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No obstante, por la mañana Thráin se les presentó. Tenía un ojo cegado sin cura posible y estaba cojo a causa de una herida en la pierna; pero dijo: —¡Bien! Obtuvimos la victoria. ¡Khazad-dûm es nuestra!

Entonces ellos respondieron: —Puede que seas el Heredero de Durin, pero aun con un solo ojo tendrías que ver más claro. Libramos esta batalla por venganza y venganza nos hemos tomado. Aunque no tiene nada de dulce. Nuestras manos son demasiado pequeñas y la victoria se nos escapa si esto es una victoria.

Y los que no pertenecían al Pueblo de Durin dijeron también: —Khazad-dûm no era la casa de nuestros Padres. ¿Qué significa para nosotros a no ser la esperanza de obtener un tesoro? Pero ahora, si hemos de retirarnos sin recompensa ni la indemnización que se nos debe, cuanto antes volvamos a nuestras propias tierras, tanto mejor.

Entonces Thráin se volvió a Dáin y dijo: —¿Me abandonará mi propio pueblo?

—No —dijo Dáin—. Tú eres el padre de nuestro Pueblo, y hemos sangrado por ti, y sangraríamos otra vez. Pero no entraremos en Khazad-dûm. Tú no entrarás en Khazad-dûm. Sólo yo he mirado a través de la sombra de las Puertas. Más allá de la sombra te espera todavía el Daño de Durin. El mundo ha de cambiar y algún otro poder que no es el nuestro ha de acudir antes que el Pueblo de Durin llegue a entrar en Moria otra vez.

Así fue que después de Azanulbizar los Enanos se dispersaron de nuevo. Pero primero, con gran trabajo, despojaron a todos sus muertos para que no vinieran los Orcos y les sacaran las armas y cotas de malla. Se dice que todos los Enanos que abandonaron el campo de batalla iban agobiados bajo un gran peso. Luego levantaron muchas piras y quemaron todos los cuerpos de sus parientes. Hubo muchos árboles derribados en el valle, que en adelante quedó desnudo, y las emanaciones de la quema se vieron desde Lórien 49.

Cuando de los terribles fuegos quedaron cenizas, los aliados volvieron a sus propios países, y Dáin Pie de Hierro condujo al pueblo de Náin de regreso a las Colinas de Hierro. Entonces, de pie junto a los restos de la gran hoguera, Thráin le dijo a Thorin Escudo de Roble: —¡Algunos pensarán que esta cabeza se pagó cara! Cuando menos, hemos dado nuestro reino por ella. ¿Volverás conmigo al yunque? ¿O mendigarás tu pan en puertas orgullosas?

—Al yunque —respondió Thorin—. El martillo por lo menos mantendrá los brazos fuertes hasta que puedan blandir otra vez instrumentos más afilados.





De modo que Thráin y Thorin, con los que quedaban de sus seguidores (entre los que se contaban Balin y Glóin), volvieron a las Tierras Brunas, y poco después se mudaron y erraron por Eriador, hasta que levantaron un hogar en el exilio al este de las Ered Luin, más allá del Lune. De hierro era la mayor parte de las cosas que forjaron en aquellos días, pero en cierto modo prosperaron, y poco a poco fueron creciendo en número 50. Pero, como había dicho Thrór, el Anillo necesitaba oro para hacer oro, y de ese o de cualquier otro metal precioso tenían muy poco o nada.

De este Anillo algo ha de decirse aquí. Los Enanos del Pueblo de Durin pensaban que era el primero de los Siete en haber sido forjado; y dicen que le fue dado al Rey de Khazad-dûm, Durin III, por los herreros élficos, y no por Sauron, aunque sin la menor duda había puesto en él un poder maligno, pues había ayudado en la forja de todos los Siete. Pero los poseedores del Anillo no lo exhibían ni hablaban de él, y rara vez lo cedían en tanto no sintieran que se acercaba la muerte, para que otros no supiesen dónde se guardaba. Algunos creían que había quedado en Khazad-dûm, en las tumbas secretas de los reyes, si no había sido descubierto y robado; pero entre la parentela del Heredero de Durin se creía (erróneamente) que Thrór lo había llevado puesto cuando regresara allí de prisa. Qué había sido entonces de él, lo ignoraban. No fue encontrado en el cuerpo de Azog 51.

No obstante, como los Enanos creen ahora, es posible que Sauron hubiera descubierto con sus artes quién tenía este Anillo, el último, y que los singulares infortunios de los herederos de Durin fueran en gran parte consecuencia de la malicia de Sauron. Porque por este medio no era posible corromper a los Enanos. El único poder que los Anillos tuvieron sobre ellos fue el de poner en sus corazones la codicia del oro y otras cosas preciosas, de modo que si les faltaban, todo otro bien les parecía desdeñable, y se llenaban de cólera y de deseos de venganza contra quienes los privaban de ellas. Pero desde un principio fueron hechos de una especie que resistía con firmeza cualquier clase de dominio. Aunque podían ser muertos o quebrantados, no era posible reducirlos a sombras esclavizadas a otra voluntad; y por la misma razón ningún Anillo afectó sus vidas, ni hizo que fueran más largas o más cortas. Y por eso Sauron los odió todavía más, y más deseó quitarles lo que tenían.

Fue quizá en parte a causa de la malicia del Anillo que Thráin, al cabo de algunos años, se sintió inquieto y descontento. No pensaba en otra cosa que en el oro. Por fin, cuando ya no pudo soportarlo, volvió sus pensamientos a Erebor, y decidió regresar. No dijo nada a Thorin del peso que tenía en el corazón; se despidió y partió junto con Balin y Dwalin y unos pocos más.

Poco se sabe de lo que le sucedió luego. Parecería ahora que tan pronto como se puso en camino, los emisarios de Sauron le dieron caza. Los lobos lo persiguieron, los Orcos le tendieron emboscadas, unos pájaros malvados arrojaron sombra sobre su camino, y cuanto más intentaba ir hacia el norte, tantos más infortunios se lo impedían. Hubo una noche oscura en que él y sus compañeros andaban de un lado a otro más allá del Anduin, y por causa de una lluvia negra se vieron obligados a buscar refugio bajo los árboles del Bosque Negro. A la mañana Thráin había desaparecido, y sus compañeros lo llamaron en vano. Lo buscaron durante muchos días hasta que por fin, perdida toda esperanza, partieron y volvieron junto a Thorin. Sólo mucho después se supo que Thráin había sido atrapado vivo y llevado a las mazmorras de Dol Guldur. Allí recibió tormento y le arrebataron el Anillo, y allí por fin murió.

De este modo Thorin Escudo de Roble se convirtió en el Heredero de Durin, pero heredero sin esperanzas. Cuando Thráin se perdió, tenía noventa y cinco años, un gran enano de orgulloso porte, pero parecía contento en Eriador. Allí trabajó mucho tiempo y traficó y almacenó riquezas; y la población aumentó con la llegada de muchos miembros errantes del Pueblo de Durin, que cuando oyeron decir que estaba en el Oeste, acudieron a él. Ahora tenían hermosas estancias en las montañas y almacenes de bienes, y sus días no parecían tan duros, aunque en sus canciones hablaban siempre de la distante Montaña Solitaria.

Los años se prolongaron. Los rescoldos en el corazón de Thorin volvieron a llamear mientras meditaba en los males de su Casa y en la herencia que le había tocado: la venganza contra el Dragón. Pensaba en armas y en ejércitos y en alianzas, mientras el gran martillo resonaba sobre el yunque; pero los ejércitos se habían dispersado y las alianzas estaban rotas y el pueblo tenía pocas hachas; y un gran odio sin esperanza ardía en él, mientras golpeaba el hierro rojo sobre el yunque.