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—Nunca visteis, hm, ningún Ent rondando por allí, ¿no es cierto? —preguntó—. Bueno, no Ents, Ents-mujeres, tendría que decir.

¿Ents-mujeres?—dijo Pippin—. ¿Se parecen a ti?

—Sí, hm, bueno, no: realmente no lo sé —dijo Bárbol, pensativo—. Pero a ellas les hubiera gustado vuestro país, por eso preguntaba.

Bárbol, sin embargo, estaba particularmente interesado en todo lo que se refería a Gandalf, y más interesado aún en lo que hacía Saruman. Los hobbits lamentaron de veras saber tan poco acerca de ellos: sólo unas vagas referencias de Sam a lo que Gandalf había dicho en el Concilio. Pero de cualquier modo era claro que Uglúk y parte de los orcos habían venido de Isengard y que hablaban de Saruman como si fuera el amo de todos ellos.

—¡Hm, hum! —dijo Bárbol, cuando al fin luego de muchas vueltas y revueltas la historia de los hobbits desembocó en la batalla entre los orcos y los jinetes de Rohan—. ¡Bueno, bueno! Un buen montón de noticias, sin ninguna duda. No me habéis dicho todo, no en verdad, y falta bastante. Pero no dudo de que os comportáis como Gandalf hubiera deseado. Algo muy importante está ocurriendo, me doy cuenta, y ya me enteraré cuando sea el momento, bueno o malo. Por las raíces y las ramas, qué extraño asunto. De pronto asoma una gente menuda, que no está en las viejas listas, y he aquí que los Nueve Jinetes olvidados reaparecen y los persiguen, y Gandalf los lleva a un largo viaje, y Galadriel los acoge en Caras Galadon, y los orcos los persiguen de un extremo a otro de las Tierras Ásperas: en verdad parece que los hubiera alcanzado una terrible tormenta. ¡Espero que puedan capear el temporal!

—¿Y qué nos dices de ti? —preguntó Merry.

—Hum, hm, las Grandes Guerras no me preocupan —dijo Bárbol—, ellas conciernen sobre todo a los Elfos y a los Hombres. Es un asunto de Magos: los Magos andan siempre preocupados por el futuro. No me gusta preocuparme por el futuro. No estoy enteramente del ladode nadie, porque nadie está enteramente de mi lado, si me entendéis. Nadie cuida de los bosques como yo, hoy ni siquiera los Elfos. Sin embargo, tengo más simpatía por los Elfos que por los otros: fueron los Elfos quienes nos sacaron de nuestro mutismo en otra época, y esto fue un gran don que no puede ser olvidado, aunque hayamos tomado distintos caminos desde entonces. Y hay algunas cosas, por supuesto, de cuyo lado yo nuncapodría estar: esos... burárum—se oyó otra vez un gruñido profundo de disgusto—, esos orcos, y los jefes de los orcos.

”Me sentí inquieto en otras épocas cuando la sombra se extendía sobre el Bosque Negro, pero cuando se mudó a Mordor, durante un tiempo no me preocupé: Mordor está muy lejos. Pero parece que el viento sopla ahora del este, y no sería raro que muy pronto todos los bosques empezaran a marchitarse. No hay nada que un viejo Ent pueda hacer para impedir la tormenta: tiene que capearla o caer partido en dos.

”¡Pero Saruman! Saruman es un vecino: no puedo descuidarlo. Algo tengo que hacer, supongo. Me he preguntado a menudo últimamente qué puedo hacer con Saruman.

—¿Quién es Saruman? —le preguntó Pippin—. ¿Sabes algo de él?

—Saruman es un Mago —dijo Bárbol—. Más no podría decir. No sé nada de la historia de los Magos. Aparecieron por vez primera poco después que las Grandes Naves llegaran por el Mar; pero ignoro si vinieron con los barcos. Saruman era reconocido como uno de los grandes, creo. Un día, hace tiempo, vosotros diríais que hace mucho tiempo, dejó de ir de aquí para allá y de meterse en los asuntos de los Hombres y los Elfos, y se instaló en Angrenost, o Isengard como lo llaman los Hombres de Rohan. Se quedó muy tranquilo al principio, pero fue haciéndose cada vez más famoso. Fue elegido como cabeza del Concilio Blanco, dicen; pero el resultado no fue de los mejores. Me pregunto ahora si ya entonces Saruman no estaba volviéndose hacia el mal. Pero en todo caso no molestaba demasiado a los vecinos. Yo acostumbraba hablar con él. Hubo un tiempo en que se paseaba siempre por mis bosques. Era cortés en ese entonces, siempre pidiéndome permiso, al menos cuando tropezaba conmigo, y siempre dispuesto a escuchar. Le dije muchas cosas que él nunca hubiera descubierto por sí mismo; pero nunca me lo retribuyó. No recuerdo que llegara a decirme algo. Y así fue transformándose día a día. La cara, tal como yo la recuerdo, y no lo veo desde hace mucho, se parecía al fin a una ventana en un muro de piedra: una ventana con todos los postigos bien cerrados.





”Creo entender ahora en qué anda. Está planeando convertirse en un Poder. Tiene una mente de metal y ruedas, y no le preocupan las cosas que crecen, excepto cuando puede utilizarlas en el momento. Y ahora está claro que es un malvado traidor. Se ha mezclado con criaturas inmundas, los orcos. ¡Brm, hum! Peor que eso: ha estado haciéndoles algo a esos orcos, algo peligroso. Pues esos Isengardos se parecen sobre todo a Hombres de mala entraña. Como otra señal de las maldades que sobrevinieron junto con la Gran Oscuridad, los orcos nunca toleraron la luz del sol; pero estas criaturas de Saruman pueden soportarla, aunque la odien. Me pregunto qué les ha hecho. ¿Son Hombres que Saruman ha arruinado, o ha mezclado las razas de los Hombres y los Orcos? ¡Qué negra perversidad!

Bárbol rezongó un momento, como si estuviera recitando una negra y profunda maldición éntica.

—Hace un tiempo que me sorprendió que los orcos se atreviesen a pasar con tanta libertad por mis bosques —continuó—. Sólo últimamente empecé a sospechar que todo era obra de Saruman, y que había estado espiando mis caminos, y descubriendo mis secretos. Él y esas gentes inmundas hacen estragos ahora, derribando árboles allá en la frontera, buenos árboles. Algunos de los árboles los cortan simplemente y dejan que se pudran; maldad propia de un orco, pero otros los desbrozan y los llevan a alimentar las hogueras de Orthanc. Siempre hay humo brotando en Isengard en estos días.

”¡Maldito sea, por raíces y ramas! Muchos de estos árboles eran mis amigos, criaturas que conocí en la nuez o en el grano; muchos tenían voces propias que se han perdido para siempre. Y ahora hay claros de tocones y zarzas donde antes había avenidas pobladas de cantos. He sido perezoso. He descuidado las cosas. ¡Esto tiene que terminar!

Bárbol se levantó del lecho con una sacudida, se incorporó, y golpeó con la mano sobre la mesa. Las vasijas se estremecieron y lanzaron hacia arriba dos chorros luminosos. En los ojos de Bárbol osciló una luz, como un fuego verde, y la barba se le adelantó, tiesa como una escoba de paja.

—¡Yo terminaré con eso! —estalló—. Y vosotros vendréis conmigo. Quizá podáis ayudarme. De ese modo estaréis ayudando también a esos amigos vuestros, pues si no detenemos a Saruman, Rohan y Gondor tendrán un enemigo detrás y no sólo delante. Nuestros caminos van juntos... ¡hacia Isengard!

—Iremos contigo —dijo Merry—. Haremos lo que podamos.

—Sí —dijo Pippin—. Me gustaría ver la Mano Blanca destruida para siempre. Me gustaría estar allí, aunque yo no sirviera de mucho. Nunca olvidaré a Uglúk y cómo cruzamos Rohan.

—¡Bueno! ¡Bueno! —dijo Bárbol—. Pero he hablado apresuradamente. No tenemos que apresurarnos. Me excité demasiado. Tengo que tranquilizarme y pensar, pues es más fácil gritar ¡basta!, que obligarlos a detenerse.