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—¿Cuándo ocurrió? —preguntó Pippin.

—Hace cinco noches —dijo Aragorn.

—Déjame pensar —dijo Merry—: hace cinco noches... ahora llegamos a una parte de la historia de la que nada sabéis. Encontramos a Bárbol esa mañana después de la batalla; y esa noche la pasamos en la Sala del Manantial, una de las moradas de los Ents. A la mañana siguiente fuimos a la Cámara de los Ents, una asamblea éntica, y la cosa más extraña que he visto en mi vida. Duró todo ese día y el siguiente, y pasamos las noches en compañía de un Ent llamado Ramaviva. Y de pronto, al final de la tarde del tercer día de asamblea, los Ents despertaron. Fue algo asombroso. Había una tensión en la atmósfera del Bosque como si se estuviera preparando una tormenta: y de repente estalló. Me gustaría que hubierais oído lo que cantaban al marchar.

—Si Saruman lo hubiera oído, ahora estaría a un centenar de millas de aquí, aun cuando hubiese tenido que valerse de sus propias piernas —dijo Pippin.

Aunque Isengard sea fuerte y dura, tan fría como la piedra y desnuda como el hueso,

¡partimos, partimos, partimos a la guerra, a romper la piedra y derribar las puertas!

—Había mucho más. Una buena parte del canto era sin palabras, y parecía una música de cuernos y tambores; muy excitante. Pero yo pensé que era sólo una música de marcha, una simple canción... hasta que llegué aquí. Ahora he cambiado de parecer.

”Pasamos la última cresta de las montañas y descendimos al Nan Curunír luego de la caída de la noche —prosiguió Merry—. Fue entonces cuando tuve por primera vez la impresión de que el Bosque avanzaba detrás de nosotros. Creía estar soñando un sueño éntico, pero Pippin lo había notado también. Los dos estábamos muy asustados; pero entonces no descubrimos nada más.

”Eran los Ucornos, como los llamaban los Ents en la «lengua abreviada». Bárbol no quiso hablar mucho acerca de ellos, pero yo creo que son Ents que casi se han convertido en árboles, por lo menos en el aspecto. Se los ve aquí y allá en el bosque o en los lindes, silenciosos, vigilando sin cesar a los árboles; pero en las profundidades de los valles más oscuros hay centenares y centenares de Ucornos, me parece.

”Hay mucho poder en ellos, y parecen capaces de envolverse en las sombras: verlos moverse no es fácil. Pero se mueven. Y pueden hacerlo muy rápidamente, cuando se enojan. Estás ahí inmóvil, observando el tiempo, por ejemplo, o escuchando el susurro del viento, y de pronto adviertes que te encuentras un bosque poblado de grandes árboles que andan a tientas de un lado a otro. Todavía tienen voz y pueden hablar con los Ents, y es por eso que se los llama Ucornos, según Bárbol; pero se han vuelto huraños y salvajes. Peligrosos. A mí me asustaría encontrármelos, sin otros Ents verdaderos que los vigilaran.





”Bien, en las primeras horas de la noche nos deslizamos por una larga garganta hasta la parte más alta del Valle del Mago, junto con los Ents y seguidos por todos los Ucornos susurrantes. Naturalmente, no los veíamos, pero el aire estaba poblado de crujidos. La noche era nublada y muy oscura. Tan pronto como dejaron atrás las colinas, echaron a andar muy rápidamente, haciendo un ruido como de ráfagas huracanadas. La luna no apareció entre las nubes, y poco después de medianoche un bosque de árboles altos rodeaba toda la parte norte de Isengard. No vimos rastros de enemigos ni ningún centinela. Una luz brillaba en una ventana alta de la torre, y nada más.

”Bárbol y algunos otros Ents siguieron avanzando sigilosamente hasta tener a la vista las grandes puertas. Pippin y yo estábamos con él. Íbamos sentados sobre los hombros de Bárbol y yo podía sentir la temblorosa tensión que lo dominaba. Pero aun estando excitados, los Ents pueden ser muy cautos y pacientes. Inmóviles como estatuas de piedra, respiraban y escuchaban.

”Entonces, de repente, hubo una tremenda agitación. Resonaron las trompetas, y los ecos retumbaron en los muros de Isengard. Creímos que nos habían descubierto, y que la batalla iba a comenzar. Pero nada de eso. Toda la gente de Saruman se marchaba. No sé mucho acerca de esta guerra, ni de los Jinetes de Rohan, pero Saruman parecía decidido a exterminar de un solo golpe al rey y a todos sus hombres. Evacuó Isengard. Yo vi partir al enemigo: filas interminables de orcos en marcha; y tropas de orcos montados sobre grandes lobos. Y también batallones de Hombres. Muchos llevaban antorchas, y pude verles las caras a la luz. Casi todos eran hombres comunes, más bien altos y de cabellos oscuros, y de rostros hoscos, aunque no particularmente malignos. Pero otros eran horribles: de talla humana y con caras de trasgos, pálidos, de mirada torva y engañosa. Sabéis, me recordó al instante a aquel sureño de Bree: sólo que el sureño no parecía tan orco como la mayoría de los hombres.

—Yo también pensé en él —dijo Aragorn—. En el Abismo de Helm tuvimos que batirnos con muchos de estos semiorcos. Parece indudable ahora que aquel sureño era un espía de Saruman; pero si trabajaba a las órdenes de los Jinetes Negros, o sólo de Saruman, lo ignoro. Es difícil saber, con esta gente malvada, cuándo están aliados y cuándo se engañan los unos a los otros.

—Bueno, entre los de una y otra especie, debían de ser por lo menos diez mil —dijo Merry—. Tardaron una hora en franquear las puertas. Algunos bajaron por la carretera hacia los Vados, y otros se desviaron hacia el este. Allí, aproximadamente a una milla, donde el lecho del río corre por un canal muy profundo, habían construido un puente. Podríais verlo ahora, si os ponéis de pie. Todos iban cantando con voces ásperas, y reían, y la batahola era horripilante. Pensé que las cosas se presentaban muy negras para Rohan. Pero Bárbol no se movió. Dijo: «Tengo que ajustar cuentas con Isengard esta noche, con piedra y roca».

”Aunque en la oscuridad no podía ver lo que estaba sucediendo, creo que los Ucornos empezaron a moverse hacia el sur, no bien las puertas volvieron a cerrarse. Iban a ajustar cuentas con los orcos, creo. Por la mañana estaban muy lejos, valle abajo; en todo caso había allí una sombra que los ojos no podían penetrar.

”Tan pronto como Saruman hubo despachado a toda la tropa, nos llegó el turno. Bárbol nos puso en el suelo, y subió hasta las arcadas y golpeó las puertas llamando a gritos a Saruman. No hubo respuesta, excepto flechas y piedras desde las murallas. Pero las flechas son inútiles contra los Ents. Los hieren, por supuesto, y los enfurecen: como picaduras de mosquitos. Pero un Ent puede estar todo atravesado de flechas de orcos, como si fuera un alfiletero, sin que esto le cause verdadero daño. Para empezar, no pueden envenenarlos; y parecen tener una piel tan dura y resistente como la corteza de los árboles. Hace falta un pesado golpe de hacha para herirlos gravemente. No les gustan las hachas. Pero se necesitarían muchos hacheros para herir a un solo Ent. Un hombre que ataca a un Ent con un hacha nunca tiene la oportunidad de asestarle un segundo golpe. Un solo puñetazo de un Ent dobla el hierro como si fuese una lata.

”Cuando Bárbol tuvo clavadas unas cuantas flechas, empezó a entrar en calor, a sentir «prisa», como diría él. Emitió un prolongado hum-homy unos doce Ents acudieron a grandes trancos. Un Ent encolerizado es aterrador. Se aferra a las rocas con los dedos de las manos y los pies, y las desmenuza como migajas de pan. Era como presenciar el trabajo de unas grandes raíces de árboles durante centenares de años, todo condensado en unos pocos minutos.