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—Se me ocurre una idea —dijo Sam—. ¡Vayamos a lo del viejo Tom Coto, allá abajo, en el Sendero del Sur! Siempre fue de agallas. Y tiene un montón de hijos que toda la vida fueron amigos míos.

—¡No! —dijo Merry—. No tiene sentido «refugiarse». Eso es lo que la gente ha estado haciendo, y lo que a los bandidos les gusta. Caerán sobre nosotros en pandilla, nos acorralarán, y nos obligarán a salir por la fuerza; o nos quemarán vivos. No, tenemos que hacer algo, y pronto.

—¿Hacer qué? —dijo Pippin.

—¡Sublevar a toda la Comarca! —dijo Merry—. ¡Ahora! ¡Despertar a todo el mundo! ¡Odian todo esto, es evidente!; todos, excepto tal vez uno o dos bribones, y unos pocos imbéciles que quieren sentirse importantes, pero que en realidad no entienden nada de lo que está pasando. Pero la gente de la Comarca ha vivido tan cómoda y tranquila durante tanto tiempo que no sabe qué hacer. Sin embargo, una chispa bastará para encender los ánimos. Los Hombres del Jefe tienen que saberlo. Tratarán de aplastarnos y eliminarnos rápidamente. Nos queda muy poco tiempo.

”Sam, ve tú de una corrida a la Granja de Coto, si quieres. Es el personaje más importante de por aquí, y el más decidido. ¡Vamos! ¡Vamos! Voy a tocar el cuerno de Rohan, y les haré escuchar una música como nunca en la vida han oído.

Cabalgaron de regreso al centro de la aldea. Allí Sam dobló y partió al galope por el sendero que conducía al sur, a casa de los Coto. No se había alejado mucho cuando oyó de pronto la clara llamada de un cuerno que se elevaba vibrando. Resonó a lo lejos más allá de las colinas y de los campos; y era tan imperiosa aquella llamada que el propio Sam estuvo a punto de dar media vuelta y regresar a la carrera. El poney se encabritó y relinchó.

—¡Adelante, muchacho! ¡Adelante! —le gritó Sam—. Pronto regresaremos.

Un instante después notó que Merry cambiaba de tono, y el Toque de Alarma de Los Gamos se elevó, estremeciendo el aire.

¡Despertad! ¡Despertad! ¡Peligro! ¡Fuego! ¡Enemigos! ¡Despertad! ¡Fuego! ¡Enemigos! ¡Despertad!

Sam oyó a sus espaldas una batahola de voces y el estrépito de puertas que se cerraban de golpe. Delante de él se encendían luces en el anochecer; los perros ladraban; había rumor de pasos precipitados. No había llegado aún al final del sendero, cuando vio al Granjero Coto que corría a su encuentro con tres de sus hijos, el Joven Tom, Alegre y Nick. Llevaban hachas, y le cerraron el paso.

—¡No! No es uno de esos bandidos —dijo la voz grave del granjero—. Por la estatura parece un hobbit, pero está vestido de una manera estrafalaria. ¡Eh! —gritó—. ¿Quién eres, y a qué viene todo este alboroto?

—Soy Sam, Sam Gamyi. Estoy de vuelta.

El Granjero Coto se le acercó y lo observó un rato en la penumbra. —¡Bien! —exclamó—. La voz es la misma, y tu cara no se ve peor de lo que era, Sam. Pero no te habría reconocido en la calle, con esa vestimenta. Has estado por el extranjero, dicen. Te dábamos por muerto.

—¡Eso sí que no! —dijo Sam—. Ni tampoco el señor Frodo. Está aquí con sus amigos. Y esto mismo es la causa de todo el alboroto. Están sublevando a la población de la Comarca. Vamos a echar de aquí a todos esos rufianes, y también al Jefe que tienen. Ya estamos empezando.

—¡Bien, bien! —exclamó el Granjero Coto—. ¡Así que la cosa ha empezado, por fin! De un año a esta parte, me ardía la sangre, pero la gente no quería ayudar. Y yo tenía que pensar en mi mujer y en Rosita. Estos rufianes no se arredran ante nada. ¡Pero vamos ya, muchachos! ¡Delagua se ha rebelado! ¡Tenemos que estar allí!

—Pero... ¿y la señora Coto, y Rosita? —dijo Sam—. No es prudente dejarlas solas.

—Mi Nibs está con ellas. Pero puedes ir y ayudarlo, si tienes ganas —dijo el Granjero Coto con una sonrisa. Y él y sus hijos partieron a todo correr hacia la aldea.





Sam se apresuró a entrar en la casa. En el escalón más alto del fondo del patio, la señora Coto y Rosita estaban de pie junto a la gran puerta redonda, y Nibs aguardaba frente a ellas, blandiendo una horquilla para el heno.

—¡Soy yo! —anunció Sam, todavía trotando—. ¡Sam Gamyi! Así que no trates de ensartarme, Nibs. De todos modos llevo puesta una cota de malla.

Se apeó del poney de un salto, y trepó los escalones. Los Coto lo observaron en silencio. —¡Buenas noches, señora Coto! —dijo Sam—. ¡Hola, Rosita!

—¡Hola, Sam! —dijo Rosita—. ¿Por dónde has andado? Decían que habías muerto; pero yo te he estado esperando desde la primavera. Tú no tenías mucha prisa ¿no es cierto?

—Tal vez no —respondió Sam, sonrojándose—. Pero ahora sí la tengo. Nos estamos ocupando de los bandidos y tengo que volver con el señor Frodo. Pero quise venir a echar un vistazo, a ver cómo estaba la señora Coto; y tú, Rosita.

—Estamos bien, gracias —dijo la señora Coto—. O al menos estaríamos bien si no fuese por esos rufianes.

—¡Bueno, vete! —dijo Rosita—. Si has estado cuidando al señor Frodo todo este tiempo ¿cómo se te ocurre dejarlo solo ahora, justo cuando las cosas se ponen más difíciles?

Aquello fue demasiado para Sam. O necesitaba una semana para contestarle, o no le decía nada. Bajó los escalones y volvió a montar el poney. Pero en el momento en que se disponía a partir, Rosita llegó, corriendo.

—¡Luces muy bien, Sam! —dijo—. ¡Vete, ahora! ¡Pero cuídate y vuelve en cuanto hayas arreglado cuentas con los bandidos!

Sam regresó y encontró en pie a toda la villa. Además de numerosos muchachos más jóvenes, ya se habían reunido más de un centenar de hobbits fornidos provistos de hachas, martillos pesados, cuchillos largos y gruesos bastones; y algunos llevaban arcos de caza. Y continuaban llegando otros de las granjas vecinas.

Algunos de los aldeanos habían encendido una gran hoguera, sólo para animar la velada, y porque era además una de las cosas prohibidas por el Jefe. Las llamas trepaban cada vez más brillantes a medida que avanzaba la noche. Otros, a las órdenes de Merry, estaban levantando barricadas a través del camino, a la entrada y a la salida de la aldea. Cuando los Oficiales de la Comarca se toparon con la primera barricada, quedaron estupefactos; pero tan pronto como vieron que las cosas pintaban mal, la mayoría se quitó las plumas y se plegó a la revuelta. Los otros huyeron furtivamente.

Sam encontró a Frodo y a sus amigos junto al fuego discurriendo con el viejo Tom Coto, y rodeados de una multitud de gente de Delagua que los miraba con admiración.

—Y bien, ¿cuál es el próximo movimiento? —dijo el Granjero Coto.

—No sé decirlo —respondió Frodo—, hasta tanto no tenga más información. ¿Cuántos son los bandidos?

—Es difícil saberlo —dijo Coto—. Andan siempre aquí y allá, yendo y viniendo. A veces hay cincuenta en las barracas, allá en lo alto del camino a Hobbiton; pero salen de correrías, a robar y a «recolectar», como ellos dicen. De todos modos, rara vez hay menos de una veintena alrededor del jefe, como lo llaman. Y él está en Bolsón Cerrado, o estaba, pero ya no sale. En realidad, nadie lo ha visto desde hace unas dos semanas: pero los Hombres no dejan que nadie se acerque.