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—Pero Hobbiton no es el único lugar en que están acuartelados ¿no? —dijo Pippin.

—No, para colmo de males —dijo Coto—. Hay un buen puñado allá abajo, en el sur, en Valle Largo, y cerca del Vado de Sarn, dicen; y algunos más escondidos en Bosque Cerrado; y han construido barracas en El Cruce. Y están las Celdas Agujeros, como ellos las llaman: los viejos almacenes subterráneos en Cavada Grande, que han transformado en prisiones para los que se atreven a enfrentarlos. Sin embargo estimo que no hay más de trescientos en toda la Comarca, y tal vez menos. Podemos dominarlos, si nos mantenemos unidos.

—¿Tienen armas? —preguntó Merry.

—Látigos, cuchillos y garrotes, suficiente para el sucio trabajo que hacen; al menos eso es lo que han mostrado hasta ahora —dijo Coto—. Pero sospecho que sacarán a relucir otras, en caso de lucha. De todos modos, algunos tienen arcos. Han matado a uno o dos de los nuestros.

—¡Ya ves, Frodo! —dijo Merry—. Sabía que tendríamos que combatir. Bueno, ellos empezaron la matanza.

—No exactamente —dijo Coto—. O en todo caso no fueron ellos los que empezaron con las flechas. Los Tuk empezaron. Se da cuenta, señor Peregrin, el padre de usted nunca lo pudo tragar al tal Lotho, desde el principio; decía que si alguien tenía derecho a darse aires de jefe a esta hora del día, era el propio Thain de la Comarca, y no ningún advenedizo. Y cuando Lotho le mandó a los Hombres, no hubo modo de convencerlo. Los Tuk son afortunados, ellos tienen esas cavernas profundas allá en las Colinas Verdes, los Grandes Smials y todo eso, y los bandidos no pueden llegar hasta allí; y los Tuk no los dejan entrar en sus tierras. Si se atreven a hacerlo, los persiguen. Los Tuk mataron a tres que andaban robando y merodeando. Desde entonces los bandidos se volvieron más feroces. Y ahora vigilan de cerca las tierras de los Tuk. Ya nadie entra ni sale allí.

—¡Un hurra por los Tuk! —gritó Pippin—. Pero ahora alguien tendrá que entrar. Me voy a los Smials. ¿Alguien desea acompañarme a Alforzada?

Pippin partió con una media docena de muchachos, todos montados en poneys. —¡Hasta pronto! —gritó—. A campo traviesa hay sólo unas catorce millas. Por la mañana estaré de vuelta con todo un ejército de Tuk.

Desaparecieron en la oscuridad, mientras la gente los aclamaba y Merry los despedía con un toque de cuerno.

—Comoquiera que sea —dijo Frodo a todos los que se encontraban alrededor—, no quiero que haya matanza; ni aun de los bandidos, a menos que sea necesario para impedir que dañen a los hobbits.

—¡De acuerdo! —dijo Merry—. Pero creo que de un momento a otro tendremos la visita de la pandilla de Hobbiton. Y no van a venir precisamente a platicar. Procuraremos tratarlos con ecuanimidad, pero tenemos que estar preparados para lo peor. Tengo un plan.

—Muy bien —dijo Frodo—. Tú te encargarás de los preparativos.

En aquel momento, algunos hobbits que habían sido enviados a Hobbiton, regresaron a todo correr.

—¡Ya llegan! —dijeron—. Una veintena o más, pero dos han tomado hacia el oeste a campo traviesa.

—A El Cruce, me imagino —dijo Coto—, en busca de refuerzos. Quince millas de ida y quince de vuelta. No vale la pena preocuparse por el momento.

Merry se apresuró a dar las órdenes. El Granjero Coto se encargó de despejar las calles, enviando a todo el mundo a casa, excepto a los hobbits de más edad que contaban con algún tipo de arma. No tuvieron mucho que esperar. Pronto oyeron voces ásperas y pasos pesados; y en seguida vieron aparecer todo un pelotón de bandidos. Al ver la barricada se echaron a reír. No les cabía en la imaginación que en aquel pequeño país hubiese alguien capaz de enfrentar a veinte como ellos.

Los hobbits abrieron la barrera y se hicieron a un lado.





—¡Gracias! —dijeron los Hombres con sorna—. Y ahora, pronto a casa, y a dormir, antes que empecemos con los látigos. —Y avanzaron por la calle vociferando:— ¡Apagad esas luces! ¡Entrad en las casas y quedaos en ellas! De lo contrario nos llevaremos a cincuenta y los encerraremos en las Celdas durante un año. ¡Adentro! ¡El Jefe está perdiendo la paciencia!

Nadie hizo ningún caso a aquellas órdenes, pero a medida que los bandidos avanzaban, iban cerrando filas detrás de ellos y los seguían. Cuando los Hombres llegaron a la hoguera, allí estaba el viejo Coto, solo, calentándose las manos.

—¿Quién eres y qué estás haciendo aquí? —lo interpeló el cabecilla.

El Granjero Coto lo observó con una mirada lenta.

—Justamente iba a preguntarte lo mismo —respondió—. Éste no es tu país, y aquí no te queremos.

—Pues bien, nosotros te queremos a ti, en todo caso —dijo el cabecilla—. ¡Prendedlo, muchachos! ¡A las Celdas, y dadle algo que lo tranquilice un rato!

Los Hombres avanzaron un paso y se detuvieron. Alrededor de ellos se había alzado un clamor de voces, y advirtieron en ese momento que el Granjero Coto no estaba solo. En la oscuridad, al filo de la hoguera, se cerraba un círculo de hobbits que habían salido en silencio de entre las sombras. Eran unos doscientos, y todos armados.

Merry dio un paso adelante.

—Ya nos hemos conocido —le dijo al cabecilla—, y te advertí que no volvieras a aparecer por aquí. Ahora te vuelvo a advertir: estás a plena luz y rodeado de arqueros. Si te atreves a poner un solo dedo en este hobbit, o en cualquier otro de los presentes, serás hombre muerto. ¡Dejad en el suelo todas las armas!

El cabecilla echó una mirada en torno. Estaba atrapado. Pero con veinte secuaces para respaldarlo, no tenía miedo. Conocía poco y mal a los hobbits para darse cuenta del peligro en que se encontraba. Envalentonado, decidió luchar. No le iba a ser difícil abrirse paso.

—¡A la carga, muchachos! —gritó—. ¡Duro con ellos!

Esgrimiendo un largo puñal en la mano izquierda y un garrote en la derecha, se abalanzó contra el círculo de hobbits, procurando escapar hacia Hobbiton. Intentó atacar con violencia a Merry, que le cerraba el paso. Cayó muerto, traspasado por cuatro flechas.

A los restantes les bastó con eso. Se rindieron. Despojados de las armas y sujetos con cuerdas unos a otros, fueron conducidos a una cabaña vacía que ellos mismos habían construido, y allí, atados de pies y manos, los dejaron encerrados con una fuerte custodia.

Al cabecilla muerto lo llevaron a la rastra un poco más lejos, y lo enterraron.

—Parece casi demasiado fácil, después de todo ¿verdad? —dijo Coto—. Yo decía que éramos capaces de dominarlos. Lo que nos faltaba era una señal. Han vuelto en el momento justo, señor Merry.

—Todavía queda mucho por hacer —dijo Merry—. Si tus estimaciones son acertadas, aún no hemos dado cuenta ni de la décima parte de estos rufianes. Pero está oscureciendo. Creo que para el próximo golpe tendremos que esperar la mañana. Entonces le haremos una visita al Jefe.