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Boromir miró sorprendido a Bilbo, pero la risa se le apagó en los labios cuando vio que todos miraban con grave respeto al viejo hobbit. Sólo Glóin sonreía, pero la sonrisa le venía de viejos recuerdos.

—Por supuesto, mi querido Bilbo —dijo Gandalf—. Si tú iniciaste realmente este asunto, tendrás que terminarlo. Pero sabes muy bien que decir he iniciadoes de una pretensión excesiva para cualquiera, y que los héroes desempeñan siempre un pequeño papel en las grandes hazañas. No tienes por que inclinarte. Sabemos que tus palabras fueron sinceras, y que bajo esa apariencia de broma nos hacías un ofrecimiento valeroso. Pero que supera tus fuerzas, Bilbo. No puedes empezar otra vez, el problema ha pasado a otras manos. Si aún tienes necesidad de mi consejo, te diría que tu parte ha concluido, excepto como cronista. ¡Termina el libro, y no cambies el final! Todavía hay esperanzas de que sea posible. Pero prepárate a escribir una continuación, cuando ellos vuelvan.

Bilbo rió. —No recuerdo que me hayas dado antes un consejo agradable —dijo—. Como todos tus consejos desagradables han resultado buenos, me pregunto si éste no será malo. Sin embargo, no creo que me quede bastante fuerza o suerte como para tratar con el Anillo. Ha crecido, y yo no. Pero dime, ¿a quién te refieres cuando dices ellos?

—A los mensajeros que llevarán el Anillo.

—¡Exactamente! ¿Y quiénes serán? Eso es lo que el Concilio tiene que decidir, me parece, y ninguna otra cosa. Los Elfos se alimentan de palabras, y los Enanos están muy fatigados; yo soy sólo un viejo hobbit y extraño la comida del mediodía. ¿Se te ocurren algunos nombres? ¿O lo dejamos para después de comer?

Nadie respondió. Sonó la campana del mediodía. Nadie habló tampoco ahora. Frodo echó una ojeada a todas las caras, pero no lo miraban a él; todo el Concilio bajaba los ojos, como sumido en profundos pensamientos. Sintió que un gran temor lo invadía, como si estuviese esperando una sentencia que ya había previsto hacía tiempo, pero que no deseaba oír. Un irresistible deseo de descansar y quedarse a vivir en Rivendel junto a Bilbo le colmó el corazón. Al fin habló haciendo un esfuerzo, y oyó sorprendido sus propias palabras, como si algún otro estuviera sirviéndose de su vocecita.

—Yo llevaré el Anillo —dijo—, aunque no sé cómo.

Elrond alzó los ojos y lo miró, y Frodo sintió que aquella mirada penetrante le traspasaba el corazón.

—Si he entendido bien todo lo que he oído —dijo Elrond—, creo que esta tarea te corresponde a ti, Frodo, y si tú no sabes cómo llevarla a cabo, ningún otro lo sabrá. Ésta es la hora de quienes viven en la Comarca, de quienes dejan los campos tranquilos para estremecer las torres y los concilios de los Grandes. ¿Quién de todos los Sabios pudo haberlo previsto? Y si son sabios, ¿por qué esperarían saberlo, antes que sonara la hora?

”Pero es una carga pesada. Tan pesada que nadie puede pasársela a otro. No la pongo en ti. Pero si tú la tomas libremente, te diré que tu elección es buena; y aunque todos los poderosos amigos de los Elfos de antes, Hador y Húrin, y Túrin, y Beren mismo aparecieran juntos aquí, tu lugar estaría entre ellos.

—Pero ¿usted lo enviará solo, Señor? —gritó Sam, que ya no pudo seguir conteniéndose y saltó desde el rincón donde había estado sentado en el suelo.

—¡No por cierto! —dijo Elrond volviéndose hacia él con una sonrisa—. Tú lo acompañarás al menos. No parece fácil separarte de Frodo, aunque él haya sido convocado a un concilio secreto, y tú no.

Sam se sentó, enrojeciendo y murmurando.

—¡En un bonito enredo nos hemos metido, señor Frodo! —dijo meneando la cabeza.

3





EL ANILLO VA HACIA EL SUR

Más tarde, ese día los hobbits tuvieron una reunión privada en el cuarto de Bilbo. Merry y Pippin se mostraron indignados cuando supieron que Sam se había metido de rondón en el Concilio, y había sido elegido como compañero de Frodo.

—Es muy injusto —dijo Pippin—. En vez de expulsarlo y ponerlo en cadenas, ¡Elrond lo recompensapor su desfachatez!

—¡Recompensa! —dijo Frodo—. No podría imaginar un castigo más severo. No piensas en lo que dices: ¿condenado a hacer un viaje sin esperanza, una recompensa? Ayer soñé que mi tarea estaba cumplida, y que podía descansar aquí un rato, quizá para siempre.

—No me sorprende —dijo Merry— y ojalá pudieras. Pero estábamos envidiando a Sam, no a ti. Si tú tienes que ir, sería un castigo para cualquiera de nosotros quedarnos atrás, aun en Rivendel. Hemos recorrido un largo camino juntos y hemos pasado momentos difíciles. Queremos continuar.

—Es lo que yo quería decir —continuó Pippin—. Nosotros los hobbits tenemos que mantenernos unidos, y eso haremos. Partiré contigo, a menos que me encadenen. Tiene que haber alguien con inteligencia en el grupo.

—¡En ese caso no creo que te elijan, Peregrin Tuk! —dijo Gandalf asomando la cabeza por la ventana, que estaba cerca del suelo—. Pero no tenéis por qué estar preocupados. Nada se ha decidido aún.

—¡Nada se ha decidido! —exclamó Pippin—. Entonces, ¿qué estuvisteis haciendo, encerrados durante horas?

—Hablando —dijo Bilbo—. Había mucho que hablar y todos escucharon algo que los dejó boquiabiertos. Hasta el viejo Gandalf. Creo que las breves noticias que dio Legolas sobre Gollum le cayeron como un balde de agua fría, aunque no hizo comentarios.

—Estás equivocado —dijo Gandalf—. No prestaste atención. Ya me lo había dicho Gwaihir. Quienes dejaron boquiabiertos a los otros, como tú dices, fueron tú y Frodo; yo fui el único que no se sorprendió.

—Bueno, de todos modos —dijo Bilbo—, nada se decidió aparte de la elección del pobre Frodo y Sam. Este final me lo temí siempre, si yo quedaba descartado. Pero pienso que Elrond enviará una partida numerosa, cuando tenga los primeros informes. ¿Han partido ya, Gandalf?

—Sí —dijo el mago—. Ya han salido algunos exploradores, y mañana irán más. Elrond está enviando Elfos, y se pondrán en contacto con los Montaraces, y quizá con la gente de Thranduil en el Bosque Negro. Y Aragorn ha partido con los hijos de Elrond. Se hará una batida en varias leguas a la redonda antes de decidir la primera movida. ¡De modo que anímate, Frodo! Quizá te quedes aquí un tiempo largo.

—Ah —dijo Sam con aire sombrío—. Bastante largo como para que llegue el invierno.

—Eso es inevitable —dijo Bilbo—, y en parte tu culpa, querido Frodo; insististe en esperar mi cumpleaños. Curiosa celebración diría yo. No es en verdad el día que yo hubiese elegido para que los S-B entraran en Bolsón Cerrado. Y ésta es la situación ahora: no puedes esperar hasta la primavera, y no puedes salir antes que lleguen los informes.