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—No entiendo todo esto —dijo—. Saruman es un traidor, pero ¿no tuvo ni una chispa de sabiduría? ¿Por qué habláis siempre de ocultar y destruir? ¿Por qué no pensar que el Gran Anillo ha llegado a nuestras manos para servirnos en esta hora de necesidad? Llevando el Anillo, los Señores de los Libres podrían derrotar al Enemigo. Y esto es lo que él teme, a mi entender.

”Los Hombres de Gondor son valientes, y nunca se someterán; pero pueden ser derrotados. El valor necesita fuerza ante todo, y luego un arma. Que el Anillo sea vuestra arma, si tiene tanto poder como pensáis. ¡Tomadlo, y marchad a la victoria!

—Ay, no —dijo Elrond—. No podemos utilizar el Anillo Soberano. Esto lo sabemos ahora demasiado bien. Le pertenece a Sauron, pues él lo hizo solo, y es completamente maléfico. La fuerza del Anillo, Boromir, es demasiado grande para que alguien lo maneje a voluntad, salvo aquellos que ya tienen un gran poder propio. Pero para ellos encierra un peligro todavía más mortal. Basta desear el Anillo para que el corazón se corrompa. Piensa en Saruman. Si cualquiera de los Sabios derrocara con la ayuda del Anillo al Señor de Mordor, empleando las mismas artes que él, terminaría instalándose en el trono de Sauron, y un nuevo Señor Oscuro aparecería en la tierra. Y ésta es otra razón por la que el Anillo tiene que ser destruido; en tanto esté en el mundo será un peligro aun para los Sabios. Pues nada es malo en un principio. Ni siquiera Sauron lo era. Temo tocar el Anillo para esconderlo. No tomaré el Anillo para utilizarlo.

—Ni yo tampoco —dijo Gandalf.

Boromir los miró con aire de duda, pero asintió inclinando la cabeza.

—Que así sea entonces —dijo—. La gente de Gondor tendrá que confiar en las armas ya conocidas. Y al menos mientras los Sabios guarden el Anillo, seguiremos luchando. Quizá la Espada-que-estuvo-quebrada sea capaz aún de contener la marea, si la mano que la esgrime no sólo ha heredado un arma sino también el nervio de los Reyes de los Hombres.

—¿Quién puede decirlo? —dijo Aragorn—. La pondremos a prueba algún día.

—Que ese día no tarde —dijo Boromir—. Pues aunque no pido ayuda la necesitamos. Nos animaría saber que otros luchan también con todos los medios de que disponen.

—Anímate, entonces —dijo Elrond—. Pues hay otros poderes y reinos que no conoces, que están ocultos para ti. El caudal del Anduin el Grande baña muchas orillas antes de llegar a Argonath y a las Puertas de Gondor.

—Aun así podría convenir a todos —dijo Glóin el Enano— que todas estas fuerzas se unieran, y que los poderes de cada uno se utilizaran de común acuerdo. Puede haber otros anillos, menos traicioneros, a los que podríamos recurrir. Los Siete están perdidos para nosotros, si Balin no ha encontrado el anillo de Thrór, que era el último. Nada se ha sabido de él desde que Thrór pereció en Moria. En verdad, puedo revelar ahora que uno de los motivos del viaje de Balin era la esperanza de encontrar ese anillo.

—Balin no encontrará ningún anillo en Moria —dijo Gandalf—. Thrór se lo dio a su hijo Thráin, pero Thráin no se lo dio a Thorin. Se lo quitaron a Thráin torturándolo en los calabozos de Dol Guldur. Llegué demasiado tarde.





—¡Ay, ay! —gritó Glóin—. ¿Cuándo será el día de nuestra venganza? Pero todavía quedan los Tres. ¿Qué hay de los Tres Anillos de los Elfos? Anillos muy poderosos, dicen. ¿No los guardan consigo los Señores de los Elfos? Sin embargo ellos también fueron hechos por el Señor Oscuro tiempo atrás. ¿Están ociosos? Veo Señores de los Elfos aquí. ¿No dirán nada?

Los Elfos no respondieron.

—¿No me has oído, Glóin? —dijo Elrond—. Los Tres no fueron hechos por Sauron, ni siquiera llegó a tocarlos alguna vez. Pero de ellos no es permitido hablar. Aunque algo diré, en esta hora de dudas. No están ociosos. Pero no fueron hechos como armas de guerra o conquista; no es ése el poder que tienen. Quienes los hicieron no deseaban ni fuerza ni dominio ni riquezas, sino el poder de comprender, crear y curar, para preservar todas las cosas sin mancha. Los Elfos de la Tierra Media han obtenido estas cosas en cierta medida, aunque con dolor. Pero todo lo que haya sido alcanzado por quienes se sirven de los Tres se volverá contra ellos, y Sauron leerá en las mentes y los corazones de todos, si recobra el Único. Habría sido mejor que los Tres nunca hubieran existido. Esto es lo que Sauron pretende.

—Pero ¿qué sucederá si el Anillo Soberano es destruido, como tú aconsejas? —preguntó Glóin.

—No lo sabemos con seguridad —respondió Elrond tristemente—. Algunos esperan que los Tres Anillos, que Sauron nunca tocó, se liberen entonces, y quienes gobiernen los Anillos podrían curar así las heridas que el Único ha causado en el mundo. Pero es posible también que cuando el Único desaparezca, los Tres se malogren, y que junto con ellos se marchiten y olviden muchas cosas hermosas. Eso es lo que creo.

—Sin embargo todos los Elfos están dispuestos a correr ese riesgo —dijo Glorfindel—, si pudiéramos destruir el poder de Sauron, y librarnos para siempre del miedo a que domine el mundo.

—Así volvemos otra vez a la destrucción del Anillo —dijo Erestor—, y sin embargo no estamos más cerca. ¿De qué fuerza disponemos para encontrar el Fuego en que fue forjado? Es el camino de la desesperación. De la locura, podría decir, si la larga sabiduría de Elrond no me lo impidiese.

—¿Desesperación, o locura? —dijo Gandalf—. No desesperación, pues sólo desesperan aquellos que ven el fin más allá de toda duda. Nosotros no. Es sabiduría reconocer la necesidad, cuando todos los otros cursos ya han sido considerados, aunque pueda parecer locura a aquellos que se aferran a falsas esperanzas. Bueno, ¡que la locura sea nuestro manto, un velo en los ojos del Enemigo! Pues el Enemigo es muy sagaz, y mide todas las cosas con precisión, según la escala de su propia malicia. Pero la única medida que conoce es el deseo, deseo de poder, y así juzga todos los corazones. No se le ocurrirá nunca que alguien pueda rehusar el poder, que teniendo el Anillo queramos destruirlo. Si nos ponemos esa meta, confundiremos todas sus conjeturas.

—Al menos por un tiempo —dijo Elrond—. Hay que tomar ese camino, pero recorrerlo será difícil. Y ni la fuerza ni la sabiduría podrían llevarnos muy lejos. Los débiles pueden intentar esta tarea con tantas esperanzas como los fuertes. Sin embargo, así son a menudo los trabajos que mueven las ruedas del mundo. Las manos pequeñas hacen esos trabajos porque es menester hacerlos, mientras los ojos de los grandes se vuelven a otra parte.

—¡Muy bien, muy bien, Señor Elrond! —dijo Bilbo de pronto—. ¡No digas más! El propósito de tu discurso es bastante claro. Bilbo el hobbit tonto comenzó este asunto y será mejor que Bilbo lo termine, o que termine él mismo. Yo estaba muy cómodo aquí, ocupado en mi obra. Si quieres saberlo, en estos días estoy escribiendo una conclusión. Había pensado poner: y desde entonces vivió feliz hasta el fin de sus días. Era un buen final; poco importa que se hubiera usado antes. Ahora tendré que alterarlo: no parece que vaya a ser verdad, y de todos modos es evidente que habrá que anadir otros varios capítulos, si vivo para escribirlos. Es muy fastidioso. ¿Cuándo he de ponerme en camino?