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Después de la celebración del cumpleaños de Bilbo los cuatro hobbits permanecieron unos días más en Rivendel, casi siempre en compañía del viejo amigo, que ahora se pasaba la mayor parte del tiempo en su cuarto, salvo las horas de las comidas, para las cuales seguía siendo muy puntual, pues rara vez dejaba de despertarse a tiempo. Sentados alrededor del fuego le contaron por turno todo cuanto podían recordar de los viajes y aventuras. Al principio Bilbo simuló tomar unas notas; pero a menudo se quedaba dormido, y cuando despertaba solía decir: «¡Qué espléndido! ¡Qué maravilla! Pero ¿por dónde íbamos?» Entonces retomaban la historia a partir del instante en que Bilbo había empezado a cabecear.

La única parte que en verdad pareció mantenerlo despierto y atento fue el relato de la coronación y la boda de Aragorn.

—Estaba invitado a la boda, por supuesto —dijo—. Y tiempo hacía que la esperaba. Pero no sé cómo, cuando llegó el momento, me di cuenta de que tenía tanto que hacer aquí. ¡Y preparar la maleta es tan fastidioso!

Pasaron casi dos semanas y un día Frodo al mirar por la ventana vio que durante la noche había caído escarcha y las telarañas parecían redes blancas. Entonces supo de golpe que había llegado el momento de partir y de decirle adiós a Bilbo. El tiempo continuaba hermoso y sereno, después de uno de los veranos más maravillosos de que la gente tuviese memoria; pero había llegado octubre y el aire pronto cambiaría y una vez más comenzarían las lluvias y los vientos. Y aún les quedaba un largo camino por delante. Sin embargo, no era el temor al mal tiempo lo que preocupaba a Frodo. Tenía una impresión como de apremio, de que era hora de regresar a la Comarca. Sam sentía lo mismo, pues la noche anterior le había dicho:

—Bueno, señor Frodo, hemos viajado mucho y lejos, y hemos visto muchas cosas; pero no creo que hayamos conocido un lugar mejor que éste. Hay un poco de todo aquí, si usted me entiende: la Comarca y el Bosque de Oro y Gondor y las casas de los Reyes y las tabernas y las praderas y las montañas todo junto. Y sin embargo, no sé por qué pienso que convendría partir cuanto antes. Estoy preocupado por el Tío, si he de decirle la verdad.

—Sí, un poco de todo, Sam, excepto el Mar —había respondido Frodo; y ahora repetía para sus adentros—: Excepto el Mar.

Ese día Frodo habló con Elrond, y quedó convenido que partirían a la mañana siguiente. Para alegría del hobbit, Gandalf dijo: —Creo que yo también iré. Hasta Bree al menos. Quiero ver a Mantecona.

Por la noche fueron a despedirse de Bilbo.

—Y bien, si tenéis que marcharos, no hay más que hablar —dijo—. Lo siento. Os echaré de menos. De todos modos es bueno saber que andaréis por las cercanías. Pero me caigo de sueño.

Entonces le regaló a Frodo la cota de mithril y Dardo, olvidando que se las había regalado antes, y también tres libros de erudición que había escrito en distintas épocas, garrapateados de su puño y letra, y que llevaban en los lomos rojos el siguiente título: Traducciones del Élfico por B.B.

A Sam le regaló un saquito de oro. —Casi el último vestigio del botín de Smaug —dijo—. Puede serte útil, si piensas en casarte. —Sam se sonrojó.

”A vosotros no tengo nada que daros, jóvenes amigos —les dijo a Merry y Pippin—, excepto buenos consejos. —Y cuando les hubo dado una buena dosis, agregó uno final, según la usanza de la Comarca:— No dejéis que vuestras cabezas se vuelvan más grandes que vuestros sombreros. ¡Pero si no paráis pronto de crecer, los sombreros y las ropas os saldrán muy caros!

—Pero si usted quiere ganarle en años al Viejo Tuk —dijo Pippin—, no veo por qué nosotros no podemos tratar de ganarle a Toro Bramador.

Bilbo se echó a reír, y sacó de un bolsillo dos hermosas pipas de boquilla de nácar y guarniciones de plata labrada. —¡Pensad en mí cuando fuméis en ellas! —dijo—. Los Elfos las hicieron para mí, pero ya no fumo. —Y de pronto cabeceó y se adormeció un rato, y cuando despertó dijo:— A ver, ¿por dónde íbamos? Sí, claro, entregando los regalos. Lo que me recuerda: ¿qué fue de mi anillo, Frodo, el que tú te llevaste?

—Lo perdí, Bilbo querido —dijo Frodo—. Me deshice de él, tú sabes.





—¡Qué lástima! —dijo Bilbo—. Me hubiera gustado verlo de nuevo. ¡Pero no, qué tonto soy! Si a eso fuiste, a deshacerte de él, ¿no? Pero todo es tan confuso, pues se han sumado tantas otras cosas: los asuntos de Aragorn, y el Concilio Blanco, y Gondor, y los Jinetes, y los Hombres del Sur, y los olifantes..., ¿de veras viste uno, Sam?; y las cavernas y las torres y los árboles dorados y vaya a saber cuántas otras cosas.

”Es evidente que yo volví de mi viaje por un camino demasiado recto. Gandalf hubiera podido pasearme un poco más. Pero entonces la subasta habría terminado antes que yo volviera, y entonces habría tenido más contratiempos aún. De todos modos ahora es demasiado tarde; y la verdad es que creo que es mucho más cómodo estar sentado aquí y oír todo lo que pasó. El fuego es muy acogedor aquí, y la comida es muy buena, y hay Elfos si quieres verlos. ¿Qué más puedes pedir?

El Camino sigue y sigue

desde la puerta.

El Camino ha ido muy lejos,

y que otros lo sigan si pueden.

Que ellos emprendan un nuevo viaje,

pero yo al fin con pies fatigados

me volveré a la taberna iluminada,

al encuentro del sueño y el reposo.

Y mientras murmuraba las palabras finales, la cabeza le cayó sobre el pecho y se quedó dormido.

La noche se adentró en la habitación, y el fuego chisporroteó más brillante; y al mirar a Bilbo dormido lo vieron sonreír. Permanecieron un rato en silencio; y entonces Sam, mirando alrededor y las sombras que se movían en las paredes, dijo con voz queda: —No creo, señor Frodo, que haya escrito mucho mientras estábamos fuera. Ya nunca escribirá nuestra historia.

En eso Bilbo abrió un ojo, casi como si hubiese oído. Y de pronto se despertó.

—Ya lo veis, me he vuelto tan dormilón —dijo—. Y cuando tengo tiempo para escribir, sólo me gusta escribir poesía. Me pregunto, Frodo, querido amigo, si no te importaría poner un poco de orden en mis cosas antes de marcharte. Recoger todas mis notas y papeles, y también mi diario, y llevártelos, si quieres. Te das cuenta, no tengo mucho tiempo para seleccionar y ordenar y todo lo demás. Que Sam te ayude, y cuando hayáis puesto las cosas en su sitio, volved, y les echaré una ojeada. No seré demasiado estricto.

—¡Claro que lo haré! —dijo Frodo—. Y volveré pronto, por supuesto: ya no habrá peligro. Ahora hay un verdadero rey, y pronto pondrá los caminos en condiciones.