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—Y nunca hasta ahora un Enano había derrotado a un Elfo en un torneo de elocuencia —añadió—. ¡Pero ahora iremos a Fangorn e igualaremos los tantos!

Partiendo del Valle del Bajo cabalgaron hasta Isengard, y allí vieron los asombrosos trabajos que habían llevado a cabo los Ents. El círculo de piedras había desaparecido, y las tierras antes cercadas se habían transformado en un jardín de árboles y huertas, y por él corría un arroyo, pero en el centro había un lago de agua clara, y allí se levantaba aún, alta e inexpugnable, la Torre de Orthanc, y la roca negra se reflejaba en el estanque.

Los viajeros se sentaron a descansar en el sitio en que antes se alzaban las antiguas puertas de Isengard; allí se erguían ahora dos árboles altos, como centinelas a la entrada del sendero bordeado de vegetación que conducía a Orthanc; y contemplaron con admiración los trabajos, pero no vieron un alma viviente, ni cerca ni lejos. Pronto sin embargo oyeron una voz que llamaba huum-hoom, humhoon, y de improviso Bárbol les salió al encuentro, caminando a grandes trancos; y con él venía Ramaviva.

—¡Bienvenidos al Patio del Árbol de Orthanc! —exclamó—. Supe que veníais, pero estaba atareado en lo alto del valle; todavía queda mucho por hacer. Pero por lo que he oído, vosotros tampoco habéis estado ociosos allá en el sur y en el oeste; y todo cuanto ha llegado a mis oídos es bueno, buenísimo.

Y Bárbol ensalzó las hazañas de todos, de las que parecía estar perfectamente enterado; por fin hizo una pausa y miró largamente a Gandalf.

—¡Y bien, veamos! —dijo—. Has demostrado ser el más poderoso, y todas tus empresas han concluido bien. Mas ¿adónde irás ahora? ¿Y a qué has venido aquí?

—A ver cómo marchan tus trabajos, amigo mío —respondió Gandalf—, y a agradecerte tu ayuda en todo lo que se ha conseguido.

Huum, bien, me parece muy justo —dijo Bárbol—, pues es indiscutible que también los Ents desempeñaron un papel en todo esto. Y no sólo dándole su merecido a ese... huum... ese mata-árboles maldito que vivía aquí. Porque tuvimos una gran invasión de esos... burárum... esos ojizainos, maninegros, patituertos, lapidíficos, manilargos, carroñosos, sanguinosos, morimaitre-sincahonda, huum, bueno, puesto que sois gente que vive de prisa, y el nombre completo es largo como años de tormento, esos gusanos de los orcos llegaron remontando el Río, y descendiendo del norte, y rodearon el bosque de Laurelindórenan, pero no pudieron entrar gracias a los Grandes aquí presentes.

Se inclinó ante el Señor y la Dama de Lórien.

”Y esas criaturas abominables quedaron más que estupefactas al vernos en la Floresta, pues nunca habían oído hablar de nosotros; aunque lo mismo puede decirse de alguna gente más honorable. Y no habrá muchos que nos recuerden, porque tampoco fueron muchos los que escaparon con vida, y a la mayoría se los llevó el Río. Pero fue una suerte para vosotros, porque si no nos hubieras encontrado, el Rey de las praderas no habría llegado muy lejos, y si hubiera podido hacerlo, no habría tenido un hogar a donde regresar.

—Lo sabemos muy bien —dijo Aragorn—, y es algo que ni en Minas Tirith ni en Edoras se olvidará jamás.

Jamás—dijo Bárbol— es una palabra demasiado larga hasta para mí. Mientras perduren vuestros reinos, querrás decir; y mucho tendrán que perdurar por cierto para que les parezcan largos a los Ents.

—La Nueva Edad comienza —dijo Gandalf—, y en ella bien puede ocurrir que los reinos de los Hombres te sobrevivan, Fangorn, amigo mío. Mas, dime ahora una cosa: ¿qué fue de la tarea que te encomendé? ¿Cómo está Saruman? ¿No se ha hastiado aún de Orthanc? No creo que piense que has mejorado el panorama que se ve desde su ventana.

Bárbol clavó en Gandalf una mirada larga, casi astuta, pensó Merry.

—Ah —dijo Bárbol—. Me imaginé que llegarías a eso. ¿Hastiado de Orthanc? Más que hastiado, al final; pero no tan hastiado de la torre como de mi voz. ¡Huum!Me oyó unos largos sermones, o al menos lo que consideraríais largos en vuestra habla.





—¿Entonces por qué se quedó a escucharlos? ¿Has entrado en Orthanc? —preguntó Gandalf.

Huum, no, no en Orthanc —dijo Bárbol—. Pero se asomaba a la ventana y escuchaba, porque sólo así podía enterarse de alguna noticia y detestaba oírme, lo consumía la ansiedad; y te aseguro que las escuchó, todas y bien. Pero agregué muchas cosas, para que reflexionara. Al final estaba muy cansado. Siempre tenía prisa, y esa fue su ruina.

—Observo, mi buen Fangorn —dijo Gandalf—, que pones cuidado en decir vivía, fue, estaba. ¿Por qué no en presente? ¿Acaso ha muerto?

—No, no ha muerto, hasta donde yo sé —dijo Bárbol—. Pero se ha marchado. Sí, se fue hace siete días. Lo dejé partir. Poco quedaba de él cuando salió arrastrándose, y en cuanto a esa especie de serpiente que lo acompañaba, era como una sombra pálida. Ahora no vengas a decirme, Gandalf, que te prometí retenerlo encerrado; pues ya lo sé. Pero las cosas han cambiado desde entonces. Y lo mantuve encerrado hasta que yo mismo tuve la certeza de que ya no podía causar nuevos males. Tú no puedes ignorar que lo que más detesto es ver enjaulados a los seres vivos; ni aun a criaturas como ésta tendría yo encerradas, excepto en casos de extrema necesidad. Una serpiente desdentada puede arrastrarse por donde quiera.

—Quizá tengas razón —dijo Gandalf—, pero creo que a esta víbora aún le queda un diente. Tenía el veneno de la voz, y sospecho que te persuadió, aun a ti, Bárbol, pues conocía tu lado flaco. Y bien, ahora se ha ido, y no hay más que hablar. Pero la Torre de Orthanc vuelve a manos del Rey, a quien pertenece. Aunque quizá no llegue a necesitarla.

—Eso se verá más adelante —dijo Aragorn—. Pero todo este valle lo doy a los Ents para que hagan con él lo que deseen, siempre y cuando vigilen la Torre de Orthanc y se aseguren de que nadie penetre en ella sin mi autorización.

—Está cerrada —dijo Bárbol—. Obligué a Saruman a que la cerrara y me entregara las llaves. Ramaviva las tiene.

Ramaviva se inclinó como un árbol combado por el viento y entregó a Aragorn dos grandes llaves negras muy trabajadas, unidas por una argolla de acero.

—Ahora os doy nuevamente las gracias —dijo Aragorn—, y os digo adiós. Ojalá vuestro bosque crezca y prospere otra vez en paz. Y cuando hayáis colmado este valle, al oeste de las montañas, donde ya habitasteis en otros tiempos, habrá aún mucho espacio libre.

El rostro de Bárbol se entristeció.

—Las florestas pueden crecer —dijo—, los bosques pueden prosperar, pero no los Ents. No tenemos hijos Ents.

—Sin embargo, quizá ahora vuestra búsqueda tenga un nuevo sentido —dijo Aragorn—. Se os abrirán tierras en el Este que durante largo tiempo permanecieron cerradas.

Pero Bárbol meneó la cabeza y dijo: —Queda lejos. Y en estos tiempos hay demasiados Hombres por allá. ¡Pero estoy olvidando la hospitalidad y la cortesía! ¿Queréis quedaros y descansar un rato? ¿Y acaso a algunos os agradaría atravesar el Bosque de Fangorn y acortar así el camino de regreso? —Y miró a Celeborn y a Galadriel.