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— Ahora mismo vuelvo — dijo Rumata, y corrió hacia la isba.

Don Gug seguía sentado frente a la mesa, con la mirada fija ante él y acariciándose la barbilla. El padre Kabani estaba a su lado, diciendo:

— Eso es lo que ocurre siempre, amigo mío. Uno procura hacer las cosas del mejor modo posible, y siempre resulta que es el peor.

Rumata cogió su espada y el tahalí.

— Suerte, Pashka — dijo -. Y no te preocupes. Lo único que nos ocurre es que estamos cansados e irritados.

Don Gug movió dubitativamente la cabeza.

— Ten cuidado, Antón — dijo -. Ten mucho cuidado. El tío Sasha lleva aquí muchos años y sabe lo que se hace. Pero tú…

— Yo lo único que quiero es dormir — dijo Rumata -. Padre Kabani, tened la bondad de llevar mis caballos al barón de Pampa. Decidle que iré a verle dentro de unos días.

Afuera se oyó el girar de las hélices. Rumata se despidió con un gesto de la mano y salió de nuevo de la isba. A la luz de los potentes faros del helicóptero, los matorrales de helechos gigantes y los blancos troncos de los árboles tenían un aspecto espantosamente siniestro. Rumata subió a la cabina y cerró la puerta.

La cabina olía a ozono, al plástico de la tapicería y a agua de colonia. Don Kondor hizo ascender el aparato y lo dirigió con mano segura siguiendo la carretera de Arkanar. Yo no podría pilotar así ahora, pensó Rumata con envidia. Tras él, Budaj chasqueaba tranquilamente la lengua mientras dormía.

— Antón — dijo Don Kondor -. No quisiera ser indiscreto ni mucho menos dar motivos para que creas que me quiero meter en tus cosas particulares. Sin embargo…

— Adelante — dijo Rumata, que supuso inmediatamente de qué se trataba -. Te escucho.

— Nosotros somos exploradores — dijo Don Kondor -. Por eso, todo lo que realmente queramos debemos tenerlo lejos de aquí, en la Tierra, o dentro de nosotros mismos, para que nadie pueda arrancárnoslo y llevárselo como rehén.

— ¿Te refieres a Kira?

— Sí. Y si lo que conozco de Don Reba es cierto, mantenerlo sujeto va a ser una empresa difícil y peligrosa. ¿Comprendes lo que quiero decir?

— Sí, lo comprendo. Pensaré en lo que se puede hacer.

Estaban acostados a oscuras, con las manos entrelazadas. La ciudad estaba en silencio, tan sólo de tarde en tarde se oía el piafar y el cocear de unos caballos, no muy lejos. Rumata se adormecía a ratos, pero se despertaba en seguida cuando Kira retenía la respiración. En sueños, Rumata apretaba fuertemente la mano de la muchacha.

— Estás deseando dormir — dijo Kira en voz muy baja -. Duerme.

— No, no; sigue contándome, te escucho.

— Pero te estás durmiendo a cada instante.



— No importa, sigo escuchándote de todos modos. Estoy muy cansado, pero mi deseo de estar contigo y oírte es mayor que mi cansancio. Cuéntame lo que quieras, todo lo tuyo me interesa.

Ella, agradecida, restregó su nariz contra el hombro de él, le dio un beso en la mejilla y siguió contándole como había venido a verla el chico del vecino, de parte de su padre.

— Mi padre está en cama. Lo han echado de su trabajo y. como despedida, lo han apaleado. Últimamente no come nada, no hace más que beber. Se ha puesto azulado y casi siempre está temblando. El chico me ha dicho también que mi hermano ha vuelto. Está herido, pero contento y borracho, y tiene un uniforme nuevo. Le dio dinero a mi padre, bebió con él, y amenazó con que arrastrarían a todos. Ahora es teniente de un destacamento especial, ha jurado fidelidad a la Orden, y dice que piensa hacerse monje. Mi padre me ha mandado a decir que no vaya por casa, pase lo que pase. Mi hermano a dicho que «le ajustará las cuentas a esa sucia puta pelirroja por haberse liado con un noble.»

Sí, pensó Rumata, no puede volver a su casa. Y tampoco puede seguir aquí, porque si le ocurriera algo… Rumata sintió que una mano helada le estrujaba el corazón al pensar en aquella posibilidad.

— ¿Duermes? — preguntó Kira.

Rumata se despertó y aflojó la presión de su mano.

— No, no. ¿Qué más hiciste?

— Puse orden en tus habitaciones. Tenías un desbarajuste espantoso. Y he encontrado un libro escrito por el padre Gur. En él se habla de un príncipe que se enamoró de una joven preciosa, pero salvaje, que vivía más allá de las montañas. Como ella era completamente salvaje pensaba que el príncipe era un dios, pero a pesar de todo lo quería mucho. Pero luego tuvieron que separarse, y ella murió de pena.

— Es un magnífico libro — dijo él. — A mí me hizo llorar, porque parecía que hablara de nosotros.

— Sí, se refiere a nosotros, y a todos los que se aman mutuamente. Pero a nosotros no nos separarán.

Lo más seguro sería enviaría a la Tierra, pensó Rumata. Pero, ¿qué va a hacer ella allí, sin mí? ¿Y cómo me las arreglaré yo aquí sin ella? Podríamos pedirle a Anka que fuera tu amiga allí. ¿Pero qué haré yo sin ti? No, nos iremos juntos a la Tierra. Yo mismo conduciré la nave, y tú irás sentada a mi lado y yo te iré explicando todo para que no te asustes, para que le tomes cariño a la Tierra desde el primer momento, para que nunca sientas el haber abandonado tu horrible patria. Porque ésta no es tu patria, Kira. Tu patria renegó de ti. Tú has nacido mil años antes de tu tiempo. Y eres buena, leal, abnegada, desinteresada… Personas como tú han nacido en nuestros dos planetas en todas las épocas de sus sangrientas historias. Eran almas nobles y limpias que desconocían el odio y no admitían la crueldad. Eran víctimas. Víctimas inútiles. Mucho más inútiles que Gur el Escritor o Galileo. Porque los que son como tú ni siquiera luchan. Para poder luchar hace falta saber odiar, y vosotros no sabéis. Lo mismo que nosotros ahora…

Rumata volvió a quedarse dormido, y vio a Kira con un cinturón antigravitatorio al borde del tejado plano del Soviet, y a Anka, alegre y burlona, que la empujaba impacientemente para que saltara a un precipicio de kilómetro y medio de profundidad.

— Rumata — dijo Kira -. Tengo miedo.

— ¿De qué, pequeña?

— Tú no haces más que callar. Tengo miedo.

Rumata la atrajo hacia sí.

— Tienes razón — murmuró -. Ahora hablaré yo, y tú me escucharás atentamente. Lejos, muy lejos de aquí, más allá de la saiva, hay un castillo fuerte e inexpugnable. En él vive el alegre y simpático barón de Pampa, el barón más noble y bueno de Arkanar. Pampa tiene una esposa muy bella y cariñosa, que lo ama con locura cuando está normal, pero que no lo puede soportar cuando está borracho.

Rumata calló un momento y escuchó atentamente. Se oía un ruido, como el producido por muchos cascos de monturas y por la respiración agitada de personas y caballos.