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No dijo adónde iba. Quizá la edad y el infortunio y el mucho meditar sobre el pasado esplendor de Moria lo habían enloquecido un poco; o, quizá el Anillo estaba volcándose hacia el mal ahora que su amo había despertado, y llevaba a la locura y la destrucción. Desde las Tierras Brunas, donde estaba viviendo entonces, fue hacia el norte con Nár, y cruzaron el Paso del Cuerno Rojo y descendieron a Azanulbizar.

Cuando Thrór llegó a Moria, las Puertas estaban abiertas. Nár le rogó que tuviera cuidado, pero él no le hizo ningún caso, y entró orgullosamente como un heredero que retorna. Pero no volvió. Nár se quedó un tiempo en las cercanías, escondido. Un día oyó un fuerte grito y el sonido de un cuerno, y un cuerpo fue arrojado a la escalinata. Temiendo que fuera Thrór, empezó a acercarse arrastrándose, pero de dentro de las puertas salió una voz:

—¡Ven, barbudo! Podemos verte. Pero hoy no es necesario que tengas miedo. Te precisamos como mensajero.

Entonces Nár se aproximó y vio en efecto que era el cuerpo de Thrór, pero tenía la cabeza seccionada y la cara vuelta hacia abajo. Y al arrodillarse allí, oyó la risa de un Orco y la voz dijo:

—Si los mendigos no aguardan a la puerta y se escurren dentro intentando robar, eso es lo que les hacemos. Si alguno de los vuestros mete aquí otra vez sus inmundas barbas, recibirá el mismo tratamiento. ¡Ve y dilo! Pero si su familia desea saber quién es ahora el rey aquí, el nombre está escrito en su cara. ¡Yo lo escribí! ¡Yo lo maté! ¡Yo soy el amo!

Entonces Nár dio vuelta la cabeza de Thrór y vio marcado en runas de los Enanos, de modo que él podía leerlo, el nombre AZOG. Ese nombre quedó marcado desde entonces en el corazón de Nár y en el de todos los Enanos. Nár se inclinó para recoger la cabeza, pero la voz de Azog 47dijo:

—¡Déjala caer! ¡Lárgate! Ahí tienes tu paga, mendigo barbado. —Un pequeño saco golpeó a Nár. Contenía unas pocas monedas de escaso valor.

Llorando, Nár huyó por el Cauce de Plata abajo; pero miró una vez atrás, y vio que por las puertas habían salido unos Orcos que estaban despedazando el cuerpo y arrojando los trozos a los cuervos negros.

Ésa fue la historia que Nár le contó a Thráin; y cuando Nár lloró y se mesó las barbas, él guardó silencio. Siete días se quedó sentado sin hablar. Por último, se puso de pie y dijo:

—¡No es posible soportarlo! —Ése fue el principio de la Guerra de los Enanos y los Orcos, que fue larga y mortal, y se libró casi toda ella en sitios profundos bajo tierra.





Thráin sin demora envió mensajeros con la historia al norte, al este y al oeste; pero transcurrieron tres años antes que las fuerzas de los Enanos estuvieran preparadas. El Pueblo de Durin reunió a todas sus huestes y a ellas se unieron las grandes fuerzas enviadas por las Casas de otros Padres; porque estaban coléricos a causa de este agravio al heredero del Mayor de la raza. Cuando todo estuvo dispuesto, atacaron y saquearon una por una todas las fortalezas de los Orcos que pudieron encontrar, desde Gundabad hasta los Gladios. Ambos bandos fueron implacables, y hubo muerte y hechos de crueldad de noche y de día. Pero los Enanos obtuvieron la victoria por su fuerza y por sus armas sin par y por el fuego de su furia mientras buscaban a Azog en cada escondrijo bajo la montaña.

Por fin todos los Orcos que huían delante de ellos se reunieron en Moria, y la persecución llevó las huestes de los Enanos a Azanulbizar. Era ése un gran valle que se extendía entre los brazos de las montañas en torno al lago de Kheled-zâram y había sido antaño parte del reino de Khazad-dûm. Cuando los Enanos vieron las puertas de sus antiguas mansiones sobre la ladera de la montaña, lanzaron un gran grito que resonó como un trueno en el valle. Pero una gran hueste de enemigos estaba dispuesta en orden de batalla sobre las laderas encima de ellos, y por las puertas salió una multitud de Orcos reservados por Azog en caso de necesidad.

En un principio la suerte estuvo contra los Enanos, pues era un oscuro día de invierno sin sol, y los Orcos no perdieron tiempo en vacilaciones, y excedían en número al enemigo, y se encontraban en el terreno más alto. Así empezó la Batalla de Azanulbizar (o Nanduhirion en lengua élfica): al recordarla los Orcos se estremecen todavía y los Enanos lloran. El primer ataque de la vanguardia, conducido por Thráin, fue rechazado con pérdidas, y Thráin se encontró en un bosque de grandes árboles que en ese entonces todavía crecían no lejos de Kheled-zâram. Allí cayeron Frerin, su hijo, y Fundin, su pariente, y muchos otros, y Thráin y Thorin fueron heridos 48. En otros sitios de la batalla prevalecía uno u otro bando, con grandes matanzas, hasta que por último el pueblo de las Colinas de Hierro decidió la suerte del día. Llegados últimos y descansados al campo, los guerreros de Náin, hijo de Grór, vestidos de cota de malla, se abrieron paso a través de los Orcos hasta los umbrales mismos de Moria al grito de «¡Azog, Azog!», derribando con sus piquetas a todos cuantos se les pusieron en el camino.

Entonces Náin se detuvo ante las Puertas y gritó en muy alta voz: «¡Azog! ¡Si estás dentro sal fuera! ¿O el juego en el valle te parece demasiado rudo?»

A lo cual Azog salió, y era un gran Orco con una enorme cabeza guarnecida de hierro, y no obstante ágil y fuerte. Lo acompañaban muchos que se le parecían, los soldados de su guardia, y mientras éstos se entendían con la escolta de Náin, se volvió hacia él, y dijo: «¿Cómo? ¿Otro mendigo a mi puerta? ¿Tengo que marcarte también a ti?» Se abalanzó sobre Náin y lucharon. Pero Náin estaba medio ciego de ira y sentía la fatiga de la batalla, mientras que Azog estaba descansado y era feroz y muy astuto. No tardó Náin en asestar un golpe con todas las fuerzas que aún le quedaban, pero Azog se hizo a un lado y le dio una patada en la pierna, de modo que la piqueta de Náin se astilló contra la piedra en la que había estado y el Enano cayó hacia adelante. Entonces Azog dio una rápida media vuelta y le hacheó el cuello. La cota de malla resistió el filo, pero tan pesado fue el golpe que a Náin se le quebró el cuello y cayó.

Entonces Azog rió y levantó la cabeza para lanzar un gran grito de triunfo; pero el grito se le murió en la garganta. Porque vio que todo su ejército huía en desorden y que los Enanos iban de un lado a otro matando a diestro y siniestro, y los que podían huir de ellos, corrían hacia el sur chillando. Y casi todos los soldados que guardaban Azanulbizar yacían muertos. Se volvió y escapó hacia las Puertas.

Escaleras arriba detrás de él saltó un Enano con un hacha roja. Era Dáin Pie de Hierro, hijo de Náin. Justo ante las puertas atrapó a Azog, y allí le dio muerte, y le rebanó la cabeza. Esto se consideró una gran hazaña, pues Dáin era entonces sólo un muchacho en las cuentas de los Enanos. Una larga vida y múltiples batallas tenía por delante, hasta que viejo, pero erguido, caería por fin en la Guerra del Anillo. Aunque era valiente y lo ganaba la cólera, se dice que al descender de las Puertas tenía la cara gris de quien ha sentido mucho miedo.

Cuando por fin ganaron la batalla, los Enanos que quedaban se reunieron en Azanulbizar. Tomaron la cabeza de Azog, le metieron en la boca el saco de monedas, y la clavaron en una pica. Mas no hubo fiesta ni canciones esa noche; porque no había pena que alcanzara para tantos muertos. Apenas la mitad de ellos, se dice, podían mantenerse en pie o tener esperanzas de cura.