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—¡Fisgón, fisgón! —siseó—. Hobbits siempre tan amables, sí. ¡Oh, buenos hobbits! Sméagol los trae por caminos secretos que nadie más podría encontrar. Cansado está, sediento, sí, sediento; y los guía y les busca senderos, y ellos le dicen fisgón, fisgón. Muy buenos amigos. Oh, sí, mi tesoro, muy buenos.

Sam sintió un ligero remordimiento, pero no menos desconfianza. —Lo lamento —dijo—. Lo lamento, pero me despertaste bruscamente. Y no tendría que haberme dormido, y por eso me alteré un poco. Pero el señor Frodo está muy cansado, y le pedí que se echara a dormir, y bueno, nada más. Lo lamento. Pero ¿dónde has estado?

—Fisgoneando —dijo Gollum, y el fulgor verde no se le iba de los ojos.

—Oh, está bien —dijo Sam—; ¡como tú quieras! Me imagino que lo que dices no está tan lejos de la verdad. Y ahora, creo que lo mejor será que vayamos a fisgonear todos juntos. ¿Qué hora es? ¿Es hoy o es mañana?

—Es mañana —dijo Gollum—, o sea mañana cuando los hobbits se quedaron dormidos. Muy estúpidos, muy peligroso... si el pobre Sméagol no hubiese fisgoneado vigilando.

—Me temo que pronto estaremos hartos de esa palabra —dijo Sam—. Pero no importa. Despertaré al amo. —Gentilmente echó hacia atrás los cabellos que caían sobre la frente de Frodo e inclinándose sobre él le habló con dulzura—. ¡Despierte, señor Frodo! ¡Despierte!

Frodo se movió y abrió los ojos, y sonrió al ver el rostro de Sam inclinado sobre él. —Me despiertas temprano, ¿eh, Sam? ¡Todavía está oscuro!

—Sí, aquí siempre está oscuro —dijo Sam—. Pero Gollum ha vuelto, señor Frodo, y dice que ya es mañana. Así que nos pondremos en camino. La última etapa.

Frodo respiró profundamente y se sentó.

—¡La última etapa! —dijo—. ¡Hola, Sméagol! ¿Encontraste algo para comer? ¿Descansaste un poco?

—Nada para comer, nada de descanso, nada para el pobre Sméagol —dijo Gollum—. No hace otra cosa que fisgonear.

Sam chasqueó la lengua, pero se contuvo.

—No te pongas calificativos, Sméagol —le dijo Frodo—. No es prudente, así sean verdaderos o falsos.

—Sméagol toma lo que le dan —dijo Gollum—. El nombre se lo puso el amable Maese Samsagaz, ese hobbit que tantas cosas sabe.

Frodo miró a Sam.

—Sí, señor —dijo Sam—. Yo empleé esa palabra, al despertar sobresaltado y todo lo demás. Y al encontrármelo aquí, al lado. Ya le dije que lo lamentaba, pero creo que pronto voy a dejar de lamentarlo.

—Bueno, bueno, a olvidar —dijo Frodo—. Pero me parece, Sméagol, que hemos llegado al final, tú y yo. Dime, ¿podremos encontrar solos el resto del camino? Tenemos el paso a la vista, una vía de acceso, y si podemos encontrarlo, creo que nuestro pacto ha tocado a su fin. Cumpliste con lo que habías prometido, y ahora eres libre: libre de ir a procurarte alimento y reposo, libre de ir a donde más te plazca, excepto en busca de los servidores del Enemigo. Y algún día tal vez podré recompensarte, yo o quienes me recuerden.

—¡No, no, todavía no! —gimió Gollum—. ¡Oh no! No podrán encontrar solos el camino, ¿verdad que no? Oh, seguro que no. Ahora viene el túnel. Sméagol tiene que seguir. Nada de descansar. Nada de comer. ¡Todavía no!





9

EL ANTRO DE ELLA-LARAÑA

Acaso fuera en verdad de día, como lo aseguraba Gollum, pero los hobbits no notaron mayor diferencia, salvo quizá el cielo de una negrura menos impenetrable, semejante a una inmensa bóveda de humo; y en lugar de las tinieblas de la noche profunda, que se demoraba aún en las grietas y en los agujeros, una sombra gris y confusa envolvía como en un sudario el mundo de piedra de alrededor. Prosiguieron la marcha, Gollum al frente y los hobbits uno al lado del otro, cuesta arriba entre los pilares y columnas de roca lacerada y desgastada por la intemperie que flanqueaban la larga hondonada como enormes estatuas informes. No se oía ningún ruido. Un poco más lejos, a una milla o algo así de distancia, había una muralla gris, el último e imponente macizo de roca montañosa. Más alto y sombrío a medida que se acercaban, al fin se alzó sobre ellos impidiéndoles ver todo cuanto se extendía más allá. Sam husmeó el aire.

—¡Puaj! ¡Ese olor! —dijo—. Es insoportable.

Pronto estuvieron bajo la sombra, y vieron allí la boca de una caverna.

—Éste es el camino —dijo Gollum en voz baja—. Por aquí se entra en el túnel. —No dijo el nombre: Torech Ungol, el Antro de Ella-Laraña. Un hedor repugnante salía del agujero, no el nauseabundo olor a podredumbre de los prados de Morgul, sino un tufo fétido y penetrante, como si allí, en la oscuridad, hubiesen acumulado montones de inmundicias.

—¿Éste es el único camino? —preguntó Frodo.

—Sí, sí —fue la respuesta—. Sí, ahora tenemos que tomar este camino.

—¿Quieres decir que ya estuviste en este agujero? —preguntó Sam—. ¡Puaj! Pero quizá a ti no te preocupan los malos olores.

Los ojos de Gollum relampaguearon.

—Él no sabe lo que a nosotros nos preocupa, ¿verdad, tesoro? No, no, no lo sabe. Pero Sméagol puede soportar muchas cosas. Sí. Ya ha pasado antes por aquí. Oh sí, ha ido hasta el otro lado. Es el único camino.

—Y qué es lo que produce el olor, me pregunto —dijo Sam—. Es como... Bueno, prefiero no decirlo. Una infecta cueva de orcos, apuesto, repleta de inmundicias de los últimos años.

—Bueno —dijo Frodo—, orcos o no, si es el único camino, tendremos que ir por él.

Tomaron aliento y entraron en la caverna. A los pocos pasos se encontraron en la tiniebla más absoluta e impenetrable. Desde que recorrieran los pasadizos sin luz de Moria, Frodo y Sam no habían visto oscuridad semejante: la de aquí les parecía, si era posible, más densa y más profunda. Allá en Moria, había ráfagas de aire, y ecos, y cierta impresión de espacio. Aquí, el aire pesaba, estancado, inmóvil, y los ruidos morían, sin ecos ni resonancias. Caminaban en un vapor negro que parecía engendrado por la oscuridad misma, y que cuando era inhalado producía una ceguera, no sólo visual sino también mental, borrando así de la memoria todo recuerdo de forma, de color y de luz. Siempre había sido de noche, siempre sería de noche, y todo era noche.

Durante un tiempo, sin embargo, no se les durmieron los sentidos; por el contrario, la sensibilidad de los pies y las manos había aumentado tanto al principio que era casi dolorosa. La textura de las paredes, para sorpresa de los hobbits, era lisa, y el suelo, salvo uno que otro escalón, recto y uniforme, ascendiendo siempre en la misma pendiente empinada. El túnel era alto y ancho, tan ancho que aunque los hobbits caminaban de frente y uno al lado del otro, rozando apenas las paredes laterales con los brazos extendidos, estaban separados, aislados en la oscuridad.