se detuvo, oyendo a lo lejos el rumor del mar en playas que habían desaparecido hacía tiempo, y los gritos de unos pájaros marinos ya extinguidos en el mundo.

Haldir se había adelantado y ahora trepaba a la elevada plataforma. Mientras Frodo se preparaba para seguirlo, apoyó la mano en el árbol junto a la escala; nunca había tenido antes una conciencia tan repentina e intensa de la textura de la corteza del árbol y de la vida que había dentro. La madera, que sentía bajo la mano, lo deleitaba, pero no como a un leñador o a un carpintero; era el deleite de la vida misma del árbol.

Cuando al fin llegó al flet, Haldir le tomó la mano y lo volvió hacia el sur.

—¡Mira primero a este lado! —dijo.

Frodo miró y vio, todavía a cierta distancia, una colina donde se alzaban muchos árboles magníficos, o una ciudad de torres verdes, no estaba seguro. De ese sitio venían, le pareció entonces, el poder y la luz que reinaban sobre todo el país, y tuvo el deseo de volar como un pájaro para ir a descansar a aquella ciudad verde. Luego miró hacia el este y vio las tierras de Lórien que bajaban hasta el pálido resplandor del Anduin, el Río Grande. Miró más allá del río: toda la luz desapareció, y se encontró otra vez en el mundo conocido. Más allá del río la tierra parecía chata y vacía, informe y borrosa, hasta que más lejos se levantaba otra vez como un muro, oscuro y terrible. El sol que alumbraba a Lothlórien no tenía poder para ahuyentar las sombras de aquellas distantes alturas.





—Allí está la fortaleza del Bosque Negro del Sur —dijo Haldir—. Está cubierta por una floresta de abetos oscuros, donde los árboles se oponen unos a otros, y las ramas se marchitan y se pudren. En medio, sobre una altura rocosa, se alza Dol Guldur, donde en otro tiempo se ocultaba el Enemigo. Tememos que esté habitada de nuevo, y con un poder septuplicado. Desde hace un tiempo se ve a veces encima una nube negra. Desde esta elevación puedes ver los dos poderes en acción, luchando siempre con el pensamiento; pero aunque la luz traspasa de lado a lado el corazón de las tinieblas, el secreto de la luz misma todavía no ha sido descubierto. Todavía no.

Se volvió y descendió rápidamente, y los otros lo siguieron.

Al pie de la loma, Frodo encontró a Aragorn, erguido, inmóvil y silencioso como un árbol; pero sostenía en la mano un capullo dorado de elanory una luz le brillaba en los ojos. Parecía que estuviera recordando algo hermoso, y Frodo supo que veía las cosas como habían sido antes en ese mismo sitio. Pues los años torvos se habían borrado de la cara de Aragorn, y parecía todo vestido de blanco, un joven señor alto y hermoso, que le hablaba en lengua élfica a alguien que Frodo no podía ver. Arwen vanimalda, namárië!dijo, y en seguida respiró profundamente, y saliendo de sus pensamientos miró a Frodo y sonrió.

—Aquí está el corazón del ser y el estar de los elfos en la tierra —dijo—, y aquí mi corazón vivirá para siempre, a menos que encontremos una luz más allá de los caminos oscuros que todavía hemos de recorrer, tú y yo. ¡Ven conmigo!

Y tomando la mano de Frodo, dejó la loma de Cerin Amroth a la que nunca volvería en vida.

7

EL ESPEJO DE GALADRIEL

El sol descendía detrás de las montañas y las sombras crecían en el bosque cuando se pusieron otra vez en camino. Los senderos pasaban ahora por unos setos donde la oscuridad ya estaba cerrándose. Mientras marchaban, la noche cayó bajo los árboles, y los Elfos descubrieron los faroles de plata.

De pronto salieron otra vez a un claro y se encontraron bajo un pálido cielo nocturno salpicado por unas pocas estrellas tempranas. Un vasto espacio sin árboles se extendía ante ellos en un gran círculo abriéndose a los lados. Más allá había un foso profundo perdido entre las sombras, pero la hierba de las márgenes era verde, como si brillara aún en memoria del sol que se había ido. Del otro lado del foso una pared verde se levantaba a gran altura y rodeaba una colina verde cubierta de los mallorn más altos que hubieran visto hasta entonces en esa región. Qué altos eran no se podía saber, pero se erguían a la luz del crepúsculo como torres vivientes. Entre las muchas ramas superpuestas y las hojas que no dejaban de moverse brillaban i