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Un fuego le brilló un instante en los ojos.

—Dejadme en paz —dijo—. No en vano consagré largos años al estudio de estas cosas. Vosotros mismos os habéis condenado, y lo sabéis, y en mi vida errante será para mí un gran consuelo pensar que al destruir mi casa también habéis destruido la vuestra. Y ahora ¿qué nave os llevará a la otra orilla a través de un mar tan ancho? —se burló—. Será una nave gris, y con una tripulación de fantasmas.

Se echó a reír, pero la voz era cascada y desagradable.

—¡Levántate, idiota! —le gritó al otro mendigo, que se había sentado en el suelo, y lo golpeó con el bastón—. ¡Media vuelta! Si esta noble gente va en nuestra misma dirección, nosotros cambiaremos de rumbo. ¡Muévete, o te quedarás sin el pan duro de la cena!

El mendigo dio media vuelta y pasó junto a él encorvado y gimoteando. —¡Pobre viejo Grima! ¡Pobre viejo Grima! Siempre castigado y maldecido. ¡Cuánto lo odio! ¡Ojalá pudiera abandonarlo!

—¡Abandónalo entonces! —dijo Gandalf.

Pero Lengua de Serpiente, con los ojos sanguinolentos y aterrorizados, echó una breve mirada a Gandalf, y luego, arrastrando los pies rápidamente fue detrás de Saruman. Y cuando los dos miserables pasaban junto a la compañía, vieron a los hobbits, y Saruman se detuvo y les clavó los ojos, pero ellos lo miraron con piedad.

—¿Así que también vosotros habéis venido a regodearos, mis alfeñiques? No os preocupa lo que le falta a un mendigo, ¿no? Porque tenéis todo cuanto queréis, comida y espléndidos vestidos, y la mejor hierba para vuestras pipas. ¡Oh sí, lo sé! Sé de dónde proviene. ¿No le daríais a un mendigo lo suficiente para llenar una pipa, no lo haríais?

—Lo haría, si tuviese —dijo Frodo.

—Puedes quedarte con toda la que me queda —dijo Merry entonces—, si esperas un momento. —Se apeó del caballo y buscó en la alforja de la montura. Luego le extendió a Saruman un saquito de cuero—. Quédate con todo lo que hay —dijo—. Te lo cedo gustoso; la encontré entre los despojos de Isengard.

—¡Mía, mía, sí y a buen precio la compré! —gritó Saruman, arrebatándole la tabaquera—. Esto no es más que una restitución simbólica; porque tomaste mucho más, estoy seguro. De todos modos, un mendigo ha de estar agradecido, cuando un ladrón le devuelve siquiera una migaja de lo que le pertenece. Bien, te servirá de escarmiento si al volver a tu tierra, encuentras que las cosas no marchan tan bien como a ti te gustaría en la Cuaderna del Sur. ¡Ojalá por largo tiempo escasee la hierba en tu país!

—¡Gracias! —dijo Merry—. En ese caso quiero que me devuelvas mi tabaquera, que no es tuya y ha viajado conmigo mucho y muy lejos. Envuelve la hierba en uno de tus harapos.

—A ladrón, ladrón y medio —dijo Saruman, volviéndole la espalda a Merry; y dándole un puntapié a Lengua de Serpiente, se alejó en dirección al bosque.

—¡Bueno, lo que faltaba! —dijo Pippin—. ¡Ladrón! ¿Y qué indemnización tendríamos que reclamar nosotros por haber sido emboscados, heridos, y llevados a la rastra por los orcos a través de Rohan?





—¡Ah! —dijo Sam—. Y dijo la compré. ¿Cómo? me pregunto. Y no me gustó nada lo que dijo de la Cuaderna del Sur. Es hora de que volvamos.

—Por cierto que sí —dijo Frodo—. Pero no podremos llegar más rápido, si antes vamos a ver a Bilbo. Pase lo que pase, yo iré primero a Rivendel.

—Sí, creo que sería lo mejor —dijo Gandalf—. Pero ¡pobre Saruman! Temo que ya no se pueda hacer nada por él. No es más que una piltrafa. A pesar de todo, no estoy seguro que Bárbol esté en lo cierto: sospecho que aún es capaz de un poco de maldad mezquina y en menor escala.

Al día siguiente se internaron en las Tierras Brunas septentrionales, una región ahora deshabitada aunque verde y apacible. Septiembre llegó con días dorados y noches de plata; y cabalgaron tranquilos hasta llegar al Río de los Cisnes, y encontraron el antiguo vado, al este de las cascadas que se precipitaban en los bajíos. A lo lejos hacia el oeste, se extendían las marismas y los islotes envueltos en niebla, y el río que serpenteaba entre ellos para ir a volcarse en el Aguada Gris; allí entre los juncales había muchos cisnes.

Así entraron en Eregion, y por fin una mañana hermosa centelleó sobre las brumas; desde el campamento que habían levantado en una colina baja, los viajeros vieron a lo lejos en el este tres picos que se erguían a la luz del sol entre nubes flotantes: Caradhras, Celebdil y Fanuidhol. Estaban llegando a las cercanías de las Puertas de Moria.

Allí se demoraron siete días, porque se acercaba otra separación que era penosa para todos. Pronto Celeborn y Galadriel y su gente se encaminarían al este, y pasando por la Puerta del Cuerno Rojo descenderían la Escalera del Arroyo Sombrío hasta llegar al Cauce de Plata y a Lothlórien. Habían hecho aquella larga travesía por los caminos del oeste, porque tenían muchas cosas de que hablar con Elrond y con Gandalf, quienes se quedaron allí con ellos varios días. A menudo, cuando hacía ya un rato que los hobbits dormían profundamente, se sentaban todos juntos a la luz de las estrellas y rememoraban tiempos idos y las alegrías y tristezas que habían conocido en el mundo, o celebraban consejo, cambiando ideas acerca de los tiempos por venir. Si por azar hubiese pasado por allí algún caminante solitario, poco habría visto u oído, y le habría parecido ver sólo figuras grises, esculpidas en piedra, en memoria de cosas de otros tiempos y ahora perdidas en tierras deshabitadas. Porque estaban inmóviles, y no hablaban con los labios, y se comunicaban con la mente; sólo los ojos brillantes se movían y se iluminaban, a medida que los pensamientos iban y venían.

Pero al cabo todo quedó dicho, y de nuevo se separaron por algún tiempo, hasta que llegase la hora de la desaparición de los Tres Anillos. Envuelta en los mantos grises, la gente de Lórien cabalgó hacia las montañas, y se desvaneció rápidamente entre las piedras y las sombras; y los que iban camino a Rivendel continuaron mirando desde la colina, hasta que un relámpago centelleó en la bruma creciente, y ya no vieron nada más. Y Frodo supo que Galadriel había levantado el anillo en señal de despedida.

Sam volvió la cabeza y suspiró: —¡Cuánto me gustaría volver a Lórien!

Por fin un día atravesaron los altos páramos, y de improviso, como les parecía siempre a los viajeros, llegaron a la orilla del profundo valle de Rivendel, y abajo, a lo lejos, vieron brillar las lámparas en la casa de Elrond. Y descendieron, y cruzaron el puente, y llegaron a las puertas, y la casa entera resplandecía de luz y había cantos de alborozo por el regreso de Elrond.

Ante todo, antes de comer o de lavarse y hasta de quitarse las capas, los hobbits fueron en busca de Bilbo. Lo encontraron solo en la pequeña alcoba, atiborrada de papeles y plumas y lápices. Pero Bilbo estaba sentado en una silla junto a un fuego pequeño y chisporroteante. Parecía viejísimo, pero tranquilo. Y dormitaba.

Abrió los ojos y los miró cuando entraron.

—¡Hola, hola! —exclamó—. ¿Así que estáis de vuelta? Y mañana, además, es mi cumpleaños. ¡Qué oportunos! ¿Sabéis una cosa? ¡Cumpliré ciento veintinueve! Y en un año más, si duro, tendré la edad del Viejo Tuk. Me gustaría ganarle; pero ya veremos.